Alejandro Deustua

6 de jul de 2015

Algo se Pudre en la Unión Monetaria Europea

Hace tres decenas de años, la Cepal solicitaba al sistema financiero internacional que permitiera a la región pagar sus deudas sin recesión. La solicitud de un “ajuste con crecimiento” fue bien fundamentada pero la decisión por el ajuste puro y duro fue la opción sistémica.

Hoy, antes de la crucial reunión de los ministros de finanzas de la eurozona, la perspectiva de que se brinde a Grecia un recorte de sus deudas a cambio de ajustes fiscales y estructurales que alivien la presión sobre la ciudadanía común parece orientada al mismo destino.

Por lo demás, si se piensa que la aplastante victoria del referéndum griego (66.1% votaron por la súbita consulta convocada por el Primer Ministro Tsipras) va a cambiar las cosas sustancialmente a favor de Grecia, quizás debería considerarse que esa convocatoria fue riesgosamente propuesta para ganar apoyo político. Por ello, para los medios europeos –especialmente alemanes y nórdicos- es fácil argumentar que también sus gobiernos, democráticamente electos, mantienen una presión legítima que sus respectivas ciudadanías respaldan. Y que es ese contexto en que las democracias de la eurozona desean que Grecia cumpla con sus obligaciones antes de que se le brinden nuevas facilidades (y mucho menos un nuevo rescate). Éstas tiene las de ganar.

En el mejor de los casos, el Banco Central Europeo no cortará de momento la asistencia de liquidez que necesitan los bancos griegos (especialmente a cuatro de naturaleza sistémica aunque uno de ellos ya habría agotados sus recursos) para evitar transformar un default en una quiebra contagiosa. Esto hasta el martes (mañana) cuando los ministros de la eurozona deseen demostrar que el referendum griego (que ya ha planteado un recorte de la deuda de US$ 331 mil millones) no logrará imponer la agenda.

Mientras tanto el “corralito” (una experiencia conocida de origen rioplatense) deberá mantenerse unos días para evitar la fuga total de capitales en un país en que la extrema derecha fue reprimida para que la izquierda, formada oportunistamente por una coalición de independientes, comunistas, socialistas y verdes, brindase una alternativa a los ilegitimados y corruptos PASOK y Nueva Democracia.

Todo ello en un contexto en que la contienda de voluntades se escenifica entre un país chico y el nuevo líder de una unión monetaria extremadamente imperfecta que admitió países que, como Grecia, falsificaron sus estadísticas nacionales, que no tiene mecanismos de salida o de salvaguarda (como sí ocurre con la OMC), que carece de una autoridad central que no disponen de la disciplina fiscal suficiente para normar políticas monetarias (incluyendo a sus líderes, como Francia en su momento y Alemania, que incumplieron las disciplinas básicas) y ni siquiera de capacidades nacionales de devaluación como remedio.

La pregunta a realizar es entonces, si el Grexit es un peligro para una zona de integración monetaria que no funciona adecuadamente o para evitar que una moneda, el euro, que ya es medular en el sistema internacional no pierda legitimidad y valor frente a otras y termine alienando su zona de influencia y desequilibrando el mercado monetario global.

Si la respuesta es afirmativa, como lo es, entonces estamos frente a un problema político antes que económico cuya naturaleza estratégica debiera pasar a la mesa de los Jefes de Estado en lugar de continuar enlodándose en propuestas y contrapuestas, resentimientos administrativos y reencuentros de conveniencia, entre iniciativas que provienen del orgullo nacional y del impulso de evitar el sometimiento (en el caso griego) frente a una autoridad antidemocrática (la troika de la Comisión Europea, el FMI y la Banco Central Europeo) y una nueva potencia (Alemania) que no se da cuenta que el euro es producto del esfuerzo europeo para acomodar su reunificación y que, por tanto, en dramática versión francesa, debiera evitar imponer “un nuevo Tratado de Versalles” en Europa (como dice el Ministro de Finanzas galo).

Al fin y al cabo, la integración europea se fundó para evitar una nueva guerra y, de manera equivalente, para cancelar la discriminación y promover el bienestar colectivo en lugar de economías con contracciones acumuladas de 26%, desempleo de 25% (60% en el ámbito juvenil), superávits logrados a costa de extraordinarios padecimiento ciudadanos, enclaustramientos económicos que durarán, por lo menos, una generación más y el sacrificio de su altura moral frente al mundo.

Por lo demás, para evitar esos padecimientos no contribuyen increíblemente autoridades impuestas por la troika, como el FMI, que ha reconocido hace meses que la deuda griega (180% del PBI) es insustentable, que las disciplinas reclamadas por esa autoridad no cambiarán esencialmente esta situación y que, por tanto, Grecia requiere de un recorte importante de obligaciones (que es lo que pide Tsipras). Esta realidad escandalosa ya ha sido publicada por el propio FMI obligado por sus países miembros (especialmente por Estados Unidos, en apariencia).

Este absurdo disciplinario cobra aún mayor dimensión cuando se comprueba, según lo ha hecho Martin Wolf, que sólo el 11% de los rescates por 226.7 mil millones de euros se ha orientado al reflotamiento de la economía real griega, otro 11% a actividades de gobierno, 16% al pago de intereses y el resto a “operaciones de capital” (es decir a solventar la banca acreedora como se dice en contexto.org del 4 de febrero).

Es en este contexto de corrupción interna (la manipulación estadística que es reflejo de indebido uso del patrimonio), de arbitrariedad externa y de una población acostumbrada demasiado rápidamente al Estado de bienestar en que ocurre la protesta social que se ha venido acumulando desde el 2009 y que un Estado estratégica y culturalmente vital para Occidente bordea el riesgo de devenir en Estado fallido como fase final de la insolvencia.

Ello no ocurrirá sino a un gran costo sistémico y, en todo caso, debiera contribuir que la Unión Europea vuelva sobre sus pasos para consolidar lo que realmente puede gestionar en lugar de procurar, como es ya hábito, una corrida hacia adelante con una profundización de un mecanismo descompuesto como la unión monetaria europea.

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