Alejandro Deustua

30 de dic de 2004

América Latina: La Inversión Extranjera

En un año en que la región crece al 5.5%, las exportaciones antes que la inversión sostienen la perfomance económica latinoamericana. La vulnerabilidad principal de este tipo de crecimiento es la excesiva dependencia de la demanda externa, que tenderá a contraerse, y una baja tasa de acumulación de capital con implicancias en una menor recolocación en el mercado.

A pesar de que la inversión ha crecido 11% este año, ésta no alcanza el 19% del PBI regional. Según la CEPAL, estos niveles no llegan siquiera a los reportados en los años 90. El problema en este rubro no es sólo nacional sino internacional.

En efecto, aunque la inversión extranjera directa se ha recuperado en América Latina registrando 2.1% del PBI este año (el 2003 apenas llegó a 1.5%), la referencia reciente es el bajo pico de 4% alcanzado en 1999. Su concurso, por tanto, es relativamente escaso especialmente si se le sigue considerando como la “fuente principal de financiamiento externo” con un aporte que bordea los US$ 40 mil millones. Más aún cuando éste es similar a las remesas de trabajadores en el exterior que crecieron 16.8% en un contexto de salidas de capitales de cerca de 4.3% del PBI.

La preocupación en torno a esta mala perfomance aumenta conforme el aporte de la inversión en los últimos 5 años baja a pesar de los esfuerzos de los agentes del mercado por promoverla, de las políticas públicas por estimularla, de un trato tributario eventualmente excepcional (los contratos de estabilidad tributaria en el Perú) y del decrecimiento del riesgo país.

La CEPAL explica el fenómeno por el caída de las tasas de interés. Pero ésta es insuficiente. En efecto, unos intereses bajos tienden a favorecer el crédito –el que, a su vez, contribuye a incrementar la inversión-. La CEPAL, en consecuencia, quizás oriente su explicación al impacto de los bajos intereses en el escaso ahorro y en el magro poder de atracción de capitales derivado de esas tasas. Pero tampoco ello explica el desvío de los flujos a otros destinos donde las tasas también son bajas.

En consecuencia, el punto quizás no sea ése sino el extraordinario desvío de flujos que normalmente alimentarían las economías reales de los denominados mercados emergentes hacia los grandes mercados de capitales (el bursátil y el de bonos de los países desarrollados, especialmente el norteamericano) y el rol que juegan las expectativas de las multinacionales en otros mercados regionales.

En tanto esta última razón no es recogida por la CEPAL, ella no da cuenta de la relación que existe entre el descenso de los flujos hacia América Latina y el simultáneo incremento de los que concurren al Asia y a otras regiones en desarrollo.

Esta relación es aún más relevante en tanto que, si bien es cierto que en el 2003 la inversión directa global cayó a US$ 560 mil millones (UNCTAD), ello se debió principalmente al descenso de 25% ocurrido entre los países desarrollados (el total ascendió a US$ 367 mil millones). En cambio, los flujos orientados a los países en desarrollo reportaron incrementos de 9% (para un total de US$ 172 mil millones) aún antes de avisorarse el fuerte crecimiento del 2004.

Sin embargo, a diferencia del Asia (y también del África), la inversión hacia América Latina cayó a US$ 49 mil millones en el período (el 2003). A pesar de la crisis global que se disparó en Tailandia en 1997, las expectativas y la confianza del inversionista extranjero se han concentrado nuevamente en el mercado transpacífico donde, desde el 2000, la inversión ha crecido de manera constante.

Desde esa fecha la inversión extranjera en el Asia ha superado a la que registra América Latina en el mismo período en alrededor de US$ 170 mil millones. Esta diferencia no marca una tendencia en el comportamiento de la inversión: corresponde más bien a la estructura de la misma y al patrón de acumulación asiático.

Sin embargo, según la UNCTAD, la preferencia por el Asia se debería más bien al fuerte y sostenido crecimiento de esa región, al buen clima para la inversión en la zona y al importante nivel de integración. Lamentablemente esa explicación no reporta que la perfomance asiática reciente produjo la mayor crisis financiera de la post- Guerra Fría (la de 1997), que los niveles de conflictividad y de inseguridad en esa región son muy superiores a los de América Latina y que la integración regional allá es más informal que la formal existente en nuestro continente. Por lo demás, si existe un modelo económico asiático, éste se caracteriza por una mayor presencia del Estado, menor transparencia empresarial y mayores niveles de corrupción, para referirnos sólo a alguna de las caracterísiticas del mercado transpacífico que no debieran ser, en teoría, promotoras de inversión.

De otro lado, la UNCTAD explica el pobre concurso de la inversión extranjera en América Latina por la desaceleración de las privatizaciones, la debilidad del crecimiento en la principal fuente (la Unión Europea) y los problemas de perfomace y confianza generados por la crisis argentina y el descenso de la actividad maquiladora en México. Sin restar méritos a estos argumentos diremos que éstos sólo son circunstanciales.

En efecto, la naturaleza de las privatizaciones consiste en que éstas se producen una sola vez y por tanto no debieran generar, per se, expectativas de nueva inversión futura. Por lo demás, precisamente porque la crisis argentina está siendo superada y la actividad maquiladora mexicana está siendo reconvertida, el crecimiento en esos países ha contribuido fuertemente al crecimiento regional el 2004.

Y si se quisiera alegar un rebrote nacionalismo que afecta la inversión –como el que existe en Bolivia-, puede decirse que éste no suele inhibir el ímpetu de las multinacionales que incorporan altos niveles de riesgo en su gestión (como ocurre en las industrias del petróleo y el gas). Así lo prueba la fuerte presencia de empresas extranjeras en la industria petrolera venezolana que no se se han espantado por la arremetida nacionalista de ese gobierno.

La explicación no reside allí y la UNCTAD lo reconoce indirectamente: mientras los sectores que atraen mayor inversión extranjera son los servicios sofisticados, nuestra región sigue congregando financiamiento en torno a la explotación de recursos naturales. En efecto, según la UNCTAD, mientras hacia el 2002 la proporción de la inversión dirigida al sector terciario (60%) siguió creciendo, la orientada a los sectores secundario (34%) y primario (6%) siguió bajando. Estas proporciones determinan la composición estructural de la inversión extranjera y, lamentablemente, muchos países latinoamericanos, no se han acomodado a ella ni a los requermientos de competitividad que ésta exige.

Pero existe, además, otra razón estructural que explica la poca presencia de la inversión extranjera en la región. Por razones de seguridad y de estabilidad en el Asia que se remontan a la Guerra Fría, la reforma económica ha sido allá gradual y se han tolerado modelos con mayor presencia del Estado. He allí una conducta discriminatoria en el ámbito de las prevaleciente normatividad liberal. La violentación de ese consenso sin embargo, sigue siendo premiada en el Asia por la inversión extranjera. Más aún cuando ésta obtiene rentabilidades que se explican, en casos como el chino, por un mercado amplio con muy bajos estándares laborales. Como es evidente, la inversión recompensa menos el esfuerzo político (el del reformismo latinoamericano) que el resultado económico y de seguridad.

De otro lado, los gobiernos latinoamericanos no pueden resignarse a que las menores tasas de inversión extranjera sean subestimadas por el efecto compensatorio de las remesas de nacionales en el exterior (que ciertamente son importantes). Si los esfuerzos por atraer inversión extranjera son insuficientes para las multinacionales, éstos podrían ser suplementados con políticas de estímulo de repatriación de capitales. Éstos que según algunas fuentes (Openheimer) bordean los US$ 350 mil millones han salido en procura de la mayor rentabilidad de los mercados financieros de los países desarrollados, en búsqueda de refugio frente a la inseguridad local o por otras razones.

Los gobiernos y los agentes privados de la región deben estimular su retorno orientándolo preferente al sector secundario y terciario teniendo en cuenta que el crecimiento sólo por exportaciones con una inversión de apenas 19% del PBI no es sostenible en el largo plazo.

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