Alejandro Deustua

24 de jul de 2015

Brasil en Recomposición

América Latina crecerá este año alrededor de 0.5% (0.4% según el Banco Mundial) consolidando una tendencia contractiva por lo menos trianual (2.7% el 2013, 0.9% el 2014, aun cuando faltan las últimas proyecciones de la CEPAL).

Como se sabe, esta decepcionante perfomance (que se incrementa si se la compara con el ciclo de crecimiento de 5%/6% durante el último boom de los commodies) no es uniforme: las economías centroamericanas, más vinculadas al mercado norteamericano, vienen haciéndolo mejor que las suramericanas, más ligadas a la demanda china.

En el caso de esta última región, las medianas economías del Pacífico, a pesar de su pobre desempeño (3%/3.5% proyectado en el caso peruano) crecerán más y mucho mejor que las grandes economías de la costa del Atlántico. La diferencia reside en el vigor relativo de los fundamentos de las primeras y la fuerte erosión de los fundamentos de las segundas.

Entre estas últimas, el caso más preocupante es, obviamente, el del Brasil (la 7ª economía del mundo y la mayor del área) cuyo peso tiene una incidencia extraordinaria en el conjunto (especialmente en el Mercosur donde es la economía dominante) y que ahora atraviesa una recesión cuya superación no brilla en el horizonte.

En efecto, con una contracción este año de -1.5% y una proyección de 0.7% para el próximo año (que ya ha sido degradada del 1% proyectado por los multilaterales), esa potencia emergente padece de una inflación del 9%, un caída de inversión extranjera de siete trimestre consecutivos (hecho de implicancia mayor para la región porque Brasil suele atraer alrededor del 50% de la inversión extranjera directa en el sur de América) y un consumo interno cuesta abajo (en un mercado cuyo gran tamaño este factor es mucho más determinante para el crecimiento que en el resto de la región).

Si bien, las políticas de ortodoxas del Ministro de Economía brasileño Joaquín Levy pronosticaban un superávit primario de 1.2% para este año (lo que revela la dimensión del cambio desesperado que la poco disciplinada Presidenta Roussef ha debido realizar tras aferrarse a una candidatura presidencial cuya marca de triunfo fue la descalificación de sus opositores acusados de campeones del recorte del gasto social) han dado algún resultado, éstos se han complicado en el escenario de la inmensa crisis política que vive el Brasil.

Si bien ésta se centra en los efectos de una fuerte corrupción (que no es novedad en esa potencia), su actual dimensión y extraordinaria organización actuales parece haber llegado a casi todo el Estado.

Su último coletazo –la malversación de US$ 2 mil millones en “favores” al partido de gobierno (el Partido de los Trabajadores) y a miembros principales de su principal socio político (el PMDB), la involucración de ex -ministros de Estado en estas operaciones y la participación de las principales empresas constructoras brasileñas –cuya presencia activa en los países vecinos las convierte en factores de influencia a cargo de principalísimas obras de infraestructura- ha complicado fuertemente la relación del Brasil con Suramérica.

Ello no es poca cosa si Suramérica es para esa potencia emergente un escenario de identidad y una plataforma de proyección global.

Por lo demás, el hecho de que una destacadísima empresa pública brasileña, Petrobras (que es casi un símbolo nacional), esté en el centro de la perpetración de este dispendio delictivo, tiene un impacto central en la capacidad de gobierno en tanto la presidenta Roussef formó parte de su directorio.

Por lo pronto, el nivel de aceptación de la presidenta está por debajo del 10% mientras que la disposición de la mayoría de los brasileños por su destitución sólo encuentra como obstáculo la falta de una prueba directa que la termine de ilegitimar y la convicción de que una eventualidad de esta naturaleza crearía un gran vacío de poder en el Brasil (sin embargo, voceros del PSDB, derrotado en la elección de hace menos de un año afirman que esa organización está disponible y apta para cualquier recambio).

Por lo demás, el presidente de la Cámara de Diputados Eduardo Cunha del PMDB, el principal partido aliado del PT, ha expresado su disposición a alejarse de esa alianza desde que fue incriminado, junto con otros políticos, por la red de corrupción de Petrobras.

Bajo estas condiciones parece extraordinariamente complicado que la presidenta pueda pasar la legislación que el ministro Levy reclame para volver a la normalidad económica.

Pero la presidenta Roussef no ha limitado su media vuelta al frente interno. Luego de que su partido, bajo el ex -presidente Lula (y su asesor para asuntos internacionales, Marco Aurelio García) contribuyeran a redefinir el rumbo suramericano anteponiéndolo al hemisférico y después de haber contribuido a fragmentar la disposición liberal de la región; y de haber alentado a la Venezuela chavista a formar el ALBA (o no oponerse a ella), la presidenta Roussef ha procedido a retomar el contacto con Estados Unidos realizando una visita oficial a Washington (antes postergada como reacción al espionaje de la primera potencia).

Para motivar el interés de ese interlocutor, que ahora es el segundo socio comercial del Brasil luego de haber sido desplazado por China, la presidenta llevó una cartera de proyectos de infraestructura por US$ 64 mil millones y ciertos compromisos sobre energías renovables (que son, desde la época de Lula y Bush el elemento convergente que abre otras puertas entre las dos mayores democracias americanas).

Como reporta The Economist, ello ocurre luego de recibir la visita del primer Ministro chino Li Keqiang quien, fiel a la política china de multimillonario ofrecimientos inversionistas, prometió al Brasil recursos por US$ 110 mil millones (entre los que se encuentran los que debieran financiar el aún cuestionado tren interoceánico por territorio peruano).

Es más, la presidenta Roussef ha retomado el contacto con la Unión Europea (con la que Brasil mantiene un diálogo político regular institucionalizado por el ex presidente Lula) para apurar la trabada negociación de un acuerdo de libre comercio entre la UE y el Mercosur (que Uruguay desea y la Argentina de la presidenta Cristina Kirchner, en apariencia, no).

Y si The Economist acierta en el recuento, habría una reunión del más alto nivel con Japón a fines de año luego de haberse suscrito un acuerdo de cooperación con la OECD.

Como puede verse, la presidenta Roussef mantiene la prioridad brasileña de interactuar con grandes potencias. En ese marco es que, más allá de su capacidad de pago, la presidenta acaba de perfeccionar con los BRICS los acuerdos comprometidos el año pasado de un Banco de Desarrollo (que importa una financiamiento inicial de US$ 10 mil millones por cada uno de los cinco participantes) y de un Acuerdo Contingente de Reservas de US$ 100 mil millones.

A pesar de constituir éstos regímenes alternativos a los bancos de desarrollo y fondos de estabilización de la post-Guerra, los flujos que surjan de ello se denominarían en dólares mientras sólo los que comprometieran capital chino se denominarían en yuanes.

Es bueno que Brasil se preocupe ahora de fortalecer sus relaciones con Occidente y que fortalezca sus vínculos con Asia. Sería, sin embargo más interesante, que esa potencia obtuviera los primeros préstamos del banco y del fondo que acaba de fundar y que negocie beneficios adicionales a cambio del descalabro que le ha producido a él y a la región, la caída de la demanda china de commodities (y que ahora se agrava con la fuerte depreciación de las monedas suramericanas tan pendientes, además, de un alza de intereses en Estados Unidos).

Si ello no reducirá extraordinariamente la vulnerabilidad brasileña, por lo menos procurará los fondos que el Sr. Levy necesita para sustentar sus reformas. Ello otorgaría al gobierno brasileño un piso para recuperar la legitimidad perdida y para evitar retroalimentar la inestabilidad política interna que atraviesan los países de la región.

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