Alejandro Deustua

15 de ago de 2014

Confrontar al ISIS

El ISIS (o ISIL) es claramente una organización terrorista. Ciertamente es también una agrupación genocida como lo muestra su pública disposición al exterminio de minorías étnicas y religiosas (un blanco que mañana podrá ampliarse a otras nacionalidades).

En ello y otras “habilidades” supera a su sangrienta madrastra Al Qaeda. Entre aquellas otras se cuenta una peculiar capacidad de ocupación de un territorio tan violento como vacío de poder ordenador (como lo es el norte de Irak y el oriente de Siria) y la pretensión de establecer un expansivo y violentísimo califato (el Estado Islámico).

Esta descripción tiene suficientes ingredientes para calificar al ISIS como un “problema complejo” de esos que paralizan la acción de respuesta. Especialmente en momentos de indisposición de la primera superpotencia y de sus socios a hacer uso de la fuerza.

Lamentablemente, la amenaza que plantea el ISIS al Medio Oriente y a Europa es creciente. Y hoy es manifiesta en el norte de Irak (que es un Estado fallido sin mayor capacidad de combate mientras intenta levantarse por segunda vez en menos de una década).

Por ello toca al Consejo de Seguridad disponer medidas bajo el artículo 41 que autoriza a la comunidad internacional a disponer “la acción que sea necesaria para mantener o restablecer la paz y la seguridad internacionales” (es decir, el uso de la fuerza) cuando otras medidas sean consideradas o se prueben insuficientes.

Por ello la Resolución del Consejo de Seguridad, adoptada hace pocas horas, que eleva al máximo nivel el estado de alerta sobre la crisis humanitaria que el ISIS ha generado es bienvenida pero parece insuficiente.

Si bien esa Resolución es encomiable por adoptar medidas punitivas contra miembros del ISIS, por advertir que sancionará a quienes la asistan o financien y por condenar su sangrienta conducta, no hay en ella muestra ni señal de que fuerzas de la ONU se desplegarán en la zona (a través de Estados Unidos, de la OTAN o de una mayor agrupación de estados miembros que están en la obligación de colaborar de acuerdo a sus posibilidades).

Esta acción parece necesaria para paralizar primero y destruir después a un grupo compuesto por alrededor 10 mil asesinos dispuestos a seguir cortando cabezas, a ejecutar colectivamente a hombres y mujeres y a lapidar a diestra y siniestra.

Más aún cuando, bajo la actual situación, no existe ninguna posibilidad de buscar con el ISIS (ni con nadie en la zona) “una solución pacífica…y democrática” como plantea un comunicado peruano luego de expresar, con propiedad que respaldamos, su más enérgica condena a los actos de barbarie en Irak sin aludir al ISIS por su nombre.

Por lo demás, la demanda de acción no proviene de gentes irracionales sino de entidades tan pacifistas como el Vaticano.

En efecto, antes de que el Consejo se reuniera de emergencia hoy, el Papa remitió una carta implorando al Secretario General de la ONU Ban Ki-moon a hacer todo lo que éste pueda para impedir que el ISIS prosiga con su campaña genocida. Si el Consejo de Seguridad entiende que unas medidas coercitivas que no implican el uso de la fuerza sobre el grupo terrorista y sobre los que lo financien es suficiente, entonces es claro que la seguridad colectiva no responde a los mínimos requerimientos que esa tarea demanda.

Al respecto, no se nos escapa la gigantesca problemática de la zona ni la de las interrelaciones existentes entre una brutal guerra civil (Siria), países que deberán reconstruirse sea unitaria o federalmente (Irak), entidades emergentes (el Kurdistán), el ambiguo rol de una eventual potencia nuclear (Irán) y el conflicto palestino-israelí y sus múltiples ramificaciones.

Y tampoco estamos desatentos a la disposición norteamericana a actuar sólo desde el aire (como ante ocurrió con Alemania en las guerras balcánicas).

En efecto, este escenario es extraordinariamente complejo. Como complejo es el ISIS que, en apariencia, no sólo se ha establecido territorialmente sino que, a través de la venta ilegal de petróleo se financia en el mercado negro incrementando su autonomía.

Pero paralizarse frente a la complejidad puede implicar también incapacidad para no reconocer un problema de especificidad evidente (p.e., la matanza de cristianos y yazidíes).

Por lo demás, pretender que el problema deba ser resuelto por Irak cuando su excluyente gobierno chiita no ha podido integrar a la población sunita (quizás un factor contribuyente a la existencia del ISIS) o por los kurdos que luchan por su sobrevivencia, es pretender que el genocidio va a esperar la llegada de un nuevo ciclo político en la zona.

Al respecto el UNASUR, que no es un escenario en el que el Perú comande algún liderazgo, podría prestar alguna forma de iniciativa política en el marco de la ONU.

Como ello no ocurrirá, quizás sea hora de que los miembros de la Alianza del Pacífico rompan su virginidad política y pregunten al Consejo de Seguridad para qué son buenos.

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