Alejandro Deustua

12 de mar de 2007

Corporativismo Expansivo en una Parte de Suramérica

Confirmando que la solución de los problemas estructurales de la región no son suficiente incentivo para ciertos líderes regionales, algunos, como el presidente Chávez, están dispuestos a sacrificar la mejor oportunidad de progreso económico y político que se presenta en el área en casi medio siglo para lograrlo.

En efecto, luego de desaprovechar el excepcional ciclo expansivo de la economía global (que ya anuncia término) y las ventajas de un período de relativa homogeneidad política en la década de los 90 para generar desarrollo e inclusión, el presidente de Venezuela desea conducir a la región a una nueva guerra fría sin importar el costo.

Y para hacerlo, coincidiendo con patrones de conducta de potencias extraregionales emergentes, el señor Chávez ha superado la etapa del ejercicio de la influencia externa en busca de socios latinoamericanos para proyectar ahora su beligerancia desde el mismo territorio de sus aliados. Con ello no hace otra cosa que incrementar la escala del conflicto intrahemisférico y agudizar la fragmentación regional. Esta es la consecuencia del uso que ha hecho de su visita a Argentina y Bolivia el presidente de Venezuela planeada para contrarrestar la del presidente norteamericano por la región.

En efecto, a Chávez no le ha bastado quebrar todas las normas de la diplomacia al respecto sino que ha innovado peligrosamente la estrategia militar de su política exterior. Así, en una demostración de organización de contra-alianzas como nunca había ocurrido antes en Suramérica, Chávez ha empleado territorio argentino y boliviano para desacreditar visitas que un Jefe de Estado (el de Estados Unidos) realizaba a vecinos de los países que visitaba (Brasil y Uruguay).

Para colmo de males, el Canciller argentino, luego de que su presidente avalara la presencia hostil de Chávez en un evento local (cuyo mejor resultado fue el de escalar el conflicto con Estados Unidos y pretender deslegitimar a los presidentes Lula y Vásquez), se ha permitido aclarar que, en lo ocurrido en ese acto, la autoridad argentina "nada tuvo que ver".

Al respecto debe recordarse que mientras el Canciller argentino decía lo que decía y su presidente aseguraba que no podía impedir los deseos de su huésped, la visita oficial de Chávez a la Argentina acababa de concluir para continuar, sin solución de continuidad, con el encuentro antiyanqui con "organizaciones de base" (entre ellas piqueteros local e internacionalmente bien articulados y, lamentablemente, la madres de la Plaza de Mayo).

Mientras tanto, el Canciller argentino prefería olvidar la reciente visita del Sub-Secretario de Estado Nicholas Burns que, con sentido práctico, había encontrado que la relación entre Estados Unidos y la Argentina había mejorado en todos los planos.

Esta visión poliédrica de la política exterior argentina en relación a Venezuela y Estados Unidos fue luego compartida por el presidente de Bolivia. Incapaz de demorarse un día más en su visita asiática, el presidente Morales decidió regresar de esa potencia capitalista que es el Japón para denunciar con Chávez, en La Paz, al capitalismo al que pide ayuda y a sus articuladores democrático-liberales para preferir a los corporativos.

Para ello los presidentes de Venezuela y Bolivia suscribieron acuerdos de inspiración contraria el libre comercio (al ALBA y un tratado patrocinador del trueque -el tratado de libre comercio de los pueblos-), adoptaron compromisos no coincidentes con la democracia liberal (una cumbre de movimientos sociales y gobiernos a celebrarse en junio en Cochabamba de inspiración corporativista) y se enrumbaron hacia la formación de una cartel de productores y exportadores de gas (que, por su formato y oportunidad, puede parecerse a la OPEP de los 60 que coadyuvó a radicalizar el conflicto Norte-Sur). En ese marco, que no recordó a las eficientes instituciones financieras regionales como la CAF, se comprometió también el concurso boliviano con el Banco del Sur de clara inercia centrípeta y objetivo antimultilateral, hasta hoy.

Como es evidente, luego de una etapa meramente confrontacional, hoy aparece en la región la pretensión de unos pocos liderados por Chávez, de definir un orden latinoamericano de carácter antioccidental y aislacionista que tiene el sentido integrador de los excluyentes. Ello ocurre cuando cinco países latinoamericanos deciden confirmar su vocación hemisférica con quien representa a la primera potencia occidental al margen de que ese representante no esté en su mejor momento político.

Para confrontar esa disociación que evoluciona al implante de una nueva forma de corporativismo en América Latina, el silencio norteamericano destinado a no otorgar a Chávez el status de interlocutor paritario, es insuficiente Como tampoco sirve el silencio latinoamericano sobre la creciente fragmentación regional estimulada por la radicalización protofascista de uno de un par de miembros del sistema.

Los países latinoamericanos con vocación de apertura, de orientación liberal en cualquiera de sus formas y de ilustración occidental deben reaccionar.

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