Alejandro Deustua

31 de mar de 2015

Cumbre Americana

Veintiún años después de que en la primera cumbre americana los Estados del “Hemisferio Occidental” (salvo Cuba) suscribieran el acuerdo para conformar una zona de integración americana, el próximo 10 de abril en Panamá se reúne la séptima versión de esa cumbre sin ALCA, con Cuba, y sin que el Hemisferio haya recuperado identidad relevante.

En efecto, la cumbre se realiza sin haber logrado remontar la crisis de la OEA (aunque un nuevo Secretario General haya prometido una gestión de recomposición regional) en la que, a la fragmentación ideológica se ha unido la erosión de los escasos niveles de integración del área. Ello incrementa la incertidumbre sobre las desiguales ganancias de bienestar logradas y la pérdida de competitividad latinoamericana mientras Estados Unidos la reinventa.

Por lo demás, mientras las realidades regionales importan cada día más sea como sedes de conflictivo progreso (Asia), de lenta recuperación económica y fuerte repunte geopolítico (Europa) o de generación de conflictos mayores (el Medio Oriente que colapsa en anarquía), América profundiza su irrelevancia estratégica.

En este crítico contexto, la cumbre podría centralizarse apenas en la recuperación de un pasivo: la primera participación cubana en una reunión interamericana desde 1962. A pesar de que la suspensión de ese Estado totalitario por la OEA fue levantada incondicionalmente en el 2009 y de que Cuba se ha negado a reincorporarse a ella, Raúl Castro querrá reforzar su diálogo con los Estados Unidos sin abandonar las banderas antimperialistas en la región. Su alianza con Venezuela encontraría eco parcial en la reiteración de la defensa de represores venezolanos sancionados por la primera potencia y el rechazo a la extraordinaria calificación norteamericana de la amenaza venezolana (confrontación y represión internas y desborde externo) reclamará su sitio.

Siendo estos asuntos relevantes, lo es más el hecho de que América Latina crezca este año apenas 1.3% (menos que el Medio Oriente -3.2%- y que el África Subsahariana -4.9%-) y que la proyección se confirme para el 2016 (FMI) en el marco de perfomances decrecientes desde el 2011. A esa carga se agrega la creciente brecha con Asia donde la Alianza del Pacífico y el TPP ponen sus esperanzas.

Por lo demás, los países de UNASUR cuyos mentores acabaron con el ALCA en nombre de la identidad regional, hoy no sólo crecen menos que norteamericanos y centroamericanos sino que han contribuido al deterioro del comercio intralatinoamericano de apenas 19% como pico (2011, BID). Ello se ha expresado en un deterioro de las exportaciones (-10.9% el año pasado, ALADI).

Al respecto es oportuno notar que uno de los principales mentores de UNASUR (Venezuela) sea el campeón de la monoproducción y de la dependencia como modelo de desarrollo y que el otro, responsable del 40% de la economía suramericana, haya puesto en riesgo al primer núcleo de comercial del área (Brasil-Argentina), retraído su potencial como locomotora económica y arriesgado su status de potencia emergente.

Por lo demás, en un marco de mayor inversión extranjera hacia los países en desarrollo (el año pasado creció 4%, UNCTAD), en América Latina ésta bajó -19%.

Bajo estas condiciones, que incluyen una pérdida de influencia estratégica en todos los continentes mientras Estados Unidos parece interesarse más por su esfera de interés inmediata (México y Centroamérica y el Caribe), la relación hemisférica debe ser recompuesta por razones superiores a las de Cuba y Venezuela. La paz en Colombia es una de ellas. La Alianza del Pacífico puede ser el gran articulador.

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