Alejandro Deustua

12 de may de 2005

Cumbre Árabe-Suramericana: Avance y Desequilibrio Estratégicos

13 de mayo de 2005

Los geopolíticos latinoamericanos han sido persistentes en la idea de que la lejanía de los centros principales de conflicto constituía una ventaja estratégica para la región. El ejercicio de ese postulado, sin embargo, no ha traído a Suramérica ni desarrollo ni incremento de poder. Más bien la insistencia en él ha generado una predisposición a la pasividad en la defensa extraregional y la falta de participación en acontecimientos de seguridad decisivos para la humanidad (las dos guerra mundiales son ejemplo suficiente al respecto).

A esas desventajas se agregan hoy las propias de la falta de contacto suficiente en un escenario global de creciente interdependencia. Esa autoexclusión ha derivado en la inhibición del poder de los países suramericanos, debilitado su status regional, menguado su influencia multilateral y complicado su participación en la construcción de regímenes internacionales.

Por ello la aproximación coordinada a otras regiones o conjunto de países, como hoy ocurre con los árabes, debe ser considerada como generalmente positiva.

Dicho eso, sin embargo, el carácter estratégicamente complejo de esa interacción desde una posición poco cohesionada requería un especial esfuerzo de equilibrio con la contraparte. La reciente cumbre árabe-suramericana no ha satisfecho adecuadamente este requisito.

Ello es evidente si se empieza por la constatación de carencia de niveles adecuados de cohesión intraregional. Suramérica se ha presentado a esa reunión en momentos en que las fuerzas de fragmentación vuelven a hacerse presentes en la relación entre sus principales países. Así, a la desconfianza colombiano-venezolana hoy se agregan nuevos desentendimientos entre Argentina y Brasil y entre Perú y Chile. En tanto esa divergencias trascienden hoy la rivalidad económica e incorpora la de status y de seguridad, es claro que la posición suramericana no era la mejor para articular extraregionalmente nuevas vinculaciones estratégicas.

En segundo lugar, esos requerimientos debieron comprometer una disposición incluyente en relación a aquellos socios que mantienen con los países árabes una relación en la que los intereses en juego tienen carácter primario. Especialmente si ese interlocutor es el primer socio hemisférico. Si la admisión de la participación norteamericana podría haber sido un exceso desmerecedor de la ya escasa autonomía regional, una adecuada información y el logro de un declaración balanceada sobre temas de seguridad sí era necesaria. Por los resultados, no parece que esa labor se haya realizado adecuadamente.

Por lo demás, en tanto una reunión con los países árabes incumbe de manera excepcional a Israel, los requerimientos de equilibrio implicaban la promoción de algún tipo de trato compensatorio con ese país. Si ello difícilmente podía materializarse en el Documento Final de la cumbre, los suramericanos están en la obligación de explorar maneras para incorporar a Israel en su aproximación al Medio Oriente.

Es probable que estas apreciaciones parezcan cuestionables a ciertos dirigentes suramericanos de revoltosa militancia antisistémica. Pero debiera parecerles menos criticable la preocupación árabe por dejar sentada el interés específico de cada país de ese origen en claro contraste con la generalidad de trato se otorga a los países suramericanos en el documento final. Si una de las medidas de la diplomacia multilateral son los textos en que se expresa, es evidente que el peso de los intereses políticos de los países árabes sobrepasó en presencia al de los suramericanos. Ello ciertamente refleja diferentes dimensiones de influencia que los árabes buscaron realizar con más afán que nuestros representantes.

Dentro de ello, sin embargo, es destacable que el conjunto de los participantes hayan logrado un texto de aprobación al proceso de la construcción democrática en Irak acorde con los mandatos de ONU y del esfuerzo del electorado local. Ello elimina un elemento de fricción en el trato entre las partes y debiera levantar las trabas suramericanas al apoyo político y material al proceso en cuestión.

De otro lado es necesario reconocer que en una primera reunión el éxito de la misma no podría medirse por resultados concretos y que, a la luz de la experiencia de las respectivas diplomacias, la prevalencia de la dimensión declarativa era lo esperable. Sin embargo, en ciertos acápites como el vinculado a la cooperación económica, sencillamente no es aceptable que, a la luz de la experiencia histórica, no se haya tratado el problema que los altos precios del petróleo presentan para las economías de los países no productores y lo que ella reporta como peligro al desarrollo y a las balanzas de pagos.

Y si el afán de ambas regiones de crear vínculos de comunicación cultural entre ambas debe ser apoyado en el contexto de la idea de “encuentro de civilizaciones”, también es criticable la falta de especificación suramericana de los riesgos relacionados con el fundamentalismo islámico. Ello no sólo muestra descuido sino debilidad.

Especialmente cuando el trato de los problemas de seguridad vinculados a un conjunto complejo y volátil como los países árabes parece resguardado sólo por la mención general, por toda garantía, al derecho internacional, al derecho humanitario y a la ONU. En este marco no es aceptable que en lo que toca a la respuesta a la amenaza inminente del terrorismo los países suramericanos aparezcan suscribiendo compromisos que pueden interpretarse como que su reacción pasa por el trato del caso en ese organismo internacional.

Y mucho menos que el reconocimiento del derecho de los pueblos a resistir la invasión extranjera propuesto por los árabes no aparezca calificado por la prohibición concreta de recurrir al terrorismo como instrumento ad hoc y sin hacer mención a la obligación de cumplir con los disposiciones de la ONU cuando esas tropas se hagan presentes bajo su mandato.

Similar ambivalencia presenta el trato de las armas nucleares y de destrucción masiva. Si bien la condena del uso de las mismas y la promoción del desarme en este acápite es loable, no hay una sola medida eficiente comprometida al respecto –que no sea el énfasis retórico de los tratados internacionales– cuando el escenario del Medio Oriente es precisamente uno de los más comprometidos con esta problemática.

La falta de equilibrio y de precisión en este acápite fue tratado más con imprudencia que con benignidad en la cumbre árabe-suramericana.

Antes de que ésta se vuelva a reunir (Buenos Aires, 2008) la relativa influencia suramericana adquirida en esta primera aproximación debe orientarse a corregir esos errores si el logro de mayor relevancia –la decisión regional de participar en escenarios y problemáticas extraregionales– va a tener éxito.

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