Alejandro Deustua

8 de ene de 2023

Desestabilización Regional

9 de enero de 2023

El condenable intento de golpe de Estado perpetrado por masas bolsonaristas en Brasil es un indicador lamentable de los niveles de violencia al que pueden recurrir movimientos hiper-ideologizados en América. Sin tener en cuenta las consecuencias de un escalamiento, éstas han tomado temporalmente el centro de poder de la mayor potencia latinoamericana como antes ocurrió en Washington DC con la primera potencia mundial.

Si ello indica cuán debilitada se encuentra la democracia en el Hemisferio Occidental también muestra la ceguera de las autoridades políticas que asumen el poder sin prestar suficiente atención al contexto que las encumbra. Si bien la predisposición bolsonarista a desconocer la estrecha victoria de Lula era conocida, la incapacidad del nuevo presidente de reconocer sus limitaciones y de convocar a los seguidores menos irracionales del rival para establecer fundamentos mínimos de cohesión social fue alarmante cuando Lula asumió el poder el 1 de enero.

En efecto, en esa oportunidad el presidente no sólo trazó una línea roja entre demócratas y autoritarios desconociendo que en éste último grupo se incluían millones de electores que optaron por el “mal menor” (como en el Perú en el caso de Castillo) sino que dictó lineamientos de política sobre la base del reconocimiento de que Brasil está dividido entre “dos visiones del mundo” antitéticas sin hacer nada para reducir esa brecha.

De esa resignación a la fragmentación nacional no sólo es imposible lograr mejoras de gobernabilidad y de legitimidad local por un Jefe de Estado. También se azuza la confrontación que, dadas las dimensión del Brasil y el lugar que éste ocupa en Suramérica, tiende a trasladarse a los vecinos afectados también por ese síndrome pernicioso.

En efecto, si consideramos la proyección amazónica del Brasil, podría esperarse una afectación mayor de las realidades fragmentarias de Bolivia y el Perú y, por tanto del centro suramericano. Y si se atiende a la proyección platense brasileña, el impacto del conflicto político en Argentina será también importante en un año electoral. Las complicaciones de la pacificación colombiano sobre las bases de un consenso delicado y la normalización de la relación colombo-venezolana que involucra a un Estado disfuncional (el derruido por Chávez y sus herederos) no quedarán al margen de la estridencia de la asonada brasileña.

En otras palabra, la extraordinaria inestabilidad política en la potencia suramericana no sólo tiene fuerte efecto de desestabilización adicional en los vecinos sino que éstos pierden un requerido centro de equilibrio. Bolsonaro sembró la tempestad y Lula no ha hecho nada para contenerla.

En consecuencia, las esperanzas subregionales de mejorar los decepcionante niveles de integración logrados por los grandes proyectos andino y del cono Sur también acaban de perder atractivo y utilidad como alternativa inmediata de estabilidad y crecimiento en el área. De momento, cada Estado deberá actuar por su cuenta para lograr esos objetivos y, eventualmente, intentar cooperación bilateral al respecto.

Esta temática probablemente se incorporará a la próxima cumbre de la CELAC (el foro de diálogo y concertación latinoamericano) a realizarse el 24 de enero en Buenos Aires. Pero es posible que ésta no reduzca su gran carga ideológica.

Con mayor razón, el diálogo nacional que se lleva a cabo en el Perú en el marco del Acuerdo Nacional debe arrojar resultados de fortalecimiento institucional y unitario. Medidas aisladas contra la fragmentación mayor encarnada en el secesionismo (p.e. la prohibición de ingreso al Perú de operadores del MAS boliviano) son medidas útiles pero insuficientes y tardías para contener el movimiento desestabilizador que se organiza en el sur.

Si algunos de los reclamos económicos y sociales de esos movimientos sociales pueden atenderse éstos deben acompañarse de advertencias y sanciones contra los agentes internos y externos que promueven el desborde.

Al respecto, no es conveniente minimizar los llamados insurreccionales de actores como Evo Morales como lo hacen algunos ex -diplomáticos. Menos cuando las intenciones de ese personaje tienen dimensión regional cuya sustancia “plurinacional” se asienta en la Constitución boliviana que él promovió y que sobre la base de la “integración de los pueblos” (no de los Estados) ha trasladado al Runasur y a una “América plurinacional” que desea aprovechar el momento de crisis mundial y regional para establecerse.

Esta entidad no es inerte como se pretende. Su potencial disgregante apoyado por el Foro de Sao Paulo y albergado recurrentemente en Argentina tiene tres apoyos manifiestos. El primero es el narcotráfico (el vínculo entre el Chapare y el VRAEM). El segundo es cierta “academia” (p.e. el Centro Estratégico Latinoamericano de geopolítica -CELAG- integrado por “intelectuales” como García Linera (el ideólogo de Morales), personalidades como el colombiano Samper, y los españoles Rodríguez Zapatero, Juan Carlos Monedero de los que no es ausente Pablo Iglesias. Y el tercer punto de apoyo, consiste en la manipulación de la cultura aymara -entre otras- entendida como baluarte de pureza grupal que cubre Puno, el altiplano boliviano e Iquique.

Al respecto, Castillo, quien nombró contra los usos diplomáticos peruanos, a una embajadora en Bolivia por su vínculo con Cerrón y que albergó a Morales, tienen mucho que explicar al respecto.

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