Alejandro Deustua

24 de nov de 2010

El Escalamiento Agresivo de Corea Del Norte

La República Popular Democrática de Corea acaba de escalar el conflicto con la República de Corea bombardeando con fuego de artillería -y frente a las cámaras- la isla de Yeonpyeong.

Éste incidente no es uno más en la serie de enfrentamientos que ambas repúblicas peninsulares han protagonizado desde que se suscribió el armisticio de 1953 en tanto esta vez se ha afectado a población civil surcoreana. A pesar de ello, el agresor no ha dado explicaciones de sus actos, el agredido tampoco de los suyos y nadie tiene una respuesta concreta sobre este hecho que, bajo circunstancias menos tensas y quizás en otro escenario, habría sido un casus belli efectivo.

El incidente corrobora la tendencia al incremento de las provocaciones norcoreanas este año las que han incluido el hundimiento de un buque de guerra surcoreano por un torpedo norcoreano que produjo 46 muertos (el caso continúa en investigación), la amenaza de Corea del Norte de cortar todo vínculo con Corea del Sur y la exhibición de una nueva instalación nuclear que desafía resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU que ya ha sancionado a la República Popular por embarcarse en actividades de proliferación de armas nucleares y de sus vectores.

Bajo estas circunstancias, la retaliación directa surcoreana ha sido refrenada y sustituida por el desarrollo de maniobras navales con el aliado norteamericano (que incluirá el despliegue un portaviones). Ello no es poca cosa, pero a la luz de la impermeabilidad norcoreana quizás no será muy efectiva. Por lo demás el impacto global de la agresión ya se produjo: el desafío del Grupo de los 6 (las dos coreas, Estados Unidos, China, Rusia y Japón) que no ha logrado un compromiso estable de Corea del Norte desde el 2003, mayores dudas en torno a la ya debilitada disposición cooperativa mostrada por la cumbre del G20 (realizada en Seúl), el desmentido del armonioso panorama de la cumbre de la APEC (realizada en Yokohama), el agravamiento de la incertidumbre económica generada por los problemas fiscales y de deuda en la Unión Europea y hasta el ensombrecimiento inaugural de la nueva estrategia de la OTAN.

Todo ello indicaría que la paciencia para soportar la desestabilización permanente que genera esta reliquia de la Guerra Fría es excesiva y que, por serlo, debería haberse agotado. Pero la paciencia es acá extraordinariamente elástica y necesaria debido a las características específicas de ese conflicto regional en un continente en el que el conflicto reina y el balance de poder es regla a pesar del incremento sustancial en él de la interdependencia (como ocurre también en el Medio Oriente) y de la sobredimensionada calificación de su clima político y de negocios.

En ese escenario, Corea del Norte y del Sur, han protagonizado en la última década un promedio de algo más de un incidente anual en tierra y mar. En tierra éstos se han caracterizado por el intercambio de fuego sobre la frontera no delimitada (la zona desmilitarizada de 2 kms. de ancho a cada lado de la línea aproximada del paralelo 38). En el mar los incidentes han sido más graves: el ataque a naves de guerra (dos hundidas y una dañada) y pesqueras en el Mar Amarillo. Sin embargo, hasta ahora no se había atacado a poblaciones civiles (salvo a individuos asesinados o secuestrados).

Estos incidentes se contextualizan en una situación político-diplomática extraordinariamente inestable. Luego de los intentos de la Cruz Roja (1971) para reunir familias de ambos lados, se han sucedido una serie de arreglos de pacificación, reunificación, no agresión, desnuclearización, no proliferación (acceso de Corea del Norte al TNP en 1985), asistencia nuclear (Estados Unidos ofreció reactores de agua ligera a cambio de la cancelación del programa de enriquecimiento de uranio) y cooperación económica y política (que llevó a la primer cumbre entre las dos coreas en el año 2000). Todos ellos han fracasado debido a la insistencia norcoreana de exigir siempre algo más, adquirir capacidades nucleares y legitimar su status sin haber resuelto los graves pasivos totalitarios, militares y sociales que caracterizan a esa potencia.

Ello ha llegado este año al punto en que la amenaza norcoreana a Corea del Sur de romper todo vínculo se enmarque en el anuncio de 1999 cuando informó que no se consideraba vinculada por los acuerdos con su vecino. Ello generó serias dudas sobre la vigencia del armisticio de 1953 y, por tanto, la hipótesis de guerra no pudo sino actualizarse.

En ese contexto, China, de la que Corea del Norte depende abiertamente, no ha deseado presionar a su protegido para inducirlo a un comportamiento externo menos agresivo y más previsible. Al respecto debe decirse que China no procedió a ello ni cuando Corea del Norte “padeció” una hambruna que, entre 1995 y 1997, que produjo entre 250 y 500 mil muertos. Tal es la utilidad de la dependencia norcoreana de China que considera a su protegido una proyección de Manchuria.

Luego, en el 2003, en el contexto de la denuncia por Corea del Norte del Tratado de No Proliferación, de la falta de voluntad china y del fracaso norteamericano en el diálogo directo con el país (que luego consideró a la República Popular Democrática como parte del “eje del mal” para desconocerlo luego) Corea del Sur, Estados Unidos, China, Rusia, Japón y Corea del Norte decidieron intentar el plurilateralismo (el G6). Tampoco ello ha conducido a buen puerto.

El fracaso reiterado no ha eliminado la utilidad eventual del G6, sin embargo. Al punto que algunos explican el grave incidente de Yeonpyeong como una maniobra norcoreana orientada a forzar a ese grupo a realizar concesiones (que podrían ir desde la reanudación de relaciones diplomáticas con algún miembro hasta la obtención de nuevas garantías de seguridad) como paso previo a conversaciones futuras. Que Corea del Norte intente el chantaje en lugar del diálogo en el foro creado para negociar con ese Estado no es extravagante en su perspectiva. Pero el intento de extorsión es una explicación que se ha brindado luego de cada crisis sin que, a pesar de ciertas concesiones, el G6 haya obtenido nada por ello. Por tanto, la explicación se ha probado inexacta o insuficiente aunque el foro siga siendo una alternativa importante.

Otra explicación, surgida en medios relevantes, involucra la necesidad del tercer heredero del gobierno norcoreano –Kim Jong Un, que sucederá a Kim Jong Il quien a su vez fue designado por Kim Il Sung- de consolidar el poder de esta curiosa dinastía familiar con un esfuerzo nacionalista que comprometa a las fuerzas armadas. Éstas, una de las más grandes del mundo con 1.2 millones de hombres que consumen el 25% del PBI en uno de los países con mayor índice de desnutrición, son, como es evidente, fundamentales para la permanencia del gobierno.

A estas razones pueden sumarse otras como la reiteración periódica de la capacidad de generar inestabilidad que requiere todo gobierno totalitario. Ésta puede ser la principal explicación. Sin embargo, hay otra razón se suma de la más pura ortodoxia en las relaciones internacionales: la delimitación marítima y territorial (y, por tanto, la de la consolidación de la soberanía).

Teniendo en cuenta que el armisticio de 1953 no es un tratado de paz ni de límites, éste sólo generó una zona buffer alrededor del paralelo 38 cuya línea se demarcó militarmente en función del armisticio. El límite terrestre entre las dos coreas no está adecuadamente establecido como tampoco lo está el límite marítimo proyectado en el Mar Amarillo (escenario del incidente) ni el que se proyecta en el Mar de la China. Y tanto Corea del Norte como Corea del Sur reclaman para sí la isla de Yeonpyeong –el lugar del incidente- vinculándola a sus respectivos espacios marítimos aunque los habitantes de la isla sean ciudadanos surcoreanos. Corea del Sur efectuó disparos de salva sobre el mar de esas islas en el entendido que ésta le pertenece. Y Corea del Norte bombardeó la isla habitada con fuego real causando muertes en el entendido de que la isla es suya.
 

 
En este caso estaríamos frente a un escenario primario generado por una controversia marítima que se complica luego interactuando con las complejidades del oscurantismo de un régimen totalitario, su apetencia de poder y su vinculación con una gran potencia en un contexto geopolítico regional extraordinariamente conflictivo (el asiático) que, a su vez, interactúa con un sistema global en plena redistribución de roles y capacidades.
 

 
Si tal es la complejidad coreana lo mismo puede decirse del incidente de Yeonpyeong. Ello, sin embargo, no resta especificidad al mismo ni al requerimiento coactivo que la comunidad internacional debe plantear a Corea del Norte a través de China primero, de los demás miembros del G6 y del Consejo de Seguridad (esta vez bajo las medidas más severas del capítulo VII).

No debemos esperar que el 2011 lleve al 2012 y así sucesivamente con la simple la esperanza de que el nuevo dictador coreano de 27 años entre en razón. Si ciertos países suramericanos no desean vela en este entierro, los países latinoamericanos del Pacífico están obligados a expresarse. En efecto, si la paz y la estabilidad en ese océano está en cuestión ello también corresponde al ámbito hemisférico donde se debe actuar políticamente más de que los defensores de Corea del Norte no se pongan de acuerdo. Luego de ello se debe proceder a proponer un tratado de paz en la península del que emerja un límite adecuado entre los dos Estados que deje abierta la puerta a una posterior reunificación.

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