Alejandro Deustua

8 de abr de 2015

El Techo Bajo de la Economía Global

Cuando antes de la crisis financiera los precios de los commodities alcanzaban su pico la sugerencia de que un extraordinario ciclo económico basado en el denominado “modelo primario-exportador” creaba también fuertes vulnerabilidades regionales era generalmente anatema para autoridades y empresarios y causaba muy mal humor. La confusión entre el pesimismo atribuido al panelista (p.e., el suscrito) y la señalización del riesgo no sólo era evidente sino que parecía bloquear la discusión sobre necesidad de diversificar la economía en tiempos de bonanza y dentro de nuestras capacidades.

Luego vino la crisis, el colapso de los precios y el fin del “superciclo”. Lo que era probable no sólo devino en posible sino en realidad cataclísmica mientras en los medios la realidad del riesgo se cubría con el incremento de las muy minoritarias exportaciones no tradicionales (especialmente las agroexportaciones) que ahora tampoco crecen muy ágilmente.

Por lo demás, para muchos de los que reconocían el problema, éste parecía ser sólo de comercio exterior. Pocos identificaron el riesgo de una fuerte retracción de las inversiones extranjeras y nacionales si un colapso, como el del 2009 ocurría. Y, al calor del incremento de las clases medias, mucho menos se identificó la posible retracción del consumo.

Algunos, que ya habíamos sido testigos de los prolegómenos de la crisis mexicana de 1994 cuando las cifras la anunciaban pero el buen ambiente que el NAFTA generaba producía también percepciones que se probaron erradas, no insistimos como debíamos haberlo hecho.

Por lo demás, poco se ha discutido en nuestros países sobre quiénes resultan ganadores (o pierden menos) cuando una crisis sistémica se produce. Si luego de las crisis del petróleo de los años 70 del siglo pasado, los países desarrollados resultaron amplios ganadores y los desafiantes países en desarrollo en busca de un Nuevo Orden Económico Internacional a través de los No Alineados y del G77 resultaron grandes perdedor económicos y políticos, ciertamente no estaba demás pensar un poco en qué ocurriría luego de que la crisis del 2009 terminara.

Embebidos en la realidad de que las economías emergentes añadían gran potencial al crecimiento mundial e ilusionados con que lo liderarían por un tiempo cuyo plazo no se vislumbraba, pocos se atrevieron a dudar de esa tendencia anómala. Ganados por la ilusión sistémica, no sólo no habíamos comprendido bien la magnitud de la crisis sino que frente a los requerimientos del Banco Mundial en el sentido de que los países en desarrollo con mayor potencial debieran procuraran saltar escalones orientándonos a los servicios para no afrontar la costosa fase del desarrollo industrial no pareció ser adecuadamente evaluada por autoridades y analistas de esta parte del mundo.

Por lo demás, el persistente anuncio de un futuro de mediocre crecimiento denominado el “nuevo normal” por el conjunto de los multilaterales (que formaron parte del problema en la era expansiva por su falta de previsión) no llamó la atención tanto como el reciente anuncio del FMI de que la crisis termina con una importante pérdida de potencial de crecimiento global y que, en ese contexto, los países desarrollados (especialmente Estados Unidos) recuperan el rol de principales locomotoras del crecimiento internacional postergando a los emergentes aún bajo castigadas condiciones.

En efecto, el FMI acaba de anunciar que el potencial de crecimiento global se ha reducido de manera importante debido a problemas de escaso dinamismo económico (menor crecimiento de productividad y de capital productivo) y a problemas demográficos (ya no de exceso de población sino de envejecimiento de la misma). La combinación de ambos factores es el principal problema de los países desarrollado, mientras que el menor crecimiento de la productividad y del capital productivo es el gran escollo de los países en desarrollo que impedirá que el crecimiento llegue a niveles pre-crisis.

Con tono frío y sin mayor esfuerzo el FMI sugiere que, en consecuencia, un lugar común: que las políticas correctivas de esa problemática deberían estar orientadas a incrementar el capital productivo y la productividad en ambos grupos de países aunque en los desarrollados el desbalance demográfico constituirá un freno para la mejora esperable.


 
Y en lo que hace a los países en desarrollo, lo recomendable es la inversión en infraestructura (que ya es moneda corriente aunque escasa), incrementar el estímulo a la investigación y el desarrollo (un asunto de muy largo plazo y cuyos retornos no estarán en línea con un gran progreso) y emplear políticas monetarias y fiscales de apoyo a la demanda para incrementar la inversión y la acumulación de capital (no todos, como Brasil, tiene espacio suficiente para ello).

Lo que no dice el FMI es que el capital “improductivo” existe en abundancia en las bolsas de valores de los mayores mercados de capitales y que éste no se está trasladando a la economía real (el DOW y el NASDAQ han superado hace rato los niveles pre-crisis). Mejorar el clima de negocios como también se recomienda a manera de lugar común, no es entonces una garantía mientras los rendimientos en el mercado financiero foráneo sigan siendo superiores a los de la economía real local.

Esta fenomenología, traducida en la conocida “exuberancia racional” y siendo la causante de la crisis del 2009 parece estar repitiéndose con los costos de desigualdad y de bienestar correspondientes mientras los países latinoamericanos, por imprevisión, vuelven a padecer términos de intercambio negativos y más caras perspectivas de financiamiento.

De otro lado, si la fenomenología se repite, la tentación de reiterar diagnósticos autárquicos e iniciativas de economías cerradas puede volver a plantearse (como de hecho viene ocurriendo con varias formas de proteccionismo en la región y el mundo).

Es en ese marco en que la CEPAL nos anuncia que este año América Latina y el Caribe crecerán no sólo menos de lo esperado sino apenas en niveles similares del 2014 (en torno al 1%). Con un añadido, Suramérica crecerá casi 0% halada por la problemática de Brasil, Argentina y Venezuela. Si como resultado, las economías más pequeñas y débiles de la región (como Bolivia) liderarán el crecimiento, algo muy malo está pasando en el área.

Cuando el contexto global no nos es favorable, los suramericanos siempre esperamos algo de herramientas regionales como la integración que agrega valor y escala a nuestras economías. Hoy esto no es posible gracias a economías como la de Venezuela, Brasil y Argentina que hacen inviable la construcción de un mercado regional.

Para salir de ese problema hay dos posibilidades: que esos gobiernos corrijan drásticamente el rumbo o que los países del área que tienen mínimos grados de integración con capacidad de generar bienestar y eliminar la discriminación los dejen atrás en materia de complementariedad y de inserción internacional productiva hasta que aquellos entiendan que el daño que producen está lejos de ser sólo nacional.

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