Alejandro Deustua

14 de feb de 2007

Haití: La Condición Latinoamericana de la Minustah

Luego de Estados Unidos, Haití fue el primer país americano que proclamó su independencia. Lo hizo combatiendo contra tropas francesas cuyo poderío confrontaría luego al resto de la Europa monárquica pero a costa, en1804, de reducir la capacidad de Napoleón de mantener la defensa de sus posesiones norteamericanas.

Es más, el triunfo haitiano en el Caribe facilitó la tarea estadounidense de expandir progresivamente su territorio adquiriendo primero la Lousiana. La dimensión geopolítica del empeño haitiano fue tal que se reflejó, por tanto, en la construcción del heartland de los Estados Unidos y en el posterior dominio por esta potencia de la cuenca del Caribe.

Ese gran empuje bélico, sin embargo, se tradujo en ingobernabilidad crónica en Haití. Tal dinámica autodestructiva, redefinida por dictaduras sangrientas como la de Duvalier, evolucionó a la inviabilidad patente en la última década del siglo XX (Haití tiene hoy un per cápita de menos de US$ 500).

Desde entonces, la ONU intentó rescatar a ese Estado fallido a través de diferentes misiones de pacificación, de apoyo y de establecimiento del orden. Éstas no sólo no tuvieron éxito, sino que la violenta anarquía reinante en Haití impidió un desembarco de los Estados Unidos, ya consagrado como única superpotencia, a mediados de los 90.

Con la crisis política que empantanó los gobiernos de Jean Baptiste Aristide potenciada por la completa falta de autoridad, la corrupción y el crimen organizado (en el que se destacan el secuestro y el narcotráfico), el vacío de poder se hizo insostenible. En el 2004, la ONU ordenó entonces el despliegue de una Fuerza Multinacional Provisional para asegurar el entorno de seguridad y desescalar la crisis política y humanitaria. A su creación concurrieron iniciativas de la OEA y del CARICOM.

Sin embargo, frente a la ineficacia del gobierno de transición en el establecimiento del orden, la ONU dispuso el envío de una fuerza multinacional sostenida sobre la anterior que, con 6700 efectivos militares y 1622 policías, debía contribuir a construir un entorno de seguridad, facilitar el proceso político de reconciliación, generar de gobernabilidad y desarme e impulsar la protección de los derechos humanos seriamente violentados en Haití.

Esta fuerza, denominada MINUSTAH, es comandada hoy por una oficial del ejército brasileño. A ella contribuyen sustantivamente fuerzas peruanas junto con otras provenientes principalmente de países latinoamericanos.

En tanto esta fuerza es considerada indispensable para consolidar mínimamente los avances logrados en Haití, se espera la extensión de su mandato, que vence este 15 de febrero, en un plazo no menor de un año con los mismos niveles de efectivos. Además, para mejorar su eficiencia y sus resultados, los vicecancilleres y viceministros de Defensa de los países latinoamericanos participantes (Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador, Guatemala, Paraguay, Perú y Uruguay) acaban de reunirse en Lima.

Aunque, como se ha dicho, estos países aportan la mayor cantidad de fuerza, la MINUSTAH está también integrada por tropas de diversos países de Europa, Asia y África. Sin duda de que esa participación es bienvenida en tanto representa el esfuerzo de la comunidad internacional por un país pequeño pero geopolíticamente importante como Haití. Sin embargo, y sin desmerecer el aporte de estas últimas, quizás los componentes latinoamericanos de la MINUSTAH debieran incrementar su compromiso al punto de que la tarea de establecimiento de la paz en Haití sea reconocida como un esfuerzo fundamentalmente latinoamericano.

Ello es posible y deseable. Es posible en tanto que el artículo 52 de la Carta de la ONU reconoce el rol primario de los organismos regionales en tareas de seguridad colectiva. Aunque éstas se refieren a la solución de controversias quizás podría interpretarse esa capacidad en función de una prioritaria participación regional en misiones de mantenimiento o establecimiento de la paz en territorio americano.

Y también es deseable en tanto que la condición latinoamericana de la MINUSTAH en Haití fortalecería al decaído sistema interamericano de seguridad colectiva, incrementaría el perfil extraregional de la OEA, mejoraría cualitativamente la cooperación entre las fuerzas armadas y policiales de la región con el ejercicio singular de un nuevo rol y contribuiría a incrementar la influencia latinoamericana en el mundo al hacerse cargo eficazmente de una responsabilidad global en territorio propio.

Por lo demás, si la estabilización democrática de Haití contribuye a fortalecer el rol geopolítico de ese Estado en un marco de cooperación americana, la región, hoy tan dividida, habrá logrado realizar un interés común que puede ser un potente catalizador de sus hoy minimizadas convergencias. Como es obvio, las oportunidades que el rol de la MINUSTAH abre en Haití no son exclusivas de los haitianos.

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