Alejandro Deustua

11 de dic de 2009

Implicancias de la Visita de Lula

Desde que el Perú y Brasil establecieron una “alianza estratégica” la agenda bilateral se ha densificado pero la aproximación nacional a la misma, que hacía de ese vínculo el factor determinante de nuestra relación con Suramérica, ha cambiado. Los resultados de “baja política” de la reciente visita del Presidente Lula y el contexto regional en la que ésta se ha realizado lo confirman.

En efecto, durante esa visita Perú y Brasil han privilegiado los esfuerzos de integración fronteriza y física bilaterales sobre otros asuntos regionales. En el contexto general de la crisis de la integración subregional, la agenda peruano-brasileña de hoy ilustra las nuevas prioridades: intensificar los esfuerzos de desarrollo en zonas de frontera, incrementar allí la agenda de cooperación social y ratificar el esfuerzo de interconexión entre centros amazónicos para activar nuevos espacios económicos.

Aun teniendo en cuenta que ese núcleo cooperativo gira en torno al compromiso de grandes proyectos viales interoceánicos e hidroeléctricos, el concepto estratégico de hacer de la inserción del Perú con Suramérica una función de la relación con el Brasil ha reducido el perfil.

Y está bien que así ocurra porque en los asuntos de “alta política” la convergencia de intereses se viene debilitando entre ambos gobiernos. Si pudiéramos dejar al margen la falta de atención a problemas globales (la COP-15), ello se comprueba en asuntos fundamentales como democracia (en el caso de Honduras) o de seguridad colectiva (el caso de Irán). Y ocurre a pesar de que el Brasil es una creciente fuente de aprovisionamiento militar y tecnológico y un socio determinante en el control de la cuenca amazónica.

En efecto, mientras el Perú apoya la salida electoral en Honduras, Brasil se opone a ella. Y lo hace luego de haber contribuido a una aplicación sumaria de los mecanismos de coerción de una lamentablemente devaluada Carta Democrática que ha juzgado el golpe al margen del contexto autoritario en que ocurrió (el alineamiento de Zelaya con el ALBA a contramano del mandato electoral de ese gobernante).

En este punto Brasil ha coliderado con Venezuela el desconocimiento por el MERCOSUR del proceso electoral hondureño. Ello ha implicado eventualmente una asociación con los países del ALBA (cuyos gobiernos han devaluado la democracia representativa que la Carta defiende), un alejamiento de los países más atentos al valor de la democracia representativa y una innecesaria contienda por influencia en Centroamérica con Estados Unidos.

En relación a Irán, la visita oficial de Ahmadinejad a Lula ha mostrado poca sensibilidad brasileña a la preocupación colectiva por el riesgo militar del desarrollo nuclear de la potencia persa, por la persistencia iraní en amenazar a Israel con la destrucción total, por el patrocinio iraní del terrorismo (que ha dejado huella en Argentina) y por la peligrosa asociación iraní con Venezuela y Bolivia.

En ambos casos estamos frente a una innovación del comportamiento de la potencia emergente que difiere de los intereses de una potencia menor como el Perú que no desea insertarse al mundo bajo estos nuevos términos brasileños. En este contexto, bien hacen los gobiernos de Perú y Brasil en priorizar realistamente los intereses secundarios que los acerca.

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