Alejandro Deustua

10 de mar de 2005

Inserción Occidental

11 de marzo de 2005

Dos grandes tendencias globales han incrementado su influencia en los últimos meses: el proceso estratégico de consolidación occidental señalado por la reaproximación transatlántica después de las elecciones en Irak y una renovada preocupación del consenso económico prevaleciente por solucionar los desbalances entre los actores relevantes identificados por el FMI.

Aunque esta tendencias reportan flujos, también indican un proceso de acomodo estructural en el que América Latina aparece nuevamente subordinada. Esa situación jerárquica, si no revertida, sí puede ser minimizada mejorando los términos de nuestra inserción externa.

Para que ello ocurra es necesario tener claro que la consolidación estructural en consideración es la de Occidente. En el campo estratégico, ésta se contextualiza en el proceso de fortalecimiento institucional europeo (la aprobación de la Constitución de la UE iniciada en España que debe culminar el 2006) y en la diplomática reaproximación entre Estados Unidos y Europa al inicio de la segunda administración Bush.

Aunque el primer proceso no devenga en el establecimiento de nuevo orden interno confederado o federal en Europa, sí esclarece el traslado de competencias de los Estados miembros a la entidad europea central y fortalece, en consecuencia, su identidad política. El segundo proceso debe confirmar la vigencia reformada de la alianza más poderosa de la historia -la OTAN- y la disposición del núcleo transatlántico a cooperar en escenarios prorizados por sus miembros: el Medio Oriente y el Asia.

En el Medio Oriente, los centros de atención principal son Irak, el proceso palestino-israelí, Irán, Siria y Líbano. En el Asia la cooperación se plantea incialmente en relación a la transferencia de armas a China. Aunque, al respecto, la identidad de intereses no sea plena, ni mucho menos, e incluya fuertes asimetrías el hecho es que la complementariedad existe y está en marcha. Y teniendo en cuenta que el objetivo consiste tanto en lograr impacto conjunto en esos escenarios como en fortalecer el núcleo generador de poder, América Latina queda implícitamente marginada de la dinámica expansiva del núcleo al que pertenece como de los escenarios principales en los que aquél debe tener impacto.

En el campo económico, la preocupación del FMI se refiere tanto a la magnitud de los debalances “insostenibles” que generan vulnerabilidad global (los déficits gemelos norteamericanos, el escaso crecimiento europeo y japonés, el oportunismo de la política cambiaria china y los altos precios del petróleo) como a los actores relevantes llamados a corregirlos (los sujetos de esos estropicios). Al hacerlo, reconfirma quiénes estan a cargo del régimen que gobierna el sistema financiero internacional y qué actores emergentes pueden contribuir a cambiarlo y, por tanto, a cogobernarlo.

Entre estos actores no se encuentra América Latina mientras que su problemática –que es la de los países en desarrollo- es definida menos por el lado de la iniciativa propia que de la asistencia ajena. En efecto, el problema de la pobreza –que reemplaza a la del desarrollo- tiende a ser considerado como un desequilinbrio que se resuelve profundizando en los países que la sufren las políticas actuales y mejorando las disposición asistencial de los actores relevantes para cumplir con los Objetivo del Milenio.

El resultado es la confirmación de un status latinoamericano de subordinación económica y de escasa relevancia política en el que no se considera siquiera que la vulnerabilidad regional activada por la crisis tiende a adquirir fácilmente dimensión sistémica (como ocurrió recientemente en la segunda mitad de los 90)

En tanto no se plantean acá consideraciones estructurales sino políticas vinculadas al sistema internacional prevaleciente, las sugerencias para minimizar en la región el impacto de su doble irrelevancia (la estratégica y la económica) deben empezar por considerar los problemas de inserción que ellas rebelan. Si entre las décadas de los 80 y 90 la apertura en nuestros países se justificó por los requerimientos de una nueva inserción económica primero y política después, quizás hoy cuando el sistema parece mejor definido por la consolidación occidental antes que por la emergencia multipolar, América Latina deba inciar una tercera reinserción: la de mejorar la condición en torno a Occidente que es su núcleo histórico.

Si, por ahora, lo que cuenta es el buen diseño de políticas antes que el planteamiento de una revolución sistémica que vendrá en el futuro, la región podría, en lo estratégico, reforzar su participación eficiente en los mecanismos de seguridad colectiva y mejorar las condiciones de su mercado interno –y por tanto, de su perfomance-, en lo económico.

Para lo primero, la región debe intensificar su disposición a eliminar las muy reales amenazas globales del narcotráfico y el terrorismo (antes que debilitar el esfuerzo como desean ciertas fuerzas emergentes) y contribuir a la solución de conflictos extraregionales en escenarios que, por relevantes, generan influencia. Ello supone replantear la importancia de estos temas en los foros hemisféricos y globales superando la inacción en la OEA (la redefinición del sistema de seguridad colectiva interamericana está paralizada), mejorando la participación en los foros globales (la ONU) y en las operaciones de establecimiento y mantenimiento de la paz (muy pocos países de la región participan en ellas y cuando lo hacen aportan pocos efectivos).

Y para mejorar la inserción económica regional se requiere políticas que disminuyan la vulnerabilidad global a los problemas monetarios (un moderado pero más decidido proceso de desdolarización es recomendable) y al crecimiento por exportaciones (la desacelaración económica en los principales mercados requiere el incremento del crecimiento por inversiones). Dado que la inversión extranjera hacia los países en desarrollo prioriza el Asia, es necesario estimular la inversión nacional tanto de los que teniendo menos suman más -el aporte de los trabajadores a las AFPs y las remesas de nacionales en el exterior- como de los que teniendo más prefieren invertir en el exterior -aquí es indispensable estimular el retorno de esos capitales-. El fortalecimiento de nuestros mercados de capitales es fundamental para reducir la vulnerabilidad, mejorar la inserción e incrementra la influencia externa de la región.

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