Alejandro Deustua

30 de dic de 2004

Políticas Burocráticas

Henry Kissinger decía en los 70 que frente a desafíos emergentes las burocracias de los países totalitarios se movían como elefantes mientras que las de los países democráticos respondían con mayor rapidez y eficacia. En la perspectiva de la post-Guerra Fría, la opinión de la superestrella no parece plenamente aplicable.

En efecto, a la luz de las fallas burocráticas de los organismos de seguridad norteamericanos antes y después del 11 de setiembre, se concluye preliminarmente que la CIA, el FBI o el Consejo Nacional de Seguridad no reaccionaron apropiadamente frente a la amenaza emergente que presentaba Al Qaeda (y luego Irak). Las fallas en los procesos decisorios de la superpotencia que tiene el mejor servicio de inteligencia del mundo se debieron a problemas de competencia interburocrática (p.e. entre la CIA y el FBI), la consecuente falta de coordinación, insuficiencia en la capacidad de análisis de algunas agencias (p.e. del FBI), insuficiencia en la recolección de inteligencia "humana" (p.e. de la CIA), inadvertencia sobre la magnitud de la amenaza inminente (p.e. del Consejo Nacional de Seguridad que calificó de simple descripción histórica un memorandum de alerta anterior al 11 de setiembre) y una inadecuada disposición perceptiva (p.e. en la Casa Blanca).

Si las agencias norteamericanas no contaron con toda la información necesaria para una adecuada reacción frente a la amenaza terrorista, sí dispusieron de elementos de juicio suficientes para elevar el nivel de alerta. Y no lo hiceron adecuadamente. En la post-Guerra Fría, la capacidad de reacción institucional de las democaracias parece disminuida.

En lo que no se equivocó Kissinger fue en la descripción de la efectiva capacidad de reorganización que muestran las democracias (en este caso, la más poderosa) para adecuar su aparato de seguridad a nuevas circunstancias. Se podrá estar de acuerdo o no con el Home Security y la Patriot Act que recorta libertades civiles, se podrá discrepar o no de las nueva disposición de los organismos de inteligencia para coordinar actividades y se podrá antagonizar la discrecionalidad con que la Casa Blanca toma decisiones de guerra (después de haber sido autorizada por el Congreso) de impacto global. Pero la capacidad de la democracia nortemericana para discurtir públicamente sus problemas a través de canales institucionales en un contexto bélico y obtener resultados en el campo no puede dejar de ser reconocida.

En la materia, el diagnóstico de Kissiger debiera ser válido también para las instituciones de los países en desarrollo. Pero ello no ocurre en países con serios problema de gobernabilidad como Bolivia derivados de la emergencia de nuevos actores políticos que no sólo han sobrepasado a los partidos políticos sino a las insituciones estatales. En lugar de adaptar estas últimas (como diagnostica Kissinger para las democracias), el presidente Mesa ha preferido abrazar directamente las banderas de la calle prefiriendo la democracia participativa a la representativa. Puede que las circunstancias bolivianas no permitan otra cosa. Pero cuando la ausencia de canales burocráticos consistentes afectan una política exterior ya extraordinariamente saturada de una política interna desinstitucionalizada, los bolivianos y sus interlocutores estamos frente a problemas mayores.

El abordaje de la política exterior por los reclamos de la calle y el desborde en su conducción está produciendo en Bolivia muy serios desentidimientos con socios como Perú y con Chile. A ello se debe, por ejemplo, que el ministro de Minería e Hidrocarburos boliviano, el señor Nogales, fungiendo de minstrode Relaciones Exteriores, haya anunciado la decisión boliviana de sacar el gas tarijeño por Ilo sólo para ser inmediatamente desmentido por el presidente Mesa que prefiere esperar que el pueblo se pronuncie el 18 de julio.

Lamentablemente, la autoridad peruana, incontinente frente a un anuncio boliviano excento de base institucional, ha sobreaccionado entusiastamente. Al hacerlo no sólo ha cometido un increíble desliz sino que, al amparar el anuncio boliviano sin refraseralo de acuerdo a los intereses peruanos, ha aparecido como simple eslabón de la política exterior del vecino-en plena confrontación con Chile- antes que como agente resolutorio de un dilema boliviano. Lo irónico es que el Perú, a diferencia de Bolivia, sí dispone en esta materia de instituciones ya reformadas. Pero, como en Bolivia, sus conductores parecen preferir el permanente apoyo del público.

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