Alejandro Deustua

14 de oct de 2014

¡Que Viva la ONU! Ahora le Toca a Venezuela

Como si la concreción de un tercer período electoral para Evo Morales (cuya arbitrariedad, amparada por 55% de los votos al 60% del conteo, se inició ayer con un ataque verbal a los países de la Alianza del Pacífico a los que Morales considera monigotes del “imperialismo”) no hubiese sido suficiente para la región (por muy anunciada que fuera), pasado mañana la Asamblea General de la ONU puede elegir a Venezuela como Miembro No Permanente del Consejo de Seguridad avalada por el grupo latinoamericano y caribeño (GRULAC).

Este extraordinario acontecimiento, tan imprudente como genuflexo, podría ser perpetrado si Venezuela logra el próximo 16 de octubre en la Asamblea General dos tercios de los votos requeridos para lograr el asiento en la instancia de la ONU encargada de mantener la paz y estabilidad del sistema internacional (el Consejo de Seguridad) desde el cual el país de Chávez y Maduro contribuirá a todo lo contrario.

Si ello ocurre, la responsabilidad será colectiva tanto en el ámbito global (el de los miembros de la Asamblea) como en el regional (el del GRULAC). En efecto, ha sido en esta última agrupación que Venezuela ha logrado el acuerdo para presentarse a la elección como representante de América y el Caribe en reemplazo de Argentina por los próximos dos años acompañando a Chile (cuyo mandato expira en el 2015).

Si bien cada grupo regional tiene en la ONU derecho a un par de representantes no permanentes desde que se amplió el Consejo de Seguridad en 1965 de diez a quince miembros, ello no quiere decir que la rotación de los turnos corresponda a algún tipo de prelación (p.e. la del abecedario) ni a la obligación de que a todo los latinoamericanos “les toque” esa representación alguna vez.

Para empezar, las normas de la ONU que rigen la materia disponen que deberán ser electos aquellos que hayan contribuido adecuadamente a los fines de la ONU o puedan hacerlo (Norma de Procedimiento 143). Que se sepa el comportamiento venezolano desde que planteó su candidatura (2007) antes del fallecimiento de Hugo Chávez ha sido todo lo contrario (en realidad, el de un gran alborotador).

Así, en el Medio Oriente ha privilegiado el trato con Irán (especialmente con el ex Presidente Ahmadinejad) cuando esa potencia se negaba, con amenazas apocalípticas, a que sus instalaciones nucleares fueran inspeccionadas por agencias de la ONU. No contento con ese desafío, el Estado venezolano estableció vínculos con organizaciones terroristas como el Hezbolah libanés mientras atacaba diplomáticamente a Israel.

Y para contribuir más a la inestabilidad fortaleció relaciones con Sadam Hussein y Omar Kadafi mientras que en África se entreveró con Robert Mugabe que, cercano a su centenario, ha radicalizado sus políticas de represión ciudadana y segregación antioccidental. El gobierno venezolano quería visibilidad y también el reconocimiento que reclaman los matones luego de lograr hazañas a costa de sus vecinos.

En ese trayecto, Venezuela se fue hundiendo económicamente luego de dividir a América Latina al punto que ahora su economía depende (un término que, en este caso, no detesta) del financiamiento chino mientras pretende poder extravagante de la mano rusa creando una zona de influencia en Suramérica vinculada con Cuba.

Por lo demás, Venezuela es ya considerada como un país en el que la violación de derechos humanos ha llegado a que instancias de la ONU le reclamen, sin respuesta, la libertad de presos políticos como es el caso del dirigente opositor Leopoldo López.

Bajo esos términos ciertamente no se puede afirmar que Venezuela sea un contribuyente efectivo a los fines de la ONU. Y menos cuando, por ignorancia o táctica, se propone la desestabilización de sus instituciones para “refundar” el sistema en un marco multipolar como si el desorden actual pudiera ser recompuesto mediante un simple acuerdo de voluntades mientras el Estado venezolano se aferra a la dictadura como práctica cotidiana sólo para no terminar de colapsar.

Todo esto ha sido expuesto ya por el ex –Embajador venezolano Diego Arria que ha sido representante de su país cuando Venezuela fue miembro respetado y no permanente del Consejo de Seguridad sin haber merecido aquél respuesta o debate.

En tanto estos hechos no son meros argumentos sino acontecimientos comprobables, ¿cómo es posible que los países del GRULA, cuyo centro es UNASUR, puedan haber propuesto esta candidatura sin tomarse el trabajo de calcular siquiera los costos de la misma? Pues bajo la misma lógica con la que UNASUR, bajo la presidencia peruana, aceptó, sin más, que el proceso electoral que facilitó el acceso de Maduro al poder había sido legítimo y que una propuesta de diálogo sin instrumentos de presión o alicientes bastaba para acabar con la polarización política en ese país.

Si esta posición fue cómplice de un atentado contra el principio de defensa colectiva de la democracia representativa, la actual propuesta latinoamericana es irresponsable frente al sistema internacional (y, por tanto, violatoria de sus principios).

Aunque los países de la región pueden todavía deshacer el entuerto no votando por Venezuela el 16 de octubre y preferir a un candidato alternativo, es difícil que lo hagan. La inercia del vecindario es complemento perfecto de la deuda de muchos con los favores venezolanos. Para el Perú el resultado será costoso y nada remunerativo si se espera que Venezuela retribuya el favor.

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