Alejandro Deustua

15 de nov de 2013

Reforma Económica con Mano Dura en China

El Partido Comunista chino acaba de convocar al 3er Pleno del 18º Comité Central. De él ha surgido un comunicado que anuncia una profundización de las reformas económicas y el fortalecimiento del poder del Presidente Xi Jinping.

La dimensión económica de esta reunión es considerada como un punto de inflexión tan importante como la decisión de apertura de Deng Xiaoping en 1978 y la definición, en 1993, de la economía china como “economía de mercado socialista”. En esta oportunidad el rol “decisivo” del mercado reemplaza al anterior rol “básico” que le fue asignado por el PC. En esa transformación, sin embargo, el Estado deberá “mejorar su papel” según la agencia Xinhua.

La dimensión “decisiva” del mercado se debería reflejar sustancialmente en la formación de precios. En apariencia, éstos serán libres en la oferta de combustibles, electricidad y otros servicios (EFE) pero no en todos. La misma liberalización parcial ocurrirá en el precio de renminbi (que mantendrá la fijación aunque de manera más flexible) y en el manejo de las tasas de interés.

El sector bancario tolerará la plena participación del capital privado en pequeños y medianos bancos. Pero en los demás habrá una mayor apertura que estará correlacionada con un mayor control (y quizás con mejor regulación).

Los resultados de estas reformas deben verse hacia el 2020 (TheEconomist). Es decir, después de que en el 2016 la economía china supere en tamaño a la norteamericana según la OECD.

Es probable, entonces, que las reformas que hoy se anuncian a través de comunicados de prensa tengan un doble carácter: favorecer la inserción de la ciudadanía china a una inmensa economía de sostenibilidad aún precaria y consolidar la ventaja estratégica de ese proceso que se transformará en mayor status de poder.

Es más, si el mercado limitado por el Estado gana un espacio liberal en China hacia el 2020, éste progresará menos en los ámbitos social y político.

En efecto, esta suerte de “perestroika” china sin el correspondiente “glasnost” implica que esa forma de capitalismo asiático no escapará al control de un doble candado: el del PC y el del Estado chinos. Entendidos ambos como sinónimos, su necesidad de sobrevivencia será satisfecha por la modernización del mercado.

En ese marco, se alentará la mayor disposición campesina del uso de la tierra (no de la propiedad) y se destrabará la fijación de residencia en el campo para favorecer el consumo en las ciudades. Pero todo ello seguirá sometido a la regulación pertinente.

Y el gran avance en el derecho de las familias consistirá en el abandono de la política de un solo hijo (que ha servido para contener la explosión demográfica y para promover el envejecimiento de la población y el desbalance entre géneros) para pasar a una nueva meta: ¡hasta dos hijos por familia!.

La reducción progresiva de la magnanimidad de apertura del Partido Comunista chino se reduce a cero conforme se sale de los capítulos económico y social.

En efecto, el núcleo del poder totalitario permanece no sólo intocado sino que emerge fortalecido. En este campo el control ganará en eficiencia con la organización de un comité de Estado para asuntos de seguridad y de un grupo de supervigilanica de las reformas en China. Ello anuncia un nuevo rol para la Fuerza Armada que quizás hará que la emergencia de esa potencia sea menos pacífica y menos interdependiente de lo que se cree.

Así mientras China ha sugerido una cierta coordinación económica con Estados Unidos para la gestión de las actuales circunstancias (que incluyen, en apariencia, el retiro gradual del “quantitative easing” por el FED), esa potencia no dudará en emplear políticas de poder en escenarios donde no confronte mayor riesgo o limitación (p.e. en los países en desarrollo).

Esa variante es una muestra de su disposición a progresar hacia una competencia más abierta en la organización de un nuevo sistema internacional en tanto China no encuentre oposición y la “emergencia pacífica” pierda sustento.

Un ejemplo de lo primer (aunque en el nivel microeconómico) se ha dado en el Perú: la oposición china a reconocer la consolidación de la gigante minera Xstrata-Newcomb a menos que Xstrata vendiera el proyecto cuprífero Las Bambas. Este condicionamiento arbitrario no fue protestado por ningún Estado.

Hoy sabemos que una subsidiaria de la principal empresa pública china es el comprador promovido coercitivamente. El propósito de la inmensa oferta realizada por éste consiste, sin embargo, menos en consolidar la presencia China en el Perú (que, sin embargo, no deja de ser importante), que ampliar su participación el mercado de la producción del cobre.

Esta forma de expresión del poder económico no tiene nada de liberal y sí mucho de crudo mercantilismo. Si éstas son las reglas de juego que se ponen en práctica en plena apertura económica, no podemos afirmar que no estamos frente al ejercicio del poder en la economía con el propósito complementario de escalar en la jerarquía mundial.

Al respecto se dirá que el ejercicio de ese “modelo” es sólo el reflejo de las intervenciones estatales en Occidente que la crisis ha demandado con serio impacto en la credibilidad de los sistemas políticos europeo y norteamericano.

Puede ser. Al respecto se podría responder que la nueva apertura del mercado chino puede ser un ejemplo de expansión del núcleo liberal hacia el Asia. Pero éste es segmentado. Y, en el caso chino, claramente separado de cualquier avance democrático.

Esta cuestión deberá examinarse y discutirse con la mayor seriedad en el Perú. Especialmente ahora que el ciclo político parece estar cambiando en América Latina dislocando la definición de democracia y quizás su vinculación con la economía.

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