Alejandro Deustua

1 de ene de 2006

Rusia: Una “sorpresa” geopolítica

2 de enero de 2006

Últimamente las fiestas de año nuevo celebran algo más que una prevista evolución temporal: eventos que, sorpresivamente, inciden en la organización espacial del mundo están opacando estas festividades e innovando el sistema internacional.

Así ocurrió en el tránsito del 2004 al 2005 cuando una catástrofe natural en el Pacífico recordó a todos la importancia del medio ambiente para la seguridad global. Y ha vuelto a suceder al inicio del 2006 cuando una medida coercitiva –el corte del suministro de gas natural a Ucrania por Rusia- impacta a Europa continental reiterando la vigencia de la geopolítica en la evolución del sistema internacional.

Según Gazprom, la empresa estatal que controla toda la cadena de producción del gas ruso (y que hace poco anunció su salida al mercado para captar inversión extranjera) el problema se reduce a una discusión de precios: el estado ruso vende a Ucrania gas a valores de la era soviética (menos de US$ 50 por mil metros cúbicos) cuando el precio real bordea hoy US$ 230.

Sin embargo, mientras el gas ruso subsididado se continúa colocando en ex -repúblicas soviéticas cercanas –como Bileorusia-, a Ucrania –como a Moldovia y Georgia- se les reclama la aceptación de un ajuste rápido. El gobierno ucraniano dice estar dispuesto a pagar lo solicitado pero gradualmente para asimilar el shock. El gobierno ruso sostiene que la negociación ya se dio y que, al fracasar, simplemente cerró la válvula.
 

 
El problema consiste en que a través de Ucrania transita buena parte del gas que Rusia transporta a Europa. Y al cortar el suministro a Ucrania, el abastecimiento europeo se ha visto afectado en 25% en momentos de mayor demanda y necesidad. Austria y Hungría son los más afectados (un descenso de 60% en el flujo). Pero Polonia ha sufrido una merma de 42%, Italia de 30% y Francia de 20% (IHT).
 

 
Al respecto el gobierno ruso alega que su contraparte ucraniana ha generado ese desabastecimiento al “desviar” los suministros europeos hasta por US$ 25 millones diarios. Ucrania, a través de su empresa Naftalgas, lo niega y su gobierno ha adelantado la posibilidad de retaliar incrementando el alquiler de la estratégica base naval rusa de Sevastopol (que otorga salida a ese potencia al Mar Negro y al Mediterráneo).
 

 
Esta complicación militar se agrega a la vulnerabilidad de la dependencia europea del gas ruso que irá en aumento hasta el 2020 cuando se calcula que Rusia proveerá no menos del 66% (2/3) del gas al continente incrementado la relación hoy existente (Ucrania depende hoy de esa fuente en 30%). En este contexto alarmante Alemania –el principal socio europeo de Rusia-, Francia, Italia y Austria han expresado, por escrito, su preocupación a Rusia y Ucrania reclamando la normalización de los suministros. Al hacerlo es evidente que trasmitens también su preocupación por el futuro comportamiento del socio ruso y por el rol coercitivo que muestra la decisión en cuestión.

La pregunta evidente es la siguiente: si Rusia estrena el año como presidente del Grupo de los 8 (cargo rotativo), si desea presentarse como un confiable proveedor de energía, si ha incorporado el tema de la seguridad energética a la agenda de la cumbre del G8, si su incorporación a la OMC depende su capacidad de generar confianza en el ámbito del comercio y si desea consolidar una relación de trabajo con la Unión Europea y la OTAN ¿por qué coacta a un vecino que se orienta a incrementar vínculos institucionales con estos dos organismos en momentos de tanta visibilidad y agrede económicamente a la UE?.

La respuesta, obviamente, la tiene el gobierno ruso. Pero la magnitud del hecho permite descartar la explicación de que se trata del mal término de una negociación mal encaminada. Mayor credibilidad tiene la que se fundamenta en la decisión rusa de mostrarse ahora como una potencia superior que es capaz de premiar (Bielorusia) y castigar (Ucrania) a dependencias del ex-imperio y de la pasada era soviética. El requerimiento de mostrarse como un interlocutor de mayor status cuando preside a la organización de los países más desarrollados (quienes cuestionan su creciente autoritarismo) y como un verdadero centro de gravedad en su área de influencia cuando ésta es vulnerada por un vecino fuerte que intenta desligarse dejándose atraer hacia otro centro –la Unión Europea y la OTAN, es ciertamente una parte de la explicación.
 

 
Pero ¿es esa necesidad estratégica tan intensa y tan de corto plazo que deba hacerse sentir al conjunto europeo y, por consiguiente, a Estados Unidos? La respuesta sería afirmativa sólo bajo una premisa: que Rusia ha evolucionado lo suficiente como para reconcentrar el poder internamente e inciar la realización de una aspiración oficial –y pública- de política exterior: apurar la redefnición del inestable orden unipolar hacia uno multipolar.
 

 
Esta conclusión supone, a su vez, otra premisa: que Rusia considera que Estados Unidos ha inaugurado un ciclo de debilidad estratégica que permite mayor libertad de acción y que no tendrá obstáculo –y más bien, asociación transitoria- con otras potencias como China. Esta conclusión parece también apresurada en tanto que, si bien la proyección de poder norteamericano puede haber mermado, su capacidad no sólo sigue intacta sino que es creciente en términos militares.

Frente a estas inconclusas respuestas emerge una afirmación contundente: que Rusia acaba de mostrar que su capacidad de realización geopolítica, aunque aún limitada, sigue siendo intensa y que tiene la voluntad para realizarla si cuenta con la capacidad suficiente (en este caso, la energética) en un escenario global en el que el precio del petróleo es una de las vulnerabilidades mayores del crecimiento económico global.
 

 
En tanto que esa aspiración es compartida por otras potencias menores de reducidas capacidades pero en similares circunstacias económicas, es posible que éstas –como algunos socios de la OPEP- se vuelvan a sentir estimuladas a emplear del petróleo como arma política (o a intesificarlo, com en el caso de Venezuela). Y también que países, de mucho menor potencial, pero con similar doctrina geopolítica (como podría ocurrir con Bolivia bajo el gobierno del señor Morales) pueda enrumbarse por similar camino en el ámbito regional.
 

 
Antes de emprender esa ruta, estos actores,deberían considerar la respuesta de los afectados y los costos de los alineamientos equivocados.

Sin embargo, cualquiera que fuera el caso, en estas fiestas Rusia acaba de recordarle sopresivamente al mundo lo que siempre fue evidente para muchos: que la geopolítica está vigente en un mundo de creciente trasnacionalización y que el uso a estos efectos de capacidad propias –como la energética- siempre estará a la orden. Especialmente cuando la insatsifacción con el orden establecido es manifiesta.

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