Alejandro Deustua

13 de oct de 2005

Un Referendum Crucial

14 de octubre de 2005

Bajo condiciones de inestabilidad, de hostilidad terrorista y de amplia oposición política externa, este 15 de octubre se celebra en Irak el referendum sobre una Constitución que debe brindar a ese Estado una organización democrática amparada por la comunidad internacional. De ser aprobada ésta, ese extraordinario acontecimiento debe conducir al fortalecimiento de la soberanía iraquí mediante la elección de un parlamento el próximo diciembre.

En juego no sólo está la viabilidad de Irak como Estado (en este caso, federal) cuya calidad jurídica podrá ser perfeccionada más tarde (especialmente mediante mayor participación de la minoría suní), sino el establecimiento de un nuevo orden en el Medio Oriente. Al amparo de la ONU –y en el medio del hostigamiento terrorista, que debe diferenciarse de un movimiento de resistencia-, éste va adquiriendo progresivamente un sesgo liberal que revolucionará, para bien, la zona más conflictiva del mundo.

En efecto, el proceso iraquí se suma a las primeras elecciones pluripartidarias llevadas a cabo en Egipto, al complicadísimo pero reconocible avance democrático en Afganistán y a las nuevas posibilidades de progreso del proceso de paz palestino- israelí luego de la devolución de Gaza y de la celebración en ella de elecciones locales.

Las fuerzas que hostigan esta incipiente y compleja articulación liberal en el corazón del Medio Oriente son inmensas. Ciertamente éstas pueden hacer fracasar el proceso electoral iraquí. Pero difícilmente lo harán al punto de obligar al retiro de las fuerzas de la coalición transnacional establecidas bajo el amparo de la ONU y lideradas por Estados Unidos.
 

 
Sin embargo, luego del desastroso manejo político de la iniciativa bélica contra Hussein –que incluyó extraordinarios errores decisorios y de percepción o, alternativamente, montaje desinformador pocas veces visto-, de la ineficiente estrategia militar de establecimiento del orden y del moroso proceso de reconstrucción iraquí, un creciente frente opositor a la permanencia de la fuerza militar en Irak se ha consolidado dentro y fuera de Estados Unidos y sus aliados.
 

 
El más articulado exponente interno de esa corriente es hoy el talentoso señor Brzezinski que propone una retirada rápida teniendo en cuenta el deterioro de la posición global de los Estados Unidos a propósito de un conflicto que, a su juicio, siempre tuvo -y debió seguir teniendo- un carácter regional. Brzezinski sostiene que la conjunción del pésima articulación diplomática, económica y militar de la superpotencia con un emergente antinorteamericanismo de amplio espectro puede conducir al aislamiento geopolítico de la primer potencia y a un consecuente desorden global . Por ello plantea un nuevo consenso bipartidista para articular una política exterior norteamericana que redefina los términos del éxito en Irak y contribuya a una retirada eficaz.
 

 
Estamos de acuerdo con Brzezinski en que la estrategia militar norteamericana para ganar la guerra y establecer la paz ha sido inconsistente y poco eficaz (especialmente después del abandono de la doctrina militar de fuerza abrumadora invocada por el General Powell durante la primera guerra del Golfo en 1991). La precariedad del despliegue, la imprevisión del escenario emergente, la incapacidad de establecer el orden de ocupación, la fragilidad de la política de reconstrucción y el mal uso del poder en otros escenarios (Guantánamo) son evidentes. Como también lo es el costo económico y de prestigio que ello acarrea a la primera potencia.
 

 
Pero en lo que el señor Brezinski se equivoca es en la propuesta de un apurado retiro aliado sin haber asegurado el objetivo estratégico ( la organización de un Estado viable en Irak), en insistir en la exclusiva responabilidad norteamericana (inhibiendo, por tanto, el concurso de más aliados) y, especialmente, en omitir toda referencia a las señales de progreso en la zona. Si, a pesar de sus sangrientas diferencias, los iraquíes aprueban la Constitución -o lo hacen luego- y establecen un consenso básico para el establecimiento de un orden democrático (aunque fuera imperfecto) que estimule la organización de una economía de mercado en ese país, el resultado será un éxito mayúsculo en un Estado cuya única virtud contemporánea fue, hasta ahora, la de haber logrado estabilidad interna brindada por un dictador genocida que procuró sistémáticamente la hostilidad externa y que confundió balance de poder con intención de hegemonía regional.
 

 
A pesar de todas sus imperfecciones y cuestionamientos el esfuerzo militar en Irak debe tener éxito. Y en tanto éste se define ahora por el establecimiento de un constitucional orden democrático y su proyección liberal al Medio Oriente, ese proceso debe ser apoyado. Quienes lo hagan no son subordinados de Estados Unidos –como insinúa el señor Brzezinski- sino aliados responsables que valoran la capacidad occidental de proyectar los beneficios de su estabilidad a zonas que generan, de manera sistemática y perversa, desequilibrio y hostilidad globales.

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