Alejandro Deustua

6 de nov de 2005

Venezuela y el “Totalitarismo Democrático”

7 de diciembre de 2005

El retiro de los partidos de oposición de las elecciones parlamentarias venezolanas no es una buena noticia para la democracia en ese país. Y tampoco lo es para la unidad y la estabilidad regionales.
 

 
Aunque estos partidos tuvieran serios cuestionamientos sobre la limpieza del proceso electoral (el uso de máquinas que permiten identificar al elector) habría sido más sensato que ellos recurrieran a los observadores en el terreno (la OEA, la Unión Europea) en lugar de presentar un escenario de confrontación incrementada que irradiará hostilidad y polarización fuera de Venezuela.

El primer resultado de esta nueva situación puede ser la desaparición de todo vestigio de representatividad que, precariamente, mantenía la denominada democracia venezolana. Si aquélla se expresa a través de partidos y éstos optan por no ejercerla, estas entidades pierden rol, legitimidad y función. De esta manera, los propios partidos contribuyen paradójicamente a incrementar la naturaleza “participativa” del sistema parlamentario venezolano.
 

 
Si el resultado es el copamiento de ese poder del Estado por los partidarios del oficialismo, el preexistente desbalance establecido por el gobierno devendrá ahora en hegemonía total. Ello ocurrirá con un agravante: a la luz de la efectiva mayoría que posee el chavismo, el régimen seguirá presentándose como estadísticamente “democrático”. En efecto, esa categoría podrá ser esgrimida contra los que cuestionan la naturaleza de un sistema que copa el Ejecutivo y los poderes judicial, electoral y legislativo (no queremos referirnos al “poder moral”).
 

 
En consecuencia, el régimen, que define el retiro partidario como una conspiración externa, agudizará su hostilidad inercial. Por lo tanto, incrementará la fricción con Estados Unidos. Esta potencia a su vez, probablemente considerará medidas de manejo de crisis en un marco que ofrece cada vez menores opciones de mantenimiento de relaciones diplomáticas “normales”. Ello, a su vez, agudizará la percepción venezolana de que una maniobra externa se cierne contra el régimen, lo que retroalimentará su sensación de amenaza.
 

 
Por lo tanto, la dinámica perversa que translada la polarización interna venezolana al escenario internacional conducirá al gobierno de Chávez a complicar aún más su relación con aquellos países de la región percibidos como “subordinados” a los Estados Unidos. Si, entre otras razones, éstos son calificados así por su disposición a suscribir un acuerdo de libre comercio con la primera potencia, es evidente que la relación con Colombia, Ecuador y Perú se deteriorá.
 

 
Y como Chávez tiene una visión geopolítica del gobierno, en este escenario tenderá a fortalecer su alineamiento con su fuente de poder externa –la dictadura cubana- y con socios estratégicos regionales y extraregionales. Con los primeros, procurará varia vías de acción. La oficial intentará vigorizar la vinculación con Argentina y Brasil poniendo en aprietos políticos al gobierno de Lula y quizás menos al de Kirchner (la afiliación al Mercosur, que se enfoca como un ingrediente del proyecto ALBA, es parte de esa aproximación).
 

 
La relación será más conflictiva si Chávez intenta definir el alineamiento de los países del Atlántico suramericano como la antítesis de los del Pacífico teniendo como referencia su menor o mayor asociación con Estados Unidos. Aunque esta inciativa se orienta al fracaso (Suramérica no es una región “marítima”), en el entretiempo Chávez habrá ganado espacio y capital político de hostigamiento.
 

 
De otro lado, la “vía extraoficial” será evidente en la relación que Chávez establezca con “sus” candidatos aliados: Morales en Bolivia, Humala (y otros, como el movimiento cocalero en el Perú).

La presión sobre Bolivia será mayor independientemente de que el señor Morales sea o no electo este mes. Si es electo, Chávez habrá encontrado un gobierno aliado en el corazón suramericano. Si no, su disposición a agudizar la ingobernabilidad en Bolivia se incrementará alentando la dimensión callejera de la presión política en ese país. Esta situación complicará la relación con Perú y Chile si las cosas no encuentran un adecuado cauce diplomático y agudizan el conflicto social.
 

 
En relación a los socios extraregionales, la intensificación de la relación con Cuba puede adquirir una carácter antisistémico mayor al ya existente. Para comenzar Castro ha vuelto a romper lanzar con la Unión Europea y, específicamente, con el PSOE español mostrando claramente una mayor disposición al conflicto que él leerá como un cambio favorable en la “correlación de fuerzas”.
 

 
Esta asociación tenderá a encadenarse con los Estados de mayor militancia antioccidental en el marco de la Opep. Allí está para demostrarlo, el elogio venezolano a Irán, potencia que intenta adquirir capacidad nuclear y que trata de ser contenida por representantes de la Unión Europea. Bastante más de este tipo de agresivo comportamiento diplomático podemos esperar de Chávez en el corto plazo.
 

 
Por ello, los organismos suramericanos que han suscrito la cláusula democrática no pueden seguir guardando silencio. Si esta pasividad pudo considerarse por algunos como prudente con anterioridad, en el futuro inmediato la abstención de un pronunciamiento que llame la atención sobre la naturaleza del régimen venezolano sólo vigorizará la disposición de un gobierno que intentará explotar el evidente malestar social en nuestros países para erosionar aún más, en ellos, la democracia representativa e inviabilizar una economía de mercado que intenta encontrar nuevos mecanismos de distribución de la riqueza sin sacrificar sus posibilidades de progreso.

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