Los acuerdos de libre comercio tuvieron un origen políticamente cuestionado desde que el artículo XXIV del GATT les reconoció, en 1947, legalidad internacional. El argumento central en contra de su aceptación consistió en que tales acuerdos, al generar ventajas más favorables para los suscriptores en relación a terceros, generaban distorsiones al libre comercio internacional. En consecuencia violentaban, se decía, dos de los pilares básicos del sistema multilateral en la materia: la cláusula de la nación más favorecida, que implica que la ventaja que obtiene un país debe ser concedida a los demás, y el trato nacional, que estimula la igualdad de condiciones a los terceros que operan en un mercado local.
A estos argumentos jurídicos se añadieron otros económicos: los acuerdos de libre comercio, al generar condiciones distintas al del comercio multilateral desviaban comercio hacia el mercado creado entre pocos desarticulando flujos organizados de acuerdo al libre mercado global. Es más, al hacerlo, dichos acuerdo no creaban comercio sino que lo distorsionaban.
Estas críticas fueron obviamente dirigidas contra los acuerdos de integración cuya piedra de base es la zona de libre comercio. La Comunidad Europea (anterior a la Unión Europea) fue cuestionada por estas razones, el NAFTA despertó en los Estados Unidos apasionados debates académicos sobre la materia y hasta el MERCOSUR recibió los embates de estudios preparados por funcionarios del Banco Mundial.
Pero los acuerdos de libre comercio se siguieron pactando en números y a velocidades crecientes (especialmente en la década pasada). En consecuencia, su incorporación a las normas de la OMC nunca estuvo en riesgo.
Sin embargo, la crítica continuó. Esta vez fue política. Mientras los acuerdos de integración tendían a ser aceptados por la masiva realidad que representa la Unión Europea y por su proliferación entre países en desarrollo, los acuerdos bilaterales de libre comercio fueron inicialmente percibidos como instrumento de las grandes potencias (básicamente de Estados Unidos) para quebrar esos bloques e influir en el tejido multilateral. La observación no carecía de fundamentos hasta que los propios países en desarrollo (especialmente aquellos que habían avanzado más en la reforma económica) iniciaron un febril esfuerzo de concertación de tales acuerdos con el propósito de insertarse mejor en el contexto internacional (el caso de Chile) o de compensar su extraordinaria dependencia de un socio abrumador (el caso de México).
Pronto vimos cómo, frente a la falta de disciplina en algunos grupos subregionales, sus miembros intentaban primero y luego optaban abiertamente por la vía bilateral para perfeccionar su inserción comercial regional y global. El caso andino es claro al respecto. Venezuela y Colombia formaron, con México, el grupo de los Tres. Bolivia lo hizo con el MERCOSUR. Luego siguió Perú con esa organización mientras tocaba la puerta de Estados Unidos y la Unión Europea. Pero antes, dentro de América Latina, la proliferación de acuerdos de complementación económica en el marco de ALADI –que incluyen acuerdos que pueden derivar en regímenes de libre comercio- fue tan grande que ese organismo tiene serias dificultades para multltilateralizar, como debiera, esos arreglos.
Pero no sólo la Comunidad Andina sintió el efecto bilateral de la falta de disciplina. En el MERCOSUR el malestar se hizo visible cuando Chile, en medio de su proceso de asociación con ese grupo, anunció la pronta conclusión del acuerdo bilateral con Estados Unidos. Y hoy, allí está el caso del Brasil que está explorando la posibilidad de iniciar negociaciones con China, país en el que coloca alrededor de US$ 7 mil millones de exportaciones (o el 70% de nuestras exportaciones proyectas de este año). Y Chile no desea perder el ritmo. Luego de suscribir con Corea del Sur un acuerdo de libre comercio, ahora evalúa también la alternativa china. Finalmente los intereses nacionales que están en la base de la proliferación de estos acuerdos están superando a los intereses colectivos en aquellos grupos de militancias más recientes y leales.
La concertación de acuerdos de libre comercio ha dejado de ser sólo un ejercicio económico para ingresar abiertamente al campo estratégico. Y aunque la liberación del comercio global por esta vía puede no ser la mejor, esta práctica ciertamente está contribuyendo fuertemente a ello. El Perú debe desarrollar al respecto una política consistente recreando el punto de partida que no es otro que el mercado interno.
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