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Alejandro Deustua

Ad Portas del G-20

Cuando los líderes el G20 se reúnan el 2 de abril en Londres, mucha de las medidas que se deberán confirmar allí (p.e., contracíclico impulso fiscal y monetario) ya se habrán adoptado, otras quedarán pendientes (p.e., regulación detallada del sistema financiero internacional) mientras que el sentido de urgencia en torno a una mayor coordinación económica y financiera podría no ser satisfecho (como no lo será el requerimiento de distribución del poder consecuente).


Quizás ello ocurra en el marco de un menor pesimismo coyuntural a la luz de la recuperación parcial de los mercados en Estados Unidos (desde el repunte del Dow Jones hasta un incipiente crecimiento en la adquisición de casas usadas) y de la mayor conciencia europea en torno a la capacidad de amortiguación económica de su extensa red de protección social.


Pero las proyecciones sobre la perfomance de la economía global, de acuerdo a ciertos organismos multilaterales, serán peores de las que esas entidades indicaban cuando, en noviembre del año pasado, se adoptó en plan de acción del Grupo. En efecto, en el 2009 la economía global se contraerá entre -1% y -0.5% mientras los países desarrollados lo harán entre -3.5% y-3% y los países emergentes y en desarrollo apenas crecerán apenas entre 1.5% y 2.5% según el FMI.


En el desagregado, estas cifras son aún más preocupantes si las tendencias indican que la primera economía nacional (Estados Unidos) se contraerá en -2.5%, el mayor mercado regional (la Unión Europea) lo hará en -3.5% y la segunda economía nacional (Japón) incrementará la caída en -5.8%. Por lo demás, la China, una locomotora principal no crecerá al ritmo necesario para cumplir con su rol global ni para impedir mayor desempleo local (el 8% necesario se ha convertido 6.5%).


Tales proyecciones de desempeño, tantas veces revisadas a la baja, indican que los flujos que definen la intensidad de la interdependencia global se han debilitado a ritmos no vistos desde la creación del sistema después de la Segunda Guerra Mundial.


En efecto, la reversión de los flujos de financiamiento normalmente orientados hacia los países en desarrollo se ha incrementado quizás en proporción mayor que la retracción de los flujos globales de capital. Y esa contracción global ascendió a 20% en el 2008 y será peor en el 2009 según la UNCTAD. Mientras tanto el comercio se contraerá este año en un inédito -9% según la OMC (la proyección de hace un par de meses era -2%) en un escenario que tiende al incremento del proteccionismo o a la adopción de medidas de protección autorizadas por ese organismo.


En este marco, las diferencias de políticas entre las principales economías se van haciendo evidentes. Así, mientras que los países de la Unión Europea se resisten a financiar el crecimiento de la demanda en las dimensiones que lo hace Estados Unidos, su presidente, el renunciante Primer Ministro checo, sostiene que las consecuencias de las políticas norteamericanas generarán desbalances aún mayores. Alemania, la primera economía europea no se muestra así de radical sin embargo (finalmente, ya ha gastado el equivalente de 1.5% de su PBI en planes de estímulo) pero se resiste a intensificar las medidas fiscales por temor a perder el control mientras que el Banco Central Europeo ni desea ni puede inyectar liquidez en el mercado siguiendo los pasos del quantitative easing del FED.


Esa posición, sin embargo, no es compartida por aquellos países que, como Hungría y los bálticos, necesitan recursos superiores a los ya proporcionados por el FMI. En consecuencia, la línea de divergencia económica surgida en Europa tiende a complicar tanto la respuesta ordenada a la crisis como la consolidación del proceso de integración más exitoso del mundo (es posible que el Tratado de Lisboa no se apruebe).


En el Asia también hay diferencia. Mientras Japón sigue la huella del activismo norteamericano, la China se ha mostrado más cautelosa y hasta ha reclamado a Estados Unidos que sus políticas no deterioren el valor de sus activos en el mercado norteamericano (los bonos del Tesoro que han convertido a China en el principal acreedor de la primera potencia).


Por lo demás, los países latinoamericanos del G20 no llevan ni una posición conjunta a la reunión de Londres ni una iniciativa de liderazgo que incremente su influencia dentro las economías emergentes del Grupo. Y si Brasil ha coordinado con Argentina una posición globalmente antiproteccionista, esas dos potencias han adoptado medidas de protección de sus respectivos mercados que tensionan el MERCOSUR. Ello deja a Estados Unidos, el país donde se originó la crisis, en el comando de las medidas más audaces en el ámbito fiscal y monetario. Pero sólo desde el punto de vista cuantitativo (alrededor del 2% de su PBI ya ha sido comprometido con la restauración de la generación de empleos, la capacidad de consumo, la regeneración del mercado de vivienda, el rescate de las entidades financieras, la reactivación del crédito y, ahora, con la regulación financiera). En efecto, Estados Unidos sigue una línea regulatoria del mercado financiero de menor rigor que la reclamada por los europeos.


Sin embargo, a pesar de todas estas divergencias, el activismo económico del G20 mantiene aún los lineamientos de la cumbre de Washington del 2008. En efecto, el compromiso interestatal a intervenir en el mercado generando liquidez, reduciendo el costo del dinero, restableciendo el crédito, promoviendo el crecimiento y procurando un rol mayor para organismos multilaterales como el FMI ha contribuido a inhibir el riesgo mayor: que las medidas nacionales llevaran al aislacionismo o a la pasividad de algunos.


Si bien los niveles de coordinación interestatal no son los deseados, la apertura esencial del sistema se mantiene, sus miembros actúan en la misma dirección, sostienen los compromisos de regular los mercados financieros que causaron la crisis y mantienen la voluntad de repotenciar la capacidad de acción de los organismos multilaterales con responsabilidad directa de asistir a los países en desarrollo. La disposición a salir de la crisis es obviamente compartida.


En Londres sabremos si esos compromisos se optimizan. Es probable que ello no ocurra con la intensidad deseada por algunos en América Latina. Por lo demás, la redistribución del poder que emane de esa reunión no quedará saldada. Ese problema se incrementará en el futuro.



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