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  • Alejandro Deustua

AMLO y Duque

Los nuevos presidentes de Colombia y México han sido electos con mayorías claras (y contundentes en el caso de Andrés López Obrador). Ello debería ser una buena noticia para la gobernabilidad en esos dos países. Especialmente si, en el caso de México, las agencias económicas especializadas (p.e. Bloomberg) afirman que el sector empresarial ha encontrado un modus vivendi con el populista y persistente ex-jefe de gobierno del DF.


Sin embargo, la magnitud de la victoria de Duque (54% vs 42% de Petro) en Colombia y la de López Obrador en México (53% vs 22% sobre Ricardo Anaya, el segundo mejor) también confirman la gran polarización política en esos dos países en relación a los partidos perdedores y hasta la eventual ilegitimación de los mismos. Ciertamente ello no puede ser un factor estabilizador y sí una complicación para la gobernabilidad en México y Colombia.


El efecto externo de esta situación no será el mejor en América Latina.


Veamos. La agenda política de López Obrador afirma que la política exterior que liderará AMLO tenderá a fortalecer la vocación “latinoamericanista” de México. Y no sólo por razones de identidad sino de balance de poder con Estados Unidos.


Esta intención no es nueva en México. Se manifestó antes de la negociación del NAFTA por Salinas de Gortari y luego también. Lo nuevo es el sustento de esa intención organizada en torno a un redescubrimiento de los principios de no intervención y de autodeterminación en su versión más bien absoluta como resultado de la reciente relación bilateral con Estados Unidos.


Ésta podría materializarse de dos formas. Primero, en términos de “respeto” a México en la relación bilateral con su vecino y de la consideración de los migrantes mexicanos como “héroes”. Ello anuncia un grado de fricción con la superpotencia. Ésta se atenuará, sin embargo, en tanto AMLO es felizmente consciente del condicionante geopolítico y económico que impone la vecindad con Estados Unidos.


Y segundo, la reinterpretación de los principios mencionados quizás implique ya no sólo una defensa de Cuba sino del régimen venezolano.


Al respecto debe recordarse que López Obrador ha tomado posición en defensa del castrismo y de su herencia en La Habana y que, si se apegara a esa perspectiva, lo hará también con el chavismo. Un atenuante al respecto podría ser su nominal compromiso con los derechos humanos, las minorías y la satisfacción de necesidades básicas de la población (los tres carentes hoy en Venezuela).


La vocación latinoamericana de AMLO puede también reflejar una expectativa de repotenciación de foros regionales hoy fragmentados como el UNASUR (con el que México desearía tener una mejor relación a pesar de no pertenecer a él por razones geográficas) y, en consecuencia, un “debilitamiento relativo”, si cabe, de la OEA.


En efecto, aunque el plan de gobierno del presidente electo de México no se refiere al foro hemisférico (un vacío que deberá ser rápidamente recompuesto) el énfasis con que se refiere a los dos principios mencionados puede entrar en colisión con la intensidad con que la Secretaría General de la OEA trata la crisis venezolana y con el Grupo de Lima que reclama el retorno de las instituciones democráticas en ese país como parte de la solución a la crisis humanitaria que el dictador Maduro ha impuesto sobre sus ciudadanos.


Por lo demás, el presidente electo mexicano tampoco se ha ocupado de la Alianza del Pacífico (de la que su país es un puntal) ni siquiera como articulador hemisférico en la costa occidental de América.


Y mucho menos como instrumento de balance de poder en el área. Para ello ha preferido, como el Brasil en otras oportunidades, señalar la intención de privilegiar la relación con grandes o medianas potencias como China, Rusia, India y Suráfrica.


Al contrario, el presidente electo de Colombia ha reiterado la posición central y privilegiada que tendrá Estados Unidos en la política exterior colombiana (quizás más en el estilo Uribe, su mentor, que en el del presidente Santos).


No como consecuencia de ello, sino más bien por la tremenda amenaza que implica la dictadura de Maduro y su expresión migratoria ya insostenible para Colombia, el presidente electo Duque se propone adoptar las medidas más duras contra su vecino. Si éstas no implican la intervención militar sí se llevarán a cabo mediante esfuerzos intensificados de aislamiento de Venezuela.


Estas medidas serán tan duras que pasan incluso por la autoexclusión colombiana del UNASUR con la intención declarada de terminar con esa agrupación tildada de chavista dando el ejemplo al respecto a sus socios liberales suramericanos.


No es ésa la posición de México. Y quizás tampoco lo sea la del poco vital Grupo de Lima. Pero podría ser la del Perú que ha comenzado a preguntarse sobre las bondades de que el UNASUR tenga una Secretaría General y hasta una sede.


Por lo demás, Duque se mantendrá firme en la Alianza del Pacífico que AMLO ignora. En ello y en un eventual apoyo al UNASUR, México podrá recibir el apoyo de los países del ALBA.


Un nuevo escenario se ha abierto está apareciendo en la región.


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