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  • Alejandro Deustua

América: Dinamismo y Fragmentación

Dos reuniones cumbre simultáneas y una inminente misión de cancilleres a un Estado de la región reflejan el dinamismo del sistema interamericano. Sin embargo, su funcionamiento regimental no es convergente entre las subregiones y es fragmentado dentro de ellas.


En efecto, la cumbre norteamericana que congrega a los presidentes de México y Estados Unidos y al Primer Ministro de Canadá se realiza en Guadalajara al tiempo que el Unasur reúne en Quito a los presidentes suramericanos. Ello coincide, con diferencia de uno o dos días, con una misión de cancilleres americanos, de pretensión ordenadora, a Honduras. Ello revela un activismo sui generis en el área motivado por problemática endógena.


Si bien cada una de estas reuniones tiene la especificad propia de su agenda y, por tanto, carece de coordinación entre ellas, las actitudes e intereses conflictivos de sus participantes en relación a algún miembro del sistema interamericano y las diferentes visiones que las fundamentan tornan aún más prescindente la necesidad de coordinación.


En el caso de la cumbre norteamericana, que se enmarca en mayor cohesión derivada de la decisión estadounidense de no revisar, ahora, el NAFTA, los temas de cooperación y divergencia entre los tres participantes culminará con una evaluación de problemas hemisféricos que difícilmente coincida con el punto de vista de buena parte de los suramericanos.


En efecto, mientras Estados Unidos y México discuten aproximaciones divergentes sobre la necesidad de incrementar la cooperación en la lucha contra el crimen organizado o sobre cómo aligerar el acceso de camiones mexicanos al mercado estadounidense y Canadá y México tratan sobre problemas de migración y visado, la coordinación de posiciones sobre el conflicto hondureño quizás no baste para generar convergencia con el sur sobre asuntos de seguridad (especialmente, lucha contra el narcoterrorismo).


De otro lado, la cumbre del Unasur, a cuya prenegociada declaración deberá agregarse el caso de la negociación de las bases colombianas a las que accederán militares norteamericanos, no contará con la presencia del Estado más interesado en este punto (Colombia) ni con la de un socio principal (Perú). Esa ausencia dejará en manos de Brasil y Chile la moderación de la beligerancia de los integrantes del ALBA que desean un fuerte pronunciamiento antinorteamericano que, a la vez de confrontar lo que perciben como un hostigamiento “imperial”, fortalezca los pilares de un esquema de seguridad propio. Evidentemente, ese eventual resultado agregará fragmentación en Suramérica y el Hemisferio.


Finalmente, la delegación de cancilleres que visitará Honduras no estará conformada necesariamente por representantes que el gobierno de facto percibe como más próximos y estará, finalmente, encabezada por el Secretario General de la OEA que cuya gestión postgolpe no ha sido entendida por ese gobierno como “imparcial” ni rigurosamente apegada a los hechos.


Esa misión, que procura el más rápido retorno de Honduras al ámbito hemisférico bajo condiciones democráticas (que el propio presidente Zelaya erosionó) seguramente avanzará en su cometido a través del estímulo político y de la coerción. Pero si, en el proceso, la OEA no logra articular una discusión colectiva sobre el contenido real de la Carta Democrática de modo de que ésta no sea definida sólo en contraposición al golpe de Estado tradicional, el esfuerzo desplegado en Centroamérica aparecerá como una licencia para la alteración progresiva del Estado de Derecho por gobernantes que se amparen en cualquier tipo de referéndum. Un mayor desorden de apariencia democrática generará entonces mayor división en el área.


En ese contexto de erosión regimental, una relativa mayor convergencia en Norteamérica que contrasta con mayor divergencia en Suramérica difícilmente tendrá como resultante el fortalecimiento de una casi inexistente comunidad interamericana. En su reemplazo, para perjuicio regional y beneficio de terceros, va apareciendo un sistema regional cada vez más sustentado en alianzas y mecanismos de balance de poder. Por falta de liderzazo de las potencias mayores e inercia programática de todos, esa dinámica puede estar acercándose al punto de no retorno.



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