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  • Alejandro Deustua

Chile: Expectativa sobre una política exterior

15 de marzo de 2006



A pesar de las fricciones electorales, la Dra. Michelle Bachelet ha asumido el gobierno de Chile al amparo de un importante consenso interno (la alta aprobación del Presidente Lagos lo indica), de una proyección internacional muy fluida (especialmente en el ámbito extraregional) y de expectativas generales de continuidad en el rumbo del progreso. Pero la austeridad de los anuncios políticos que marcó la transferencia de mando en contraste con la innovación de la relación vecinal (evidente en el caso de Bolivia) y los fuertes cambios del contexto internacional, incrementan el interés por los planteamientos desagregados de la política exterior del vecino. En términos generales el gobierno de la Dra. Bachelet seguirá afiliada a los valores occidentales que comparte con Estados Unidos y la Unión Europea, aspirará a un status de potencia intermedia liberal (al estilo Nueva Zelanda, Irlanda o Canadá), patrocinará un mejor “gobierno de la globalización”, seguirá mejorando su red de socios económicos (especialmente en el Asia), mantendrá la prioridad del ámbito latinoamericano como escenario de inserción multidimensional y privilegiará la relación con los vecinos. Eso dice el plan de gobierno. Pero será más importante saber qué hará el Canciller Foxley cuando los parámetros establecidos empiecen a cambiar en sustancia u orden. En relación con los vecinos, éstos ya empiezan a mostrar prioridades. En efecto, si la prelación protocolar tiene una dimensión estratégica (lo que ya no es una norma), la prioridad será Argentina a donde concurrirá la Dra. Bachelet en su primera visita oficial. Consolidar esa relación enturbiada por la suspensión del abastecimiento de energía transandina, entre otros problemas puede perfeccionar un proceso de entendimiento avanzado pero interrumpido con beneficio para el conjunto del Cono Sur. La segunda y más importante señal proviene de la asistencia de los presidentes de Chile y Bolivia a las respectivas ceremonias de transmisión de mando. Éstas, que no tienen precedente, abren la puerta a un “dialogo sin exclusiones” entre las partes que se orienta a un posible restablecimiento de relaciones diplomáticas y al intento de solucionar el problema de la mediterraneidad. En tanto este entendimiento generaría estabilidad e integración en esta parte del continente y porque la causa boliviana es justa y el Perú la avala, aquél debe ser apoyado. Pero no a cualquier costo. Primero, el Perú debe prevenir la incertidumbre y el desbalance político, económico y de integración que provienen de las usuales reversiones de ese trato bilateral (la última experiencia ocurrió a principios de siglo). Segundo, el Perú no podrá facilitar la solución del problema de la mediterraneidad por territorios que fueron peruanos si no se resuelve la controversia sobre delimitación marítima con Chile. Para evitar estos costos, quizás la constitución oficiosa de un escenario trilateral que respete la naturaleza bilateral del problema boliviano-chileno sea lo mejor. En cuanto a la tercera señal vecinal –la que incumbe directamente al Perú- ninguna innovación ocurrió en Santiago. Para prenderla, la continuidad no basta (la relación diplomática no está en su mejor momento). Ahora es necesario replantear la agenda positiva (el TLC es cuasiincercial) que incremente la interdependencia, restablezca el equilibrio y fortalezca la confianza mutua. La Dra. Bachelet debe ser invitada al Perú para discutir la agenda del futuro y sanear los temas del pasado. Una asociación histórica podría resultar de ello.

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