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  • Alejandro Deustua

Chipre: Una Solución Impuesta para Seguir “Salvando” al Euro

El mar Mediterráneo se parece cada vez al mar Rojo si nos atenemos al color de las cifras de los países europeos de su entorno. Al compás de la descomposición bancaria, Chipre se acaba de sumar a España, Italia y Grecia (aunque también a Portugal e Irlanda que quedan en el Atlántico) en la conformación del ruboroso grupo que tiene los más altos niveles de desempleo, de relación deuda/PBI y las peores recesiones de la eurozona (Chipre puede caer -10% o más en contraste con la disminución de la contracción de sus pares mediterráneos).


El origen de esta situación no es, ciertamente, geopolítico ni está en la naturaleza de las cosas. Éste se encuentra en una particular situación nacional generada por gobiernos nacionales deficientemente administrados e insuficientemente preparados para interactuar en sistemas complejos como la Unión Europea, en los excesos cometidos por esta entidad en la adopción de esquemas de integración carente del los fundamentos necesarios (la moneda única) y en los defectos de disciplina, supervigilancia y, eventualmente, buen juicio de la eurozona.


A este conjunto de problemas que originaron la crisis en casi todos de los estados de la Unión Europea (y, en especial, a los del Mediterráneo) se añadió la fuerte vulnerabilidad de éstos a la crisis norteamericana (multiplicada por los mecanismos de la interdependencia interregional, la mayor del mundo) y una errada percepción colectiva de la naturaleza de la UE (ésta tiende a ser vista como un gobierno paralelo o superior antes que como una administración comunitaria sobre múltiples asuntos que no abarcan el conjunto ni la naturaleza de las responsabilidades nacionales).


La evidencia de este conjunto de percepciones distorsionadas se ha visto antes, por ejemplo, en el debate sobre la malamente denominada “constitución” europea (cuyo proyecto fracasó), los llamados a “más Europa” para resolver ahora la crisis monetaria (y otras con anterioridad) y al trato casi imperial que se otorga a “Bruselas” (a cuya burocracia trasnacional se le reclama por falta de democracia en el tratamiento de la crisis).


Si esta imagen comunitaria no se ha diluido como debiera frente a las realidades nacionales de la crisis y la exigencia de responsabilidades locales en el manejo de la misma (los programas de ajuste y sus consecuencias sociales en el continente del liberalismo socialdemócrata), debería haber ocurrido frente la exigencia de responsabilidades ciudadanas en el “rescate” de Chipre.


En efecto, al margen de los ajustes macroeconómicos que exige la “troika” (el Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el FMI) y que padecen, de manera distinta, los ciudadanos de cada país, el hecho es que ahora son los ahorristas nacionales (en este caso, los chipriotas los que ahorran en bancos chipriotas) cuyos depósitos bancarios superan los 100 mil euros los que deben contribuir a pagar la cuenta del rescate mientras se ha liberado del sacrificio a los ciudadanos que han ahorrado menos que esa pequeña cantidad. ¿Hay algo más nacional que eso?.


Y sin embargo, las autoridades de la Unión Europea, prendidas a un transnacionalismo monetario radicalizado, no sólo han impuesto una solución sino que no han tenido la prudencia de decidir sobre los términos de una salida ordenada del euro que algún estado miembro pueda requerir o el bien común comunitario pudiese reclamar (en este caso, Chipre estuvo a punto de ser expulsado inercialmente del euro). En lugar de ello, los integrantes de la eurozona han centrado su inflexible atención económica en una unión bancaria sin haber cumplido con los deberes de supervigilancia y asistencia oportuna previamente comprometida (como lo demuestra el problema chipriota).


Y ello ocurre mientras importantes colaboradores de diarios europeos (El País, p.e.) llaman la atención sobre la necesidad de establecer políticas fiscales comunes (ya no sólo parámetros o requerimientos de coordinación) cuando las condiciones fiscales de cada país difiere grandemente y las diferentes ciudadanías europeas, como ha ocurrido en Alemania-y ahora en Francia- ya no parecen tan bien dispuestas a hacerse cargo de los problemas financieros de terceros bajo el principio de la “solidaridad europea”.


Mucho menos en el caso de un país que representa sólo 0.2% del PBI de la eurozona (una medida de su intrascendencia) y cuya economía se sustenta en la denominada “banca-casino” (como algunos definen a ese paraíso fiscal y de lavado de dinero que es Chipre).

Si estas opiniones proponentes del centralismo europeo –reflejadas en el ultimátum del Eurogrupo a la isla- van a contramano de la evidencia de la complementaria dimensión nacional de los problemas que Europa padece (las crisis son identificadas como griega, española, italiana o chipriota y su padecimiento también), ellas muestran que la gobernanza europea no sólo no es la mejor sino que tampoco es la mejor inspirada y padece de un error de encuadre (en este caso, un trasnacionalismo rígido).


Al respecto es bueno recordar la subsistencia del interrogante de cómo es que esa entidad, en un momento extremadamente laxo, admitió entre sus miembros a un estado fragmentado por la rivalidad greco-turca y carente de viabilidad económica que no fuera la que deriva de los beneficios del paraíso fiscal, pudo ingresar a la eurozona.

Y cómo es que, hasta ahora, esa entidad no puede explicar, salvo a través de la constante práctica de huida hacia adelante y el temor a la reacción de los mercados, por qué el Estado que ingresó a la UE ingresó por las razones equivocadas, ahora no puede salir de la eurozona alrededor de la cual los europeos han creado una jaula financiera de carácter cuasi totalitario y fatal y que está reñida con los conceptos fundamentales de la integración.


Lo único sensato del mecanismo de rescate de Chipre es haber evitado confiscar los dineros de los pequeños ahorristas y contribuir a cambiar, a futuro, el sistema financiero chipriota: el castigo a los grandes depositantes -en este caso, los lavadores de dinero y otras fortunas que buscan refugio a cambio de las menores obligaciones posibles- expresado en la obligación de participar en la contrapartida chipriota al rescate europeo incentivará a muchos a abandonar Chipre en busca de mejores costas.


Si ello ocurre en el contexto de la reestructuración bancaria –que elimina al segundo banco chipriota (Laiki) sin garantía alguna sobre el monto que perderán los depositarios de más de 100 mil euros y consolida al primero (el Banco de Chipre) que recibirá los depósitos del Laiki castigando a los accionistas y a los acreedores (una “quita” argentina) y convertirá en acciones (es decir, en papel) el 40% de los depósitos por encima de 100 mil euros- la limpieza debería ser plena (aunque los problemas del “banco malo” constituido para recibir los pasivos persistirá).


Pero el costo será otra recesión en un país de la eurozona. Esta vez quizás la mayor de todas (una contracción en Chipre de entre 10% y 30% (NYT)). Si el pánico que genera una fuga de capitales se ha evitado (debido también al control de capitales), la eventual prolongación de la recesión en la eurozona será un problema mayor para la misma. Peor aún, si los créditos recibidos no pudieran ser pagados (la deuda chipriota se elevaría a 140% del PBI) lo que implica más impuestos y menos consumo, ahorro e inversión que retroalimentan la recesión.


¿Que qué nos importa esto a los peruanos? Al respecto se sugiere preguntar a Ádex si la caída de -30% de las exportaciones a la Unión Europea en enero pasado tiene un efecto o no en el sector externo peruano.


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