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  • Alejandro Deustua

Crecimiento y vulnerabilidad económica globales

El precio del petróleo puede sobrepasar escandalosamente los US$ 53, los temas de seguridad recuperar contenciosa prioridad en las principales potencias y la mitad de la población mundial sostenerse con US$ 2 diarios, pero el crecimiento global de este año (5%) es considerado extraordinariamente sólido por todos los organismos mulilaterales. Y aunque la tendencia a la desceleración se inició en el segundo trimestre, el crecimiento del 2005 aún se proyecta fuerte (4.3%, según el FMI). Es claro que hay razón para el optimismo general, pero una cauta visión macro y una predisposición correctiva de los fuertes desequilibrios estructurales en la denominada economía global sería más razonable.


Por lo demás, si América Latina se beneficia de esta recuperación con una perfomance de 4.6% este año y 3.6% el próximo, el optimismo institucional parece fundado. Especialmente si se reporta que la región participa no como un mero receptor de bienestar sino como un dinámico acompañante del crecimiento global que encuentra en Estados Unidos (3.6% este año y 2.9% el próximo) al verdadero motor junto con China (que crecerá 9% este año y 7.5% el 2005) y el Japón (que con 4.4% este año ha dejado atrás la deflación de una década). La Unión Europea, con 2.6% y a pesar del volumen de su mercado, no participa en la generación del efecto de arrastre (y, con 2.5%, tampoco lo haría el próximo año ).


La perfomance exportadora regional constituye este año la dinámica articuladora principal con la expansión económica general. Efectivamente, con el comercio global creciendo 8.8% el 2004 (y 7.2% el 2005) América Latina forma parte de los países en desarrollo que contribuyen, con una tasa de 12.8%, a ese fuerte dinamismo (FMI). Desde la perspectiva regional (9% según CEPAL), el dinamismo comercial es impulsado principalmente por las exportaciones a Estados Unidos y la China, pero también por el comercio intraregional (16.2% este año). Este incremento es apuntalado por el incremento del consumo (1.9%), la inversión (1.3%) y la demanda (4.4%) regionales.


Pero así como el ámbito global no es uniforme, los desequilibrios estructurales no se distribuyen sólo entre países desarrollados y en desarrollo. En efecto, el ámbito regional (o geográfico) es un factor estructural crecientemente evaluado. Y en él, el Asia es un escenario determinante de la perfomance global. Mientras la Unión Europea mantiene un dinamismo casi inercial, el Asia del Sur y del Este viene creciendo desde hace unas décadas a tasas que originalmente definían el comportamiento de los NICs pero que hoy son determinadas por potencias continentales emergentes como China (9% el 2004 y 7.5% el 2005) e India (6.4% y 6.7%, respectivamente). A esas tasas, esas economías nacionales superarán la dimensión de los mercados alemán o francés en las próximas tres o cuatro décadas (alterando la estructura de la economía global) mientras que su dinámica actual concentra extraordinariamente el crecimiento.


Ello se refleja en el comercio exterior (se trata de potencias progresivamente superavitarias), en el mercado de capitales (la China, como Japón, en tanto importante comprador de bonos del Tesoro es uno de los financistas principales de la balanza de pagos norteamericana) y en los flujos de inversión extranjera (mientras que el FDI ha caído sostenidamente en América Latina desde 1999 si se tiene en cuenta un ciclo corto, éste se concentra crecientemente en el Asia junto con la inversión bursátil en mercados emergentes ). He allí un adicional desequilibrio geoeconómico del mercado global (que los economistas preferirían atribuir sólo a diferencias de competitividad) que se traduce en el deterioro constante del mercado latinoamericano desde la década de los 70s. Y, teniendo en cuenta, el ritmo de crecimiento chino y el peso de su economía, el desequilibrio genera una vulnerabilidad latinoamericana cuya sensitividad se incrementarse en la perspectiva de un eventual shock negativo si esa economía asiática se desacelera fuertemente una vez que el ciclo expansivo haya pasado.


En la perspectiva general de las vulnerabilidades, el crecimiento global ha alterado la balanza de riesgos hacia el lado negativo (FMI). Entre los factores más visibles se identifica el altísimo precio del petróleo que casi ha duplicado la banda de US$ 22-US$ 28 establecida por la OPEP a finales del año pasado y cuyo impacto en el producto global compromete 0.6% de éste por cada US$ 10 de incremento (The Economist). La desacelarción del crecimiento global está claramente comprometida por este “boom” de precios que sólo beneficia a productores y exportadores, por lo demás, geográficamente concentrados. Al respecto debe decirse, sin embargo, que los altos precios de los “commodities”, de los que se benfician fuertemente los demás exportadores de países en desarrollo, provienen, aunque menos que el petróleo, de un incremento de la demanda pero también de un volátil contenido especualdor.


No obstante estas vulnerabilidades, la principal es la que genera la economía norteamericana como motor del crecimiento global. En efecto, la dimensión deficitaria de la superpotencia es insostenible tanto en su dimensión fiscal (alrededor de US$ de 420 mil millones que compromete 3.6% del PBI) como comercial (ahora cercano a US$ 500 mil millones pero proyectable a US$ 600 mil millones, implicando más de 5% del PBI si no se hace nada).


Más aún, la vulnerabilidad proviene también de las necesarias políticas correctivas de esos desequilibrios. La progresión del incremento de las tasas de interés norteamericanas es una de ellas. Y ésta sólo ha empezado si se considera que los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos se han comprometido a la reducción sustantiva del déficit aplicando políticas fiscales y monetarias (aunque sea improbable una reducción del 50% en 4 años como alguno ha prometido). El impacto que ello tendrá en la restricción de la demanda norteamericana multiplicará el servicio de la deuda de los países en desarrollo (encareciéndola en el pago e incrementando su peso en el PBI) y restingirá el consumo en los Estados Unidos. Esto último tenderá a reducir su propensión a importar. Si el motor del crecimiento latinoamericano son las exportaciones, éstas podrán verse afectadas por una disminución de la demanda norteamericana.


En el ámbito regional, debe considerarse además el impacto que la desaceleración tendrá en el financiamiento externo en términos de acceso al crédito y a la inversión extranjera (una interrrogante a este respecto, como en el comercial, consiste en evaluar la capacidad del TLC para atenuar ese efecto). Ello podría reflejarse también en una disminución de las remesas hacia nuestros países que, siendo superiores hoy a la inversión extranjera, compromete alrededor del 2% del PBI regional (CEPAL).


Estas vulnerabilidades deben ser evaluadas también por su impacto en el empleo teniendo en cuenta que el alto crecimiento regional del 2004 no ha disminuido sustantivamente los altos índices de desocupación en el año (de 10.5% en el 2003, éste sólo ha descendido ahora a 10.3%, según la CEPAL).


Si bien el optimismo que suscita un crecimiento aún vigoroso el próximo año es sensato, los países latinoamericanos deben evaluar bien las políticas que tendrán que adoptar para atenuar los efectos de la desaceleración. Es más, mientras que ello ocurre no podrá dejarse de considerar las medidas requeridas para confrontar los desequilibrios estructurales de la denominada economía global. A estos efectos, la UNCTAD sugiere la “coherencia” sistémica (la articulación de los diversosos regímenes que conforman el sistema económico internacional). Pero ésta es sólo una alternativa quizás insuficente para promover la rearticulación de los factores hoy desvinculados por los efectos “desconstructivos” de la denominada globalización.

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