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Dictaduras, Expansionismo y Políticas de Poder

Alejandro Deustua

14 de enero de 2025



Con diez días de anticipación a la toma de posesión del presidente de Estados Unidos que incorporará a su gobierno una agenda expansionista, se ha consolidado en Caracas una dictadura que promete mayor fragmentación y contienda en América Latina.


Como estaba previsto, en Venezuela se ha formalizado una dictadura que cuyos términos de supervivencia se impusieron sobre la influencia de la mayoría de los países latinoamericanos y de Occidente. Si ésta es una demostración adicional del deterioro de la democracia liberal en el mundo es también prueba de  que un núcleo de poder sustentado en capacidades menores (Maduro y su núcleo armado) puede devenir en un centro de desafío geopolítico mayor sin que la potencia hegemónica y otras potencias mayores quieran o puedan hacer mucho al respecto. La voluntad de sobrevivencia del dictador dispuesto a todo no ha podido ser desafiada seriamente.


En esa contienda de voluntades los mecanismos de protección colectiva de la democracia (la Carta Democrática), la mediación de terceros de la más alta reputación (Noruega), la atenuación de sanciones a cambio de apertura política (las licencias petroleras a Chevron), el reconocimiento occidental de la legitimidad de un presidente electo (por Estados Unidos, el Parlamento Europeo, la mayoría suramericana a favor de González Urrutia) y la diplomacia  han sido subordinados por la promesa rosada del dictador (“devolver a Venezuela la paz” bajo sus términos) y la más oscura del atrincheramiento con ansias de proyección.


Al cabo, el empobrecido núcleo cubano-nicaragüense-venezolano se ha fortalecido tanto como  su capacidad desestabilizadora. Ello incrementará la vulnerabilidad de procesos electorales endebles en el área (como el boliviano en agosto o el peruano en 2026). Complementariamente, potenciará la decaída proyección de poder militar ruso en Venezuela incrementando su capacidad irritante en el Caribe, consolidará la influencia económica china en el área y la de Irán en la provisión de armas y de tácticas de guerra híbrida.


Ello ocurrirá mientras el Sr. Trump intenta detener la guerra ruso-ucrania e intensifica la guerra comercial con China. En el primer caso, la presencia rusa en Venezuela puede jugar un rol periférico y en el segundo, la presencia china en Suramérica desempeñará un papel en el escalamiento de esa confrontación.


Nada de esto puede considerarse sorpresivo en tanto el escenario  había sido pronosticado por muchos (Contexto.org). Su incierta deriva entre conversaciones con la oposición (renovadas propuestas de Lula, Macron), negociaciones parciales con Estados Unidos o confrontación abierta (opción de los halcones trumpianos adscritos a las políticas de poder y de expresidentes y excancilleres latinoamericanos en sintonía con las mismas) será un factor que agrega el desequilibrio suramericano a un mundo inestable.  


A esas políticas de poder acaba de añadir el Sr. Trump una dimensión imprevista al amenazar a socios hemisféricos y transatlánticos con “no descartar” la acción militar como secuencia de exuberantes demandas territoriales. En efecto, esgrimiendo un arsenal hasta hoy desconocido, el presidente electo acaba de advertir a Canadá, Panamá y Dinamarca con demandas de anexión o cesión de soberanía  territorial, nada menos.


Como en los tiempos de la construcción expansiva del territorio norteamericano y de la política del gran garrote, el Sr. Trump pretende la devolución del canal de Panamá, la adquisición de Groenlandia, la subordinación de Canadá y hasta el cambio unilateral de denominación del Golfo de México. En otro momento, estas demandas habrían devenido en estruendosas campañas anti-imperialistas. Hoy, sin embargo, la interacción entre la  aspiración neo-hegemónica, la aparente disposición transaccional del presidente electo y la necesidad de los amenazados de atemperar las aguas sólo ha generado, en ellos, rechazo verbal, algunas acciones preventivas y disposición a negociar en otras áreas.


Todo empezó con la visita del debilitado Primer Ministro Trudeau a Trump motivada por la amenaza de  éste de imponer aranceles de 25% a las exportaciones canadienses a Estados Unidos (80% de las cuales se dirigen a ese país). A pesar de que Canadá absorbe alrededor de 17% de las exportaciones estadounidenses y es el primer socio comercial de la primera potencia, Trump consideró que la emigración ilegal era suficiente para vulnerar el acuerdo de libre comercio de América del Norte (T-MEC). Como colofón del encuentro Trump optó por ridiculizar a su interlocutor definiéndolo como el “gobernador del gran Estado de Canadá” implicando su pertenencia a Estados Unidos. Algún rol debe haber tenido esa referencia en la anunciada renuncia de Trudeau a materializarse en marzo.


Con mayor sorpresa y prepotencia Trump golpeó luego a Panamá expresando su deseo de que el Canal fuese devuelto a Estados Unidos alegando inapropiada gestión del mismo. Olvidando que los “tratados del Canal” suscritos en 1977 implicaron su entrega a la soberanía panameña en 1999 estableciendo su status neutral permanente y que su defensa, si bien corresponde a Panamá, es también una obligación norteamericana (al respecto se realizan ejercicios militares conjuntos), Trump insistió en su demanda. De ella no excluyó el uso potencial de la fuerza (que fue ejercida, sin cuestionar la propiedad del Canal, en 1989 para deponer al dictador Noriega).


Como se sabe, por el  Canal transita el 6% del comercio mundial. Si bien el 67% de la carga transportada por esa vía corresponde a Estados Unidos, ésta es vital para el comercio entre los países suramericanos del Pacífico y la costa Este norteamericana  y Europa;  y para los del Atlántico con la costa Oeste norteamericana y Asia. Ello implica intercambios con 170 países y 1920 puertos. La ampliación del Canal para permitir el paso de buques del mayor calado, concluyó en 2016 a costo panameño. Un conflicto sobre esa vía afectaría el comercio mundial y no sólo a sus usuarios directos. En 2023 el Perú exportó por esa vía  US$ 7.9 mil millones a la costa Este de Estados unidos y US$ 7.7 mil millones a Europa.


Si la presencia China en la zona de libre comercio de Colón  y en terminales marítimos en ambos extremos del Canal es un problema estratégico, Estados Unidos podría plantear una negociación para minimizar esa presencia en lugar de pretender sustraer el Canal de dominio panameño. Por lo demás, la consolidación de ese dominio fue una reivindicación histórica de Panamá y de los países latinoamericanos que apoyaron su causa. Una acción militar norteamericana despertaría un nuevo conflicto entre América Latina (incluyendo a dictaduras  como la venezolana y cubana) y Estados Unidos.


Esta falta de perspectiva y disposición a vulnerar tratados de naturaleza estratégica fue reiterada por Trump al pretender constituirse en soberano de Groenlandia. Groenlandia se gobierna con autonomía bajo soberanía danesa. La política exterior y de seguridad de la isla es responsabilidad de Dinamarca. En consecuencia, sus autoridades han reaccionado reforzando su presencia militar en la isla mientras jefes de gobierno europeos (especialmente Francia y Alemania) han cuestionado la pretensión. En momento en que la OTAN y Europa afrontan la disminución de la presencia norteamericana, esta controversia genera una fricción transatlántica adicional. Si Estados Unidos considera que debe defender intereses en el Ártico, Trump podría negociar con Dinamarca la presencia de nuevas bases (ya existe una) además de contratar con el gobierno autónomo la explotación de los minerales que abundan en la isla para lo que habría buena disposición. Lo que no puede hacer el Sr. Trump es amenazar con el  empleo de la fuerza como si el mundo no hubiese tomado nota de los peligros del expansionismo territorial en el siglo XX mientras hoy se negocia con Rusia la definición de un guerra en la que el expansionismo es el motivo principal.

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