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  • Alejandro Deustua

¿Diplomacia Abierta o Imprudencia?

Los problemas limítrofes, las aspiraciones geopolíticas vecinales, las asociaciones específicas entre Estados y la seguridad colectiva pertenecen al ámbito de las relaciones internacionales convencionales. No siendo aquellos asuntos parte de la nueva problemática transnacional y calificando como intereses primarios de los Estados, su trato se enmarca en ciertas reglas de trato de las que no conviene apartarse mucho para no degradar el interés nacional ni exponerlo a expectativas innecesarias ni fracasos imprevistos.


Sin embargo, esas normas, ligadas a la reserva, han sido recientemente dejadas de lado mediante la exuberante difusión mediática de los intereses en cuestión. Es más, la puerta que se abrió con una entrevista presidencial de estratégico contenido concedida a un diario chileno puede no haber ha culminado con la cumbre de Unasur que pretendió tratar asuntos de seguridad regional frente a las cámara de televisión.


¿Qué ha ocurrido para que la reserva de estas materias haya sido levantada generando la ilusión de una diplomacia abierta en un contexto de escasísima convergencia comunitaria? Encontrándose la región en una contienda de poder sólo comparable con la de la década de los 70, ¿qué ha causado tamaño entusiasmo wilsoniano y tan poca atención a formas de gestión ligadas a la eficiencia antes que al monopolio burocrático?.


Ello ha ocurrido en el Perú al amparo de un conjunto de razones bastante estimuladas por la errada percepción oficial de que entre lo global y lo nacional no hay límite y que, por tanto, es posible transitar entre esos ámbitos esgrimiendo los intereses respectivos sin mayor costo. Si esta visión que, transformada en estrategia y práctica, tipifica la conducta del gobierno boliviano, uno supondría que el gobierno peruano se habría mantenido al margen del desborde mediático. Últimamente éste no ha sido el caso.


El motivo de este cambio de nuestro comportamiento externo se encuentra probablemente en razones menos académicas como la frustración diplomática frente a la general hostilidad boliviana, la degradación del lenguaje diplomático bilateral y la indebida injerencia de ese gobierno en la controversia con Chile. En ese escenario, golpear la mesa, como ha ocurrido, puede ser más efectivo que la redundancia de las notas de protesta. Más aún cuando ese vecino irreflexivo se vincula con otro más racional que, a pesar de la interdependencia creciente, quisiera adentrarse en un juego de suma 0.


Aún así, ello no justifica el abandono del trato diplomático convencional. Especialmente cuando no se ha cumplido con articular el instrumental coercitivo frente al Estado irreflexivo ni la mejora de las capacidades propias frente al Estado racional.


El mismo síndrome populista ha sido compartido por los suramericanos en Bariloche cuando se planteó el asunto de las bases colombianas en un set de televisión sin la identificación de la verdadera amenaza (el narcoterrorismo) ni la de los déficits de orden e integración regionales. Si, el espectáculo político le gana la partida a la ecuanimidad en asuntos de seguridad, la interrelación de aquél con la degradación del trato diplomático bilateral resultará en mayores pasivos para la región y para el Perú en momentos de redefinición del contexto internacional.



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