Si el contrato social es el instrumento más reconocido de establecimiento de un orden democrático, la guerra y la revolución antitotalitarias no son ajenas a su expansión desde finales del siglo XVIII.
Y si, en ese marco, el objetivo complementario de la Segunda Guerra del Golfo de lograr un escenario propicio para la expansión democrática en el Medio Oriente no se concretó (o lo hizo a medias), hoy es la revolución la protagonista del cambio democrático en Túnez y Egipto con un potencial expansivo que, aunque impredecible en su arraigo, se proyecta desde el Norte de África hasta el estratégico Estrecho de Ormuz y amaga el Asia Central.
Sin embargo, la revolución implica un cambio de orden. Y lo que ha ocurrido en Egipto es un golpe de Estado que, promovido popularmente y articulado por el uso intensivo de los instrumentos de la tecnolgía de la información, se orienta a consolidar esa transformación. Ésta será conducido ahora por el Supremo Consejo Militar de la Fuerza Armada cuyos titulares han sido subordinados de Mubarak.
Aunque la orientación democrática debería ser mantenida, los medios de la transición no han sido aún comprometidos. Su concreción quizás no será ajena a la orientación nacionalista de esa institución armada, a su compromiso con la estabilidad, ni a las carencias institucionales de la democracia representativa en Egipto ni a la necesidad de organizar una economía más inclusiva.
El resultado, por tanto, puede no ser el de un orden plenamente liberal en ese país. En su construcción las fuerzas del nacionalismo árabe confrontarán a las del islamismo intermediados por los requerimientos sociales de una población mayoritariamente joven y de otra que aspira a la libertad como a mejorar su bienestar de inmediato. Si a ello se agrega la necesidad de estabilidad internacional es probable que un gobierno fuerte sea el resultado y el modelo turco una referencia.
En todo caso, la extraordinaria alteración geopolítica de los hechos que se originaron en Túnez muestra que el antiguo orden autocrático en el Medio Oriente ya no es sustentable. Pero tampoco lo es el salto al vacío de toda una región en la que el contagio revolucionario pueden derivarse nuevas formas de conflicto entre Estados que admiten el cambio y los que lo resisten, entre nacionalistas e islamistas y entre todos ellos e Israel.
En este escenario fluido los alineamientos variarán. En la búsqueda de un nuevo equilibrio Egipto deberá reasumir su rol central, contribuir a la contención de Irán, a moderar las fuerzas del islamismo radical y a procurar la paz palestino-israelí. Entonces la extensión de la democracia en el Medio Oriente será una realidad.
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