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Alejandro Deustua

El G20: Entre la Necesidad de la Cooperación y la Tendencia a la Fragmentación

A pesar de los esfuerzos del G20 por avanzar en la contención de la crisis económico-financiera que desborda a Occidente, la cumbre de Cannes ha tenido en la crisis europea un excepcional centro de gravedad. Si ello da cuenta de la dimensión del riesgo que presenta la UE también informa sobre la incidencia en el mundo de la principal entidad de integración regional. En efecto, los representantes del 80% del PBI global congregados por el G20 no han podido mitigar la atención preferente de la crisis de un mercado común (la Europa de los 27), cuya unión monetaria (la Europa de los 17) complica una economía que sigue siendo la segunda en el mundo (alrededor de US$ 13 trillones) y la primera potencia exportadora (alrededor de 16.5% del total global).


El G20 cumplió con prestar su apoyo general al programa europeo de soluciones “integrales”. Pero no es mucho lo que pudo hacer en términos de asistencia real. Así, Estados Unidos confió en que los europeos pudieran sortear la crisis tal como el gobierno norteamericano persiste en sanear el sistema financiero de la primera potencia (un intento de desvinculación que no corresponde a la naturaleza de los acontecimientos). Y China, condicionó, su eventual participación en el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera a que los bonos ofrecidos fueran garantizados adicionalmente. De otro lado, frente a la incertidumbre sobre el “replenshiment” de ese Fondo (que se considera en el orden de 1.4 trillones de euros), la Presidenta Rousseff se mantuvo al margen alegando que si los europeos no invierten ahora en ese mecanismo, por qué debía hacerlo el Brasil.


De otro lado, si la cooperación política en el G20 no implicó compromiso económico real de los no europeos, la emergencia tampoco supuso acción fluida entre los europeos. En efecto, el programa de ayuda a Grecia terminó condicionado por la crisis política desatada por la iniciativa del Primer Ministro Papandreu de someter a referéndum el adicional programa de austeridad comprometido con el 50% del recorte de su deuda (que sería voluntario), con el segundo paquete de rescate (más de 130 mil millones de euros) y con el tramo final el primer paquete (8 mil millones de euros). Ello no hizo sino magnificar la inmensa complejidad del proceso de toma de decisiones de la Unión Europea cuya gestión condicionó a la baja el resultado final (la caída del gobierno griego muestra el precio adicional que éste ha tenido que pagar). Si a ello se agrega el amplio plazo dado a los bancos más expuestos a los riesgos de la deuda soberana para incrementar sus activos sanos de 6% a 9% (junio de 2012) en un contexto contractivo, se tendrá una idea de la medida en que los requerimientos del corto plazo de la crisis se mantienen atados al problemático desempeño institucional europeo.


En ese marco complejo, sin embargo, el G20 identificó una isla de aparente sencillez: el FMI (que fue el gran ganador en Cannes). En efecto, esta entidad emblemática del sistema Bretton Woods no sólo supervigilará in situ y trimestralmente el nuevo frente de la crisis europea –Italia- sino que se ha hecho acreedor nominal a recursos que le permitan desempeñar mejor su “rol sistémico”. La Directora General de esa entidad, Christine Lagarde, ha considerado que, en consecuencia, tiene un respaldo sin límites. Pero estos últimos están a la vista: si es el FMI puede aspirar a contar liquidez suficiente, el mecanismo de aportes que permita una nueva composición de la canasta de SDR (fuente de esa liquidez) se realizará, en apariencia, recién el 2015. No queda claro entonces de donde obtendrá el FMI el soporte financiero adicional para garantizar financiamiento a las economías sanas que sean sometidas a shocks externos derivadas de la crisis (para no hablar de sus demás roles). La isla de sencillez multilateral en medio de la complejidad de la crisis no parece entonces demasiado alejada de las costas turbulentas de las economías norteamericana y europea. Menos aún cuando el ritmo de las reformas internas del FMI, fuertemente correlacionadas con una distribución de la participación estatal más acorde con el cambio de los tiempos, no parece haberse apresurado.


Pero si la parsimonia en la reforma de esa entidad puede parecer sensata (las urgencias de la crisis exigen una mayor dedicación institucional), la postergación de las reformas puede ser políticamente insostenible. Especialmente cuando participantes del sector privado en el G20 han adquirido ya peso reconocido: el B-20 ya delibera y emite recomendaciones en ese ámbito.


Ello muestra que entre la necesidad de mayor cooperación multilateral para lidiar con la crisis y las realidades de la fragmentación del contexto no existe la mejor interacción. Al respecto se puede afirmar que si bien la cooperación persiste, su intensidad ha decaído. En efecto, las seguridades brindadas por el G20 de que “se haría lo necesario” para contener la crisis (2008) han disminuido para ser reemplazadas quizás por lo que sea posible entre los no europeos.


Sin embargo, el G20 ha mantenido el marco de principios que lo rigen. Ello se refleja en el énfasis otorgado en Cannes a las reformas estructurales, al tipo de cambio flotante (una llamada de atención a China) y a la renovación del compromiso de atacar el problema de los desequilibrios globales mediante el incremento de la demanda en los países superavitarios (un referencia a Alemania y China). A este bienvenido desarrollo se ha sumado el de la inclusión social como requisito de la globalización. Esta tiene una doble vertiente: la preocupación por el empleo (en todas partes) y por la asistencia al desarrollo (para los países de menores recursos). Lamentablemente este capítulo carece de mecanismos operativos.


Como también ocurre en el capítulo sobre comercio internacional. Si bien el G20 ha comprometido un plazo para revertir las medidas proteccionistas (2013), se ha rendido a la realidad del impasse de la Ronda Doha. Frente a su estancamiento, el Grupo se ha limitado a reiterar la necesidad de una adecuada conclusión de esas negociaciones multilaterales y a reclamar “enfoques frescos” (que, obviamente no se producirán en el corto plazo).


El G20 sigue siendo una necesidad global. Pero debe recuperar su sentido de urgencia y desarrollar capacidades operativas. La declaración cooperativa es útil pero su implementación es imprescindible cuando el fraccionamiento global y el nacionalismo reemerge en el sistema internacional.


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