En estos días de mayor crecimiento global y extremo stress climático el mundo ha presenciado cómo alianzas occidentales confirman sus divergencias, regímenes liberales se abstienen de reiterar principios básicos y grupos de integración regionales intentan tomar la posta de la apertura (aunque sin rumbo claro ni suficiente peso específico).
Si alguna relación estratégica bilateral ha prevalecido en Occidente de la postguerra ésta ha sido la británico-norteamericana. Su intensa convergencia de intereses, principios y cultura, prevaleció como “relación especial”. Pero conforme Alemania recuperó fortaleza económica y política, confirmó su rol principal en la Unión Europea e incrementó su convergente relación con Estados Unidos algunos consideraron que el vínculo germano-norteamericano devino en la verdadera “relación especial”.
Ésta acaba de sufrir un zarpazo en la Casa Blanca no porque las diferencias entre la Canciller Merkel y el Presidente Trump se expresaran por vez primera sino porque la divergencia de intereses entre las potencias global y europea se consolidaron públicamente en Washington. Súbitamente las divergencias entre Alemania y Estados Unidos en torno a la Alianza Atlántica, el libre comercio o la importancia de la Unión Europea parecieron mayores.
Y lo fue además porque en Baden Baden, el G20 no logró reiterar el principio del libre comercio como articulador global. La influencia norteamericana prefirió sustituirlo por su función: el comercio debe contribuir a fortalecer la economía. Esta tautología es peligrosa porque, además de la vía liberal, el comercio puede fortalecer la economía mediante la beligerancia mercantilista o la turbiedad del proteccionismo dirigista.
Siendo el G20 una organización informal patrocinada por economías emergentes que no deseaban quedar al margen del anacrónico G7, sus decisiones de cooperación tienen carácter referencial. En materia comercial, no alcanza la importancia formal de la OMC que resguarda y ejecuta el principio global del libre comercio.
Pero, conformado por las más grandes economías, muchas de las cuales discrepan con las propuestas del señor Trump, el retroceso del G20 puede ser otro gran avance contra el orden liberal que, en el gran ámbito económico, pretendía gobernar el mundo.
Muchos de sus miembros asiáticos se acaban de reunir en Chile con los integrantes de la Alianza del Pacífico para evaluar nuevos escenarios de integración luego del retiro norteamericano del TPP. De esa reunión de altas autoridades han surgido diferentes posibilidades de continuar en el camino de la reducción de obstáculos al comercio en el marco geopolítico de la cuenca del Pacífico. Pero su menor carácter y mayor sentido operativo no ha bastado para levantar la bandera del libre comercio como lo hizo la APEC en Lima el año pasado.
Trump no puede impedir el avance de la integración en la cuenca pero sí puede complicarlo y dividir a sus titulares. Este agente divisor debe recuperar sus principios que son los de la mayoría en Occidente.
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