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  • Alejandro Deustua

Embestida en el Mar de Azov

Desde que en el 2014 el balance de poder convencional en Europa se alteró sustantivamente en el extremo oriental del Viejo Continente, la inestabilidad pre-existente lejos de revertirse, se incrementó.


Más allá del referéndum con que Rusia quiso legitimar la anexión de Crimea y de que los miembros de la OTAN y de la Unión Europea no la reconocieran, la latencia bélica de ese hecho (expresada en miles de muertos en la denominada “guerra de Donbass” según fuentes periodísticas), se ha escalado progresivamente.


Así lo confirma el intenso traslado de capacidades militares rusas a la península en el Mar Negro, las sanciones económicas europeas y norteamericanas a Rusia, la redefinición de doctrinas militares en el área, el amago de denuncia por Estados Unidos del tratado INF sobre armas nucleares de corto y mediano o la arbitraria construcción de un puente ruso entre Crimea y el continente sin consulta a Ucrania, entre otras innovaciones estratégicas.


Hoy la agresión perpetrada por guardacostas rusos contra tres navíos ucranianos ha dinamizado la magnitud de la escalada y ampliado el ámbito de su cobertura al tiempo que ha reiterado la violación del derecho internacional esta vez en el Mar de Azov. En efecto, en lugar de permitir la libre navegación en él a través del estrecho de Kerch, Rusia reclama ahora derechos (anuncios y permisos de entrada, por ejemplo) sobre una zona marítima cuyo status no había sido claramente definido (BBC).


Además de sufrir la amputación de Crimea y la usurpación del extremo oriente de su territorio desde el 2014, Ucrania parece hoy segmentada adicionalmente al impedírsele el acceso libre a los territorios que permanecen bajo su soberanía. Éstos, situados entre la península y el Este del país, han sido virtualmente aislados con el bloqueo marítimo de los puertos de Mariupol y Berdiansk como lo demuestra el incidente marítimo en referencia. Es más, el gobierno ucraniano sostiene que, a la fecha, 148 buques han sido detenidos en la zona y 35 impedidos de acceder a esos destinos.


El impacto estratégico de este bloqueo se refleja en la neutralización del comercio exterior ucraniano en el área en cuestión afectando, además, vitales importaciones de combustible y de carbón para el funcionamiento de centrales térmicas del área.


Y bajo las circunstancias parece haberse impedido toda posibilidad de negociación inmediata, razonable y ad hoc para aliviar esta problemática (de haberla sin cambios de actitud rusa se estaría reconociendo el derecho ruso a Donbass bajo condiciones de subordinación ucraniana).


Mientras tanto el presidente de Ucrania, Petro Poroshenko, acusado por Rusia de haber generado la crisis para mejorar su posición frente a las elecciones de marzo próximo, ha declarado el estado de excepción y la ley marcial por 60 días como “medida defensiva” y, no como un estado de guerra (La Vanguardia).


En este contexto, la Unión Europea y la OTAN han anunciado su inmediato apoyo a Ucrania pero aún no han adoptado medidas concretas.


En efecto, al respecto no hay iniciativas tangibles ni uniformidad de criterios que no sean planes o promesas de apoyo económico a Ucrania y de incremento de sus capacidades militares, especulaciones de un grupo de países europeos sobre sanciones económicas adicionales contra Rusia, advertencias norteamericanas de que una mejor relación con ese país se complica (que, en términos de twiterdiplomacia, implica que el Sr. Trump informe que no se reunirá con el Sr Putin en la cumbre del G20) y llamados a un desescalamiento de tensiones (la Sra. Merkel acaba ser explícita al respecto).


Esta última reacción podría ser una señal de que ciertos Estados están preparados para aceptar, otra vez, hechos consumados en el Mar Negro a pesar de que no se les brindará a reconocimiento jurídico ni supondrá recorte en el apoyo ya otorgado a Ucrania.


Tales muestras de apaciguamiento puntual ocurren, sin embargo, en un escenario de creciente fricción estratégica, de fragmentación europea y de desaceleración de la perfomance económica global.


Como ejemplo de lo primero, Estados Unidos ha reorientado las funciones de su 2ª flota naval, la OTAN ha realizado hace unas semanas, en la las inmediaciones de Noruega, las maniobras militares más importantes desde el fin de la Guerra Fría; y éstas siguieron a un ejercicio ruso de mucho mayor escala en Asia Central con alguna participación china.


Como muestra de lo segundo la inminencia del Brexit muestra ya sus grandes costos para el Reino Unido; Hungría y Polonia persisten en el alejamiento de los principios centrales de la UE e Italia desafía fiscalmente a la Comisión Europea. Y como referencia de lo tercero la Sra. Lagarde acaba de expresar su mayor preocupación luego de que el FMI anunciara una desaceleración global de octubre pasado.


Si el regreso del escenario de la conflictividad convencional está a la vista (la “híbrida” quizás ya pese menos) hoy no basta en el Perú ni en la región insistir en que no seremos afectados simplemente porque estamos alejados del escenario de conflicto. Esa posición es irresponsable, ignorante de los términos interactuantes de una globalización nuevamente internacionalizada y reiterativa de nuestra inacción preventiva en conflictivos escenarios anteriores.


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