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  • Alejandro Deustua

En Vísperas de un Centenario Sensible

La interacción de políticas y actitudes fragmentadoras quisiera llevar la relación peruano-boliviana- chilena a una nueva cota de tensión en las inmediaciones de una fecha sensible.


En efecto, la continua presión social sobre la política exterior boliviana, la innecesaria inflexibilidad de la respuesta chilena, la perentoriedad a la que ha recurrido nuestra cancillería para la formalización de la controversia marítima y el deterioro casuístico de la relación boliviano-chilena (desde el retiro del Cónsul chileno en La Paz hasta la tensión comercial por una eventual alza de tarifas portuarias en Arica), enrarecen el clima en que se celebrará el centenario del tratado chileno-boliviano de 1904.


Este acuerdo, que terminó jurídicamente con la Guerra del Pacífico y fijó las fronteras entre esos dos países, estimula en Bolivia una cuestionable proclividad revisionista ligada a su justo reclamo mediterráneo. Si el contexto de tensión permanece, el 20 de octubre próximo podría marcar un crítico punto de inflexión en la relación trilateral.


Bajo estas circunstancias el requerimiento de estabilidad entre nuestros países se ha incrementado. Así, Perú y Chile quisieran fortalecer los canales diplomáticos para el trato de los temas sensibles y evolucionar hacia la negociación de un TLC bilateral mientras el sector privado peruano incursiona en Arica. Ello ocurre, sin embargo, en el contexto de reuniones entre autoridades chilenas y bolivianas sobre las consecuencias de la privatización en ese puerto y de una eventual consulta peruano-boliviana para incrementar el comercio exterior boliviano por Matarani e Ilo.


Es evidente que estas reacciones requieren de un marco sustentador que no puede ser excluyentemente bilateral. Primero, Perú y Chile deben apurar el tránsito más fluido de una relación de competencia por el predominio en el Pacífico sur suramericano hacia una de cooperación con equilibrio militar y económico que constituya el eje de estabilidad en la zona alrededor del cual el problema mediteráneo de Bolivia encontrará mejor solución.


La historia de aproximación entre potencias que fueron rivales históricos avala la propuesta. Si los términos de la cooperación ruso-norteamericana pueden aparecer aquí excesivo, allí está el ejemplo de Francia y Alemania que, en 1963, suscribieron un acuerdo de cooperación política definitorio del vínculo central en la Europa comunitaria. Y el acuerdo brasileño-argentino de 1988 que revirtió formalmente el antagonismo entre las partes y estableció el vínculo indispensable para la organización del MERCOSUR.


De otro lado, el gobierno boliviano boliviano debe bajar el tono de su reclamo mediterráneo y el chileno predisponerse a retomar el ofrecimiento de un diálogo sin condiciones como ocurrió el 2000 en Algarbe. Por lo demás, la relación peruano-boliviana debe concentrarse más en el cumplimiento de su propia agenda enriquecida por acuerdos de integración física y energética que involucren a la Primera Región chilena. La articulación de una gran región fronteriza trilateral puede ser el eslabón fundamental que contribuya a generar la interdependencia requerida para solucionar problemas entre las partes. El centenario del tratado de 1904 puede ser una buena ocasión para empezar.

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