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  • Alejandro Deustua

Esquinados

Este 11 de abril los destinos políticos de Perú, Ecuador y Bolivia han sido objeto de diferentes puntos de inflexión. En el Perú llama la atención que las tendencias estato-céntricas y autoritarias estén de regreso con el triunfo en primera vuelta de los candidatos Castillo y Fujimori y que los trayectos socialistas de Ecuador y Bolivia se hayan interrumpido o atenuado con el triunfo del liberal-conservador Guillermo Lasso, en el primer caso, y con la pérdida por el MAS de las gobernaciones de los principales departamentos de Bolivia, en el segundo.


En el Perú, la inflexión es especialmente dramática. Primero, porque incrementa la posibilidad de que el gran avance logrado por la economía peruana en los últimos veinte años culmine y que su origen antidemocrático renazca. Ella implica, además, la pérdida de un centro liberal en ciernes para la región.


Segundo, porque la inflexión tiene connotaciones de seguridad que cabalgan con el Sr. Castillo y sus vinculaciones senderistas a través del Sutep-Conare.


Antes de participar en una segunda vuelta es imprescindible, por tanto, que el Sr. Castillo corte de manera indubitable ese vínculo senderista y que modere sus propias inclinaciones marxistas. Y, más allá de la insuficiente preocupación por la serranía peruana del liberal De Soto y del conservador López Aliaga, es indispensable que ambos exijan al feudo fujimorista transparencia y pleno compromiso democrático.


De lo contrario tendremos en el Perú un escenario de inmanejable inestabilidad política, un fuerte cambio de inserción externa y la pérdida de la predisposición de los organismos financieros internacionales a atender mejor políticas sanitarias, de inclusión social y de medio ambiente.


Tercero, si la inflexión exige un indispensable diálogo entre los candidatos que sugiera que el liberalismo tenga una posibilidad de permanencia en el Perú, aquél no podrá darse si el Sr. Castillo no muestra disposición a atenuar el estatismo extremo de un programa de gobierno que no ha sido debatido y que se ha confundido con el descontento social que lo ha llevado donde está. Y si ese diálogo no contribuye a aplacar la extrema polarización de un país con bajísimas condiciones de representatividad y de gobernabilidad, éste no servirá.


Ese fracaso lastrará las posibilidades de mejorar los fundamentos políticos del centro andino mediante una mejor relación con el Ecuador del Sr. Lasso y se perderá la oportunidad que abre la victoria de las gobernaciones bolivianas sobre el MAS y su visión chavista de América Latina.


Ello implicaría algo más que la pérdida de la posibilidad de fortalecer un centro de gravedad andino. A la luz de la decadencia de los partidos políticos en los tres países, ello consolidaría la erosión adicional de la autoridad democrática en esos Estados y aceleraría el paso de los movimientos sociales que, disfrazados de partidos, desean alzarse con el poder.


Esa tendencia deberá tener acá un límite democrático que la nueva tendencia autoritaria que recorre el mundo no desea reconocer.


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