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Alejandro Deustua

Inserción y Competencia

La reiteración de viejos temas en las agendas colectivas puede obedecer a tendencias inerciales o a su recurrente importancia. Esperamos que la preocupación empresarial por la inserción y la competencia que convoca al CADE este año obedezca a este último factor y que, en consecuencia, aquellos temas sean enfocados en su dimensión histórica, su carácter multidimensional y su proyección perfectible.


Al respecto se debe recordar que la preocupación por la inserción internacional del Perú fue secuestrada por el fujimorismo y propuesta tras el señuelo de una innovación que debía ser contrastada con la decadencia del gobierno aprista y la perversidad del modelo de sustitución de importaciones. Enmarcada en ese leit motiv, la apertura económica y la denominada revolución neoliberal fueron planteadas como un nuevo catecismo antes que como un requerimiento de la evolución del sistema internacional. La exigencia ideológica de este planteamiento ocupó la atención gubernamental y empresarial al punto que, en el marco de la lucha antiterrorista, reclamó un golpe de Estado y la instalación de un gobierno autoritario para imponerlo.


En ese ambiente la “reinserción” externa se interpretó sólo en su radical dimensión comercial y financiera al tiempo que se la implementaba unilateralmente. Con absoluta imprudencia, los peruanos fuimos expuestos al skock que Fujimori había prometido evitar incrementando fuertemente el costo de adecuación de los agentes económicos, descapitalizando al Estado y exacerbando las condiciones excluyentes del “modelo”.


La “inserción” comercial (la apertura no negociada en la OMC) y financiera (el acceso al crédito a cambio de la reanundación del adecuado serviciode la deuda) se produjo, pero a costa de la merma del sector industrial y del gran empresariado nacional, del descontrol del proceso privatizador cuyos ingresos permitieron crecimiento sin adecuados fundamentos de ahorro, inversión y empleo y de incremento del sector informal cuyos agentes encontraron cada vez más barreras de entrada al mercado cuando debió suceder lo contrario.


Si el resultado fue una precaria adecuación al nuevo escenario económico, el costo que pagó la ciudadanía por unas políticas y gestión publica cuestionables fue desmesurado en tanto creó un clima apropiado para algunos pero desfavorable para las mayorías. Éste se reflejó en la pérdida de valores cohesionadores básicos –como la noción del bien común- y hasta de los fundamentos del mercado –la adecuada relación entre capital y trabajo-. Sin embargo, los agentes económicos y ciudadanos no han cejado en su esfuerzo de adaptación a las nuevas circunastancias de la mal denominada “globalización”.


El proceso de “reinserción” y sus fundamentalistas ejecutores tuvo además costos intangibles adicionales como el “blanqueo” del pasado que, como saben los contadores, se registra en el pasivo. En efecto, se desconoció que el Perú inició, con la Conquista, su inserción al “mundo” desde los albores del mercado capitalista. Occidente es nuestro ámbito desde el siglo XVI organizado política y militarmente por el imperio español, culturalmente por el catolicismo y económicamente por la especialización en la producción de materias primas. Estas formas de relación con el “mundo” cambiaron de forma a lo largo de cinco siglos pero los lazos sustantivos de interdependencia se mantuvieron.


Es más, en el proceso evolutivo de la inserción occidental, la interdependencia se organizó en diferentes “modelos”, uno de los cuales fue, en el siglo XX, el de sustitución de importaciones. La ideología neoliberal lo atribuye, con perversidad, a América Latina olvidándose que el proceso de reconstrucción de la postgerra empleó ese modelo en Europa, Japón, los países nórdicos y el sudeste asiático, todos ellos considerados como legítimas referencias contemporáneas. El problema con nuestra región es que el “modelo” se ideologizó a través de la teoría de la dependencia en un contexto de fuerte descontento popular. En consecuencia, y al margen de sus razones, se ilegitimó y fue ilegitimado.


En ese proceso, el hecho relevante es que la región creció en la década de los 50 y 60 más que en las décadas siguientes. Aunque fue víctima de sus propias fuerzas centrípetas, los gobiernos “razonables” de la época no fueron ayudados desde el exterior en la medida en que lo fueron asiáticos y europeos.


En consecuencia, la reforma neoliberal –y la “reinserción”- se impuso coercitivamente en Chile con Pinochet o en México a propósito de la crisis de la deuda, para señalar sólo a dos de los países cuyos jefes de Estados nos visitan. Colombia en cambio transitó con relativa estabilidad por una economía gradualista que, sin embargo, pagó el precio de dejar crecer la subvsersión y el narcotráfico.


Hoy, en la fase post neoliberal, nuestros problemas de competencia son menos producto de nuestra inserción occidental que de los términos de la misma. Seguimos exportando predominantemente materias primas y a pesar del proceso integrador, no hemos generado aún condiciones internas de competitividad y productividad suficientes. Ello nos sigue planteando el viejo desafío del desarrollo (hoy escabullido por el combate de la pobreza) en términos de acumulación de capital, adecuación tecnológica y diversificación de exportaciones.


A ello se agrega el requerimiento de una inserción compleja que debe definirse en términos de seguridad (mayor participación en los esquemas de seguridad colectiva), políticos (consolidación de la democracia), sociales (mejor distribución de la riqueza y racionalización de los flujos migratorios) y económicos (crecimiento sostenido con equidad, acumulación, innovación tecnológica y mejor interdependencia) y de un viejo reto: la competencia con el Asia que, por más de una generación, sigue concentrando el crecimiento, la inversión, el comercio y la atención estratégica en el mundo en desarrollo.

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