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  • Alejandro Deustua

Insustentabilidad de Precios y Vulnerabilidad Externa

27 de junio de 2005



Mientras el precio del petróleo alcanza los US$60 –con amplio margen de potencial incremento, según algunos- el precio de las exportaciones de minerales siguen mejorando las balanzas comercial y de cuenta corriente de países en desarrollo como el nuestro. De ello da cuenta el Banco Central que, para la última semana, reporta un incremento de 1.5% del precio del cobre (un record de US$ 1.62 la libra) siguiendo una subida de 2.14% del oro (US$ 430 la onza troy). Para una economía como la peruana, cuya estructura exportadora se compone de 2/3 de materias primas, estos anuncios, ya casi rutinarios, son auspiciadores de mayor recaudación, mejor distribución (si se aplican correctamente el canon y las regalías) y hasta de crecientes expectativas de bienestar. Si ello implica la concentración de los recursos productivos a expensas del desarrollo de los sectores secundario y terciario, es un asunto de decisión política y empresarial antes que de determinanciones “dependentistas” o de algún vestigio de enfermedad holandesa.


De la misma manera, el adecuado uso de los ingresos extraordinarios en países productores de petróleo como México o Venezuela, depende de la asignación de recursos de largo plazo por los gobernantes y empresarios, mientras que para los países que padecen extrarodinarias crisis políticas (Bolivia, Ecuador), los mayores ingresos permiten a los sectores público y privado mantener a flote economías que de otro modo habrían quebrado.


Sin embargo, la consecuente sensación de alivio o de optimismo debe moderarse si se tiene en cuenta que el actual boom no es sólo producto de un incremento de la demanda externa sino de una fuerte componente especulativo en un marco de desequilibrios globales e incertidumbre financiera sobre los que no tenemos influencia. Especialmente si los correspondientes esfuerzos internacionales de corrección y de prevención de una desaceleración global rápida son reclamados desde hace algún tiempo, sin demasiado éxito.


En efecto, el incremento del precio del petróleo se debe a una sostenida demanda con tendencia al alza (que será mayor hacia fines de año) en un contexto de insuficiencia de capacidades (la OPEP, responsable del 40% de la producción global, anuncia un incremento de cuotas para moderar el precio pero bajo condiciones de restricción de procesamiento) y de exaltación de los mercados de futuros. Así, el incremento va acompañado de la “convicción” de los intermediarios de que el aumento de la productividad por mejoras teconológicas permite a las economías mayores absorber el alza teniendo en cuenta que el techo de la misma, en precios reales, está aún lejos de los márgenes de la crisis de los 70. Ello añade formidable tendencia alcista al precio (según el Japón el componente especulativo es aquí de 15% por lo menos) e incrementa la ponderación del riesgo frente a la mínima turbulencia.


La premisa de la asimilación del crecimiento sostenido del precio, sin embargo, ya no parece vigente en los mercados de valores norteamericanos, europeos y japoneses (todos han caido en la última semana impactados por el petróleo de US$ 60) mientras que el Grupo de los 8 se dispone a discutir el punto como primera prioridad en julio próximo.


Esta situación confirma las preocupaciones de inicios de año de los organismos multilaterales sobre el impacto en la perfomance global de los precios del petróleo.


Pero a ella se suma la vigencia fortalecida del segundo factor de vulnerabilidad expresado por esas instituciones: los desequilibrios estructurales de la economía global como freno de la perfomance y como riesgo sustancial del sistema económico internacional influyen cada día más.


Uno de esos problemas –la magnitud el déficit norteamericano de cuenta corriente- se ha agravado en el primer trimestre hasta comprometer 6.4% del PBI de la primera potencia (US$ 195 mil millones) en una marco de revisión al alza del déficit del último trimestre del año pasado.


Y ello ocurre sin que otra de los luces rojas –la subvaluación del yuan- se haya corregido (lo que implica “insalubres” suparavits para China), mientras que la deconfianza en el euro ha aumentado peligrosamente al calor de la crisis política de la Unión Europea y de la falta de respuesta del mercado comunitario a los requerimientos globales de crecimiento (la inversión extranjera ha caido en la UE en el 2004 mientras que la que se origina en países de la OECD se ha incrementado de US$ 539 mil millones a US$ 628 mil millones). Y aunque Japón reporte mejor crecimiento, sus autoridades expresan preocupación por el impacto desacelerador del precio petrolero en la economía global antes que en la propia en tanto reduce sus perspectivas de crecimiento por exprotaciones.


Felizmente, la flexibilidad relativa de las tasas de cambio permite moderar el impacto de los desequilibrios globales. Pero no al punto de sanearlos ni de la supresión de un clima de incertidumbre que favorece el abandono de las monedas fuertes -o de su expresión en bonos- en busca de valores de refugio.


Esta tendencia, a su vez, tiende a incrementar artificialmente el precio del oro admitiendo un mayor rol especulativo en la proyección de su valor (algunos “asumen” un techo de US$ 800 la onza incrementando extrardinariamente el margen del aumento posible –como diferente del sustentable- y, por tanto, el de las ganancias de intermediarios).


Al margen del sostenido incremento de la demanda, estas fuerzas “exógenas” -es decir, las de los operadores bursátiles- añaden impulso al precio del resto de los commodities, entre las que se encuentra el cobre que juega un fuerte rol en el desempeño de economías como la peruana o la chilena. En consecuencia, ese factor subjetivo debe ser incorporado a la adecuada evualuación del incremento de nuestras balanzas comerciales y de cuenta corriente. Especialmente si éstas mejoran sin el aporte suficiente de la mayor inversión extranjera que hoy se origina en los países desarrollados y que, como sigue siendo evidente, concurre preferentemente al mercado asiático y, especialmente al chino, en busca de menores costos en mercados más amplios.


Finalmente, a este contexto de desequilibrios y fuerte influencia de externalidades que condicionan el boom exportador debe agregarse un riesgo adicional: la posible quiebra de la burbuja del mercado de bienes raíces norteamericano evaludada por The Economist. Si el ahorro hace tiempo dejó de ser atractivo para los norteamericanos y si la propensión a invertir en activos de rápidas y altas ganancias complementó el extraordinario incremento del consumo, aquél se realizó no sólo en papeles (que siguen sobrevaluados) sino también en biences raíces. El fuerte incremento de la adquisición de inmuebles y la particiapción financiera en la industria de la construcción en la última década condujo al incremento del crédito y de las hipotecas para esos fines. El requerimiento de retornos rápidos antes que los propios de una inversión necesaria o de refugio, contribuyó a un incremento de los precios al punto de que hoy éstos parecen haber superado largamente la sustentabilidad del mercado.


Si los agentes económicos inician una corrida de ventas, los precios caerán con un efecto de arrastre que puede ser superior a la de un derrumbe de la bolsa por la naturaleza del mercado. El consecuente impacto recesivo no sería local sino global, según The Economist, potenciando la convergencia del conjunto de efectos negativos de los desequilibrios existentes en la economía mundial. Las posibilidades de un aterrizaje duro, en este caso, no son escasas según ese reporte.


A la luz de estos factores, cualquier evaluación exitista de nuestra perfomance económica debe ser adecuadamente confrontada con la alta influencia de las vulnerabilidades externas. El ritmo de crecimiento económico en un escenario de desaceleración global debe ser medido teniendo en cuenta nuestro grado de exposición a posibles schocks externos cuyos mecanimos de formación están a la vista. Si las economías latinoamericanas están creciendo con un alto índice de vulnerabilidad, los mecanismos de reducción y prevención de riesgos deben ser incoporados más visiblemente en nuestras políticas económicas. Antes que al optimismo propio de un ciclo expansivo, la actitud hoy debe ser la de prudencia.


Fuentes: International Herald Tribune, Money/CNN, The Economist, BCR.

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