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  • Alejandro Deustua

Juan Pablo: Ecuménico y Occidental

4 de abril de 2005



Si la Iglesia católica y los valores que representa se pretende universal y respetuosa de la diversidad, su centro de gravedad estatal, el Vaticano, es una creación occidental. El Papa Juan Pablo II, el líder ecuménico por excelencia, fue también el Jefe de Estado contemporáneo que mejor proyectó la sustancia de esa entidad ejerciendo un poder que contribuyó extraordinariamente a afianzar la civilización occidental.


Cuando en octubre de 1978 el Papa polaco apareció en la Plaza de San Pedro esa consolidación era incierta y disputada. “No tengan miedo” fue su respuesta en el Vaticano y, en 1979, también en Polonia. Los sindicalistas de Gdansk, su rechazo a ser considerados sólo como un medio de producción y el latente nacionalismo polaco encontraron en su compatriota vaticano el soporte moral que se transformó en poder. El dominó empezó a caer en la periferia soviética en proceso que no terminaría hasta acabar con su núcleo apenas 12 años después.


Pero en 1978 el centro totalitario de la Guerra Fría todavía parecía fuerte. La paridad con Estados Unidos se había consolidado y el conflicto transferido al Asia, el África y América Latina se había incrementado. A este desequilibrio del sistema internacional se agregó mayor inestabilidad con la quiebra del diálogo Norte-Sur, la crisisis petrolera, la emergencia inflacionaria en Estados Unidos y la crisis de la deuda.


La reacción llegó de la mano de Reagan: el “roll back” reemplazó a la política norteamericana de contención mientras la erosión de la URSS hacía lo suyo hasta 1991. Juan Pablo II inovocó prudencia y solidaridad para el desenlace de un proceso que contribuyó a gestar. Su preocupación se centraba ahora en las guerras remanentes.


Si Occidente iba a la guerra, el diálogo, la negociación y el derecho era el marco que ésta debía ser confrontada. Ello no impidió sin embargo que, en nombre de la libertad y diversidad de los pueblos, Juan Pablo (junto con otros Jefes de estado europeos) reconciera a los secesionistas católicos de la ex –Yugolsavia, complicando lo que se deseaba resolver. Así nos recordó que el Vaticano es un Estado que comparte los errores de Occidente.


Y también su disposición a corregirlos. Bajo la dirección de Juan Pablo, Iglesia y Estado no dejaron de llamar la atención sobre los requerimientos del desarrollo y la lucha contra la pobreza. Si bien la Teología de la Liberación fue cuestionada por su concepción marxista, Juan Pablo II criticó con intensidad similar los excesos del capitalismo y sus consecuencias en los países en desarrollo.


Finalmente, ni en su defensa más conservadora de la moral individual olvidó su responsabilidad internacional. En enero último planteó al respecto cuatro desafíos: el de la vida (que también implica la condena del terrorismo), el del pan (referido a la obligación internacional de acabar con el hambre y la pobreza); el de la paz (llamando a la conclusión de los conflictos especialmente en los países pobres) y el de la libertad (del individuo y de las naciones). Desde el Vaticano, el más destacado representante de Occidente, ha planteado una tarea universal. Sus herederos están en la obligación de llevarla a cabo.

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