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  • Alejandro Deustua

La Alianza del Pacífico se Posiciona

Los presidentes de la Alianza del Pacífico acaban de producir una Declaración Conjunta que coincide con la cumbre de APEC mientras sus ministros de Finanzas han reiterado su contenido en Washington DC en los prolegómenos de la reunión anual del Banco Mundial y del FMI.


Si bien la Declaración y la conferencia realizada en la sede capitalina de la US Chamber of Commerce han tenido un propósito promotor de la nueva entidad nacida en el 2011, su efecto ha sido generado también por su voluntad de posicionamiento y de la afirmación de un proceso de integración eficiente que complementa y contrasta con los hoy existentes en el resto de América Latina.


El posicionamiento implícito se deriva tanto de la capacidad económica como de la ubicación geográfica de la Alianza.


La primera se ha autodefinido en términos de poder (7ª potencia exportadora del mundo responsable de 36% del PBI latinoamericano con una población mayoritariamente joven), de status (una inserción global superior a la de otras agrupaciones regionales latinoamericanas en tanto es titular del 50% del comercio latinoamericano con el mundo y atrae inversión reciente por US$ 70 mil millones) y de jerarquía (si el Presidente Humala definió al Perú como un país emergente compuesto esencialmente de clases medias en la reciente Asamblea General de la ONU, ésa es una cualidad compartida con los demás miembros de la Alianza).


Por lo demás, la Alianza es producto de la integración ya existente entre sus miembros y de la profundidad integradora alcanzada por compromiso político.


En efecto, a diferencia de la CAN o el MERCOSUR, la Alianza del Pacífico no es producto de un gran diseño (desprendido de la ALAC en el primero caso) ni de un gran acuerdo político-estratégico (el acercamiento entre Argentina y Brasil en 1988 que derivó en el proceso de integración conosureño).


La Alianza es, más bien, heredera de la convergencia de las diferentes experiencias liberales de carácter nacional mediante las que los países que la integran han logrado un extraordinario crecimiento redistributivo en los últimos 30 ó 40 años.


Por ello su “pragmatismo” es una forma de referirse al éxito de Perú, Chile, Colombia y México al que podrán añadirse luego Costa Rica y Panamá) logrado a partir de las reformas liberales realizadas a partir de la crisis de la deuda (la “década perdida” para América Latina), de su apertura al mundo (que Chile empezó antes) y de su persistencia en el ejercicio de la democracia representativa.


El largo proceso posterior, impulsado en la última década por un “boom” de precios de commodities y de inversión, hizo aún más evidente las convergencias entre modelos nacionales económicos y políticos equivalentes.


Por lo demás, todos los países que la integran habían suscrito ya acuerdos de complementación económica entre sí (en la práctica, acuerdos de libre comercio que les dio escala) y acuerdos de libre comercio con Estados Unidos y la Unión Europea (lo que además de escala, les procuró una fuerte inserción en Occidente).


Ello les permite ahora una mejor participación en la APEC, una mejor negociación del acuerdo transpacífico (que, en el corto plazo, debiera ser prolegómeno de los objetivos Bogor del 2020), un mejor acceso al resultado de la negociación del acuerdo transatlántico y, eventualmente, mejores términos de competencia con el Asia.


Con ello la Alianza del Pacífico gana enorme potencial geopolítico (añade la consolidación del escenario marítimo al escenario andino y amazónico de América del Sur) y geoeconómico (su rol como plataforma hacia el Asia se refleja en la veintena de observadores que la acompañan).


El resultado será útil para la región y para el mundo en tanto podrá contribuir a incrementar el hoy aletargado flujo de comercio internacional e incorporarse mejor a las cadenas de valor que resultarán de la potenciación del transporte y las comunicaciones intra-americanas e intra-oceánicas. Esto es de especial trascendencia para el Pacífico suramericano, la zona más alejada de la cuenca.


Tal dimensión estratégica es superior al de un simple acuerdo de libre comercio (que ya ha liberado plenamente 92% de los intercambios) o uno de integración profunda que facilita el libre tránsito de bienes, personas, capitales y servicios (en realidad, éste será bastante más complejo por su sofisticación y el agregado de un mercado de capitales cuyo esfuerzo en el MILA ya ha empezado).


Todos estos beneficios, sin embargo, pueden aún perderse o erosionarse sea por un shock externo negativo (la disfuncionalidad política norteamericana o un aterrizaje duro en Asia), la mala gestión (p.e. la aplicación de crecientes medidas para-arancelarias que hace tiempo reemplazaron a las arancelarias como obstáculos al comercio), la fricción internacional o el incumplimiento de obligaciones entre los miembros.


Si sobre el primer factor la Alianza no tiene mayor influencia, impedir los demás si depende de sus miembros.


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