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  • Alejandro Deustua

La CEPAL y un Antiguo Planteamiento Revolucionario

La CEPAL acaba de actualizar dos propuestas de su patrimonio normativo: de un lado, la recomendación de políticas industriales para producir un cambio estructural en la región en base a ganancias de productividad y diversificación exportadora y, del otro, la promoción de cambios institucionales en la gobernanza global acorde con los cambios de la estructura económica global (1).


A diferencia de los viejos planteamientos de sustitución de importaciones que, pensando en la industrialización sustentada en mercados de escala de ámbito regional, no otorgaban mayor importancia al valor de los fundamentos económicos ni a probables de cambios del sistema económico internacional, esta vez la CEPAL subraya la importancia concreta de estos elementos.


En el primer caso, el orden macroeconómico, el control de la inflación y políticas anticíclicas razonables (especialmente en un contexto de crisis) son definidos como requerimientos para el cambio estructural propuesto. Y en el segundo, la previsión de que hacia el 2020 los intercambios entre los países del “sur” serán superiores a los de los que países desarrollados sustentan el requerimiento de cambio sistémico y de mejor representación en los organismos tutelares del sistema.


La primera propuesta pertenece a una vieja tradición cepalina que, basada en un diagnóstico centro-periferia, urgía la aceleración del proceso de industrialización en el marco del modelo de sustitución de importaciones. Éste, con fuerte rol del Estado, debía adquirir escala en el ámbito regional a través de la integración y lograr la consolidación de ganancias en el ámbito global mediante entendimientos con los países desarrollados que atenuaran la resistencia de los mismos enfatizando el incremento del tamaño del mercado global.


En este escenario, la mayor generación de empleo compensaría las pérdidas constantes derivadas de términos de intercambio negativos al tiempo que la mejor distribución de los ingresos nacionales correspondería a la flexibilización del sistema centro-periferia.


Si, con el tiempo, la CEPAL fue adecuándose a las realidades de la apertura de las economías generada en respuesta a la crisis de la deuda (la “década perdida” de los años 80) y al incremento del rol de la tecnología en los procesos productivos, esa entidad nunca abandonó la propuesta de políticas industriales que compensaran los problemas fundamentales de las economías primario exportadoras. Su perspectiva estructuralista así lo exigía.


Hoy, en medio de una crisis cuya duración será la mayor de la postguerra y cuyos riesgos de agravamiento son manifiestos, la CEPAL actualiza la necesidad de esas políticas industriales. Pero ya no lo hace sólo para escapar al yugo primario-exportador sino para afrontar el problema de la desigualdad y de la muy baja productividad en la región. Al hacerlo, sin embargo, la CEPAL enfoca más su diagnóstico en la persistencia de la pobreza (30.4% de la población equivalente a 174 millones de pobres), que requiere indispensables políticas sociales, y menos en los problemas del desarrollo.


Sobre estos últimos prefiere, aunque en un marco integral, recomendaciones ligadas a la identidad latinoamericana y a la certificación de políticas de ese origen regional. Si bien es cierto que la capacidad de nuestras instituciones en la generación de políticas para resolver problemas locales se ha enriquecido, ésta quizás no requiera registro de origen para tratar problemas de economías fuertemente insertadas en el ámbito global.


En todo caso, estas propuestas ya no se definen por oposición mecánica a las que provienen de los organismos multilaterales (el FMI, el Banco Mundial o el BID) sino por su eficacia. La calidad de las políticas industriales dudosamente mejorará por el hecho de que estén ligadas a una identidad regional en tanto que, más allá de su tradición, éstas tienden a adquirir una connotación populista (por ejemplo, la de la “patria grande”) en un escenario donde la calidad de las tecnocracias locales ha evolucionado grandemente y en el que la heterogeneidad y fragmentación política no puede desconocerse.


En ese marco, la CEPAL no elabora suficientemente sobre su diagnóstico más importante y llamativo: las limitaciones económicas de las pequeñas y medianas empresas latinoamericanas (la columna vertebral de las economías del área) por su escasísima productividad y peso en la perfomance. En efecto, el hecho de que 50.2% del empleo en el área dependa de empresas con una participación en el PBI de apenas 10.6% es un factor de atraso que debe atacarse.


Y la CEPAL lo hace pero proponiendo sólo el indispensable lugar común de largo plazo: educación, investigación y desarrollo e inversión local. A ello se agrega el rol del Estado que tampoco es novedad en tanto la crisis ha convocado la activa intervención fiscal y monetaria de esa entidad política en el mundo entero. Si difícilmente se puede identificar una economía nacional donde el rol del Estado no sea considerado como necesario y fundamental en las actuales circunstancias, la discusión sobre dimensión de ese rol en el diseño de políticas industriales debería ser hoy menor. En todo caso, ese rol ya no es “heterodoxo” y, por tanto, tampoco revolucionario.


En cambio, la CEPAL sí plantea otra revolución: la preferencia de la interacción comercial con los países del “sur” en el entendido de que los flujos comerciales entre este tipo de economías superará en el 2020 a los intercambios entre los países del “norte”.


Si la revolución que se plantea es la demolición del sistema “norte-sur” en una década, se puede decir que éste es un pronóstico atrasado porque las economías emergentes son ya locomotoras principales del crecimiento global.


Por lo demás, ese sistema basado en coordenadas geográficas “verticales” está en proceso de desaparición por la sencilla razón de que el sistema ha agregado una tercera dimensión con los países del “oeste” (el Asia). Además, desde el punto de vista estructural, las economías emergentes forman ya una categoría específica en la definición del orden económico internacional. Finalmente, el argumento de que las economías en desarrollo (y/o emergentes) duplicarán el crecimiento de las desarrolladas en el 2020 (entre 5.6% y 6.2% vs 2.5% según la ONU y el FMI) constituye otra innovación mayor, olvida mencionar el hecho de que esa diferencia es sólo de intensidad pues desde hace décadas las tasas de crecimiento de los países en desarrollo son, en general, superiores a la de los países desarrollados.


Al respecto, la CEPAL no identifica la innovación central de la antigua estructura económica (la relación entre países exportadores de productos terminados y de materias primas, respectivamente): ahora el Asia (y, específicamente China) se ha convertido en un país del “norte” en relación al “sur” suramericano con un reconocimiento entusiasta de los latinoamericanos por el incremento de los precios de las materias primas (que, según la CEPAL, se mantendrán en el largo plazo por encima de los niveles de 2008).


Los países latinoamericanos no necesitan alianzas con los países del “sur” porque esta categoría está desapareciendo de la estructura económica. En cambio sí requiere de asociaciones con aquellas economías (del “norte” o del “sur”) que puedan proveerlas de los conocimientos y la tecnología de más rápida adquisición para producir una revolución industrial y de servicios mejor sustentada en la absorción, instrumentación y generación de conocimientos. El empleo que surja de la intensidad de uso de este factor de producción será mejor remunerado y permitirá una mejor inserción de la región en el mundo. El acceso a ese factor deber ser el que mejores condiciones estratégicas proponga y no cuál es su situación de desarrollo o geográfica. Ello es tan importante como la reiteración cepalina del antiguo requerimiento de los países latinoamericanos de lograr una mejor representación en los órganos multilaterales del sistema económico internacional.


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