La crisis económica europea obviamente ha debilitado sustantivamente los fundamentos de la unión monetaria de la UE y, de manera correlativa, los del acuerdo que contribuyó a la profundización de la vieja Comunidad Europea: el Tratado de Maastricht. No es por mera consecuencia jurídica sino por contagio fragmentador que el otro pilar de ese acuerdo, la PESC o política exterior y de seguridad común, haya quedado afectado.
Si esta política no acababa aún de definirse, ni sus competencias (diferentes de las de los Estados miembros) se habían establecido con plena claridad, ni sus instrumentos operativos (el servicio exterior europeo) estaban aún constituidos, resulta evidente que la crisis habrá inhibido aún más la capacidad de proyección externa de la Unión. Ello implica que la relación entre los actores menores del sistema internacional y los miembros de la Unión Europea que estos últimos preferían cubrir mediante mecanismos comunitarios, por economía de esfuerzos o por las razones que fueran, se verá considerablemente afectada.
Este problema puede involucrar a un número importante de Estados latinoamericanos cuyos vínculos con Europa se habían consolidado a través de los diferentes mecanismos institucionales de la UE. Una parte de esos Estados carecían de capacidad suficiente de conducir políticas exterior bilaterales con Estados europeos por carencia de recursos o de representación.
Sin embargo, la tendencia de los países latinoamericanos a mantener embajadas concurrentes en diferentes Estados europeos no constituye una fenomenología exclusiva de débiles países en desarrollo. En efecto, no son pocas las embajadas del Viejo Continente que se han retirado de países chicos y medianos de América Latina por razones de costo-beneficio (racionalidad que algunos Estados grandes europeos han considerado también al evaluar su presencia en algunos de los países de la región).
Antes de que la crisis impactara a Europa, esta tendencia reduccionista derivaba de crudas realidades presupuestales complicadas con la carencia de intereses fundamentales que justificara la vieja tradición de expresar la importancia del Estado mediante el incremento de sus representaciones diplomáticas.
Por lo demás, casi todos los países latinoamericanos mantenían con la Unión Europea relaciones institucionales equivalentes –y en algunos casos superiores- a las que se mantenían con los Estados europeos. La presencia de las delegaciones de la Unión Europea en los países de la región era, en muchos casos, ejemplos de esta situación.
Aunque las potencias mayores de la región (como Brasil y México) y algunas medianas (como Argentina, Perú, Chile y Colombia) mantuvieran diferentes grados de especificidad bilateral con sus pares europeos, todos los países del área priorizaron vínculos institucionalmente estandarizados por la Comisión Europea (por ejemplo, a través de acuerdos estratégicos, de asociación y/o de cooperación).
Así, Brasil ha suscrito un acuerdo de asociación estratégica con la Unión Europea que, si bien evade un compromiso de libre comercio, reconoce a la potencia suramericana un status del que carecen sus socios del MERCOSUR. Y México, Chile, Perú y Colombia han suscrito con la UE acuerdos de libre comercio acompañados de acuerdos de coordinación o diálogo político mientras que América Central ha establecido un canal similar. Y aunque la UE no ha logrado avanzar con el MERCOSUR la negociación de un acuerdo de libre comercio, ambas partes insisten en el esfuerzo (la 6ª ronda acaba de culminar) teniendo como referencia un acuerdo marco suscrito en 1999.
En este escenario general, que incluye las reuniones cumbres ALC-UE, se desempeñan las relaciones institucionales entre América Latina y los países de la Unión Europea que hoy debieran revaluar el ámbito bilateral.
La evaluación de este nuevo bilateralismo requerirá de especial persistencia y de un esfuerzo importante de redefinición de intereses nacionales, pues las potencias europeas (especialmente Alemania, Francia y el Reino Unido), además de reiterar en sus agendas el marco comunitario, convergen en torno a la prioridad general de la realización de intereses globales antes que de intereses propios.
Aunque estas potencias no señalen específicamente la importancia en su agenda las definiciones establecidas por la Comisión Europea, el marco comunitario se deriva de ese origen, de la importancia asignada a la promoción de las políticas de integración del modelo europeo y del valor del mercado comunitario.
Ello presenta una par obstáculos adicionales para la definición de intereses bilaterales entre las partes más allá del marco comunitario. El primero consiste en que la pérdida de influencia del modelo de integración europeo debido a la crisis de la unión monetaria puede ser un problema perceptivo que evolucione de acuerdo al grado de recuperación o agravamiento de la integración europea cuyo grado de avance es inmensamente superior al latinoamericano. En efecto, en tanto la UE ha superado de lejos el nivel de la unión aduanera, ésta podría insistir en que la base de la relación con América Latina se funde por lo menos en la consolidación de zonas de libre comercio efectivas en la región postergando las economías nacionales. Tal objetivo beneficia a todos pero es insuficiente desde el punto de vista bilateral.
El segundo obstáculo consiste en la extraordinaria asimetría de los respectivos mercados. Para las potencias europeas la evidencia manda: América Latina necesita más a Europa que a la inversa porque la UE como conjunto es el segundo socio comercial latinoamericano y la primera fuente de inversión mientras que las exportaciones latinoamericanas a la UE apenas representan 6.2% del total de lo que esa región importa (según fuentes alemanas de 2011). En consecuencia, el interés de los estados europeos por redefinir relaciones bilaterales con países chicos o medianos de la región será menor.
Por lo demás, a la tendencia a la regionalización de la relación bilateral con los Estados latinoamericanos por las potencias europeas se agrega la poca importancia que los intereses nacionales de estos Estados tienen en la percepción general de esas potencias (salvo en casos muy notorios como Brasil).
En efecto, éstas definen la problemática latinoamericana en función de dos grandes escenarios. El primero corresponde a la confrontación de problemas globales está estandarizado en torno al combate de la pobreza, de la exclusión o fragmentación social y del crimen organizado y la lucha contra el cambio climático, la preservación del medio ambiente, el narcotráfico y la migración ilegal. Y el segundo corresponde a la confrontación de nuevos desafíos se diseña en torno a los problemas recientes derivados de la crisis, de la volatilidad de los precios de los alimentos, de la reducción de las remesas y de la inversión obviando intereses más tradicionales. A este marco de intereses coincidentes, congregados además en la declaración general de valores comunes (¡con la única excepción de Cuba!), se agregan ciertas especificidades estatales europeas como la necesidad alemana de desarrollar su mayor potencial con nuevos socios, el requerimiento francés de consolidar su particularidad cultural bien asentada en la región o la disposición británica a recuperar el terreno perdido en el área.
Este conjunto de principios e intereses son ciertamente un activo de las respectivas políticas exteriores europeas pero, por su generalidad, no reportan mayor preocupación por la importancia colectiva de la región ni por buena parte de los Estados latinoamericanos. Así en el último informe de desempeño de la política exterior europea producido por el European Council of Foreign Relations simplemente no se incluye a América Latina como una región que merezca evaluación en gran contraste con la atención que se presta al Asia, al Medio Oriente y al Norte de África.
De ello se concluye que si la crisis económica europea requerirá un esfuerzo para fortalecer la política exterior de la Unión Europea y de sus Estados Miembros, la política exterior de los Estados latinoamericanos hacia Europa tendrá el doble desafío de replantear sus intereses frente a quienes integran el corazón de Occidente y de lograr que estos países los entiendan en su especificidad.
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