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  • Alejandro Deustua

La Cumbre de Mar del Plata

9 de noviembre de 2005



La IV Cumbre de las Américas cumplió sobradamente con las expectativas que había despertado. En efecto, si no se esperaba de ella éxito contundente, la Cumbre añadió a sus escasos logros económicos extraordinaria división regional. Y si se anunciaba confrontación política, la reunión la proporcionó a raudales gracias al espectáculo montado por el Presidente Chávez que enturbió, sin respeto por la hospitalidad del organizador, la argumentación divergente de los países del Mercosur. En tanto documento diplomático final, la Declaración de Mar del Plata (sede de la cumbre) sólo puede dar fe de lo primero. Si bien su altruista denominación (“Crear Trabajo para Enfrentar la Pobreza y Fortalecer la Gobernabilidad Democrática”) permitía una aproximación colectiva que podía oscilar entre la retórica pura y algunos compromisos concretos, la incorporación del tema fundamenteal –el ALCA- generó desencuentros imposibles de tamizar. Así, el documento recogió por primera vez dos posiciones: de un lado se registró a los que, a pesar de la dificultades encontradas en un proceso que debía culminar en una zona de libre comercio hemsiférica este año, están dispuestos a seguir intentándolo. Y del otro consignó la posición de aquéllos que consideran que las condiciones no están dadas para reactivar el proceso ALCA. En tanto en las reuniones de esta naturaleza, la documentación final suele elaborarse sobre la base del consenso (incluso a costa de los contenidos sustantivos), éste es un resultado insólito. Y lo es doblemente porque además se reconoce al trato de la materia que se aduce como obstáculo principal (los subsidios a la producción y exportación agrícola norteamericana que la primera potencia se niega a tratar en este foro) su esencia multilateral (ésta será discutida en la próxima reunión ministerial de la Ronda Doha) antes que un prioritario trato regional. He allí la primera gran paradoja de la Cumbre de Mar del Plata: si el proceso hemisférico de reuniones cumbre que parte de la Iniciativa de las América en 1991 y se concreta en 1994 fue una respuesta regional americana a otros desarrollos regionales y un complemento al multilateralismo comercial emergente (la OMC nacida de la Ronda Uruguay), hoy esta versión del regionalismo termina supeditada a los inciertos resultados multilaterales de la reunión ministerial que se realizará en Hong Kong en diciembre y marginando la preocupación por la competencia que presentan otros procesos regionales de integración. Por lo demás, si los multilateralistas latinoamericanos piensan que han sacado partido del poco éxito del pseudo regionalismo de Mar del Plata, la reunión propuesta por Colombia para evaluar los resultados de la próxima sesión de la ronda Doha puede devolverlos a una realidad menos exitista. Mientras tanto, los negociadores norteamericanos –que no privilegian ningún foro en tanto logren sus objetivos mayores- podrán darse por satisfechos en tanto mantendrán a sus socios del sur a la expectativa de lo que las grandes potencias económicas puedan realizar en Hong Hong. El gran perdedor, en este caso, es el sistema interamericano que pretendía fortalecer un pilar económico hemisférico en momentos en que, a la luz del estancamiento en el ámbito de la seguridad, sólo descansa sobre el pilar político de la OEA. Para barnizar este resultado, los socios americanos estuvieron de acuerdo en el marco político y en el compromiso normativo necesario para paliar los problemas sociales de la región. En relación al segundo acuerdo se insistió declarativamente en la necesidad de un crecimiento efectivamente generador de empleo pero basado en “políticas económicas sólidas” que da para todos los gustos. Y en relación al acuerdo político, los participantes por lo menos ratificaron el compromiso nominal con la vigencia de la democracia representativa en la región concretada en la Carta Democrática. La lealtad a ese principio, sin embargo, no parece entusiasta dado que también se reconoció las ventajas de la democracia participativa en un contexto en que hasta protagonistas de regímenes totalitarios (como el caso de Cuba) suscriben últimamente documentos democráticos cuando de cumbres se trata (como ocurre en las reuniones iberoamericanas). De dar sustento a esta doble lealtad se encargó el Presidente Chávez . Al tiempo que participó de la reunión formal con sus colegas americanos, brindó también su generoso tiempo para pasar del salón a la calle donde agitó a las masas, saludó el desorden y la destrucción que el movimiento “social alternativo” generó y exaltó su credo: “socialismo o muerte”. A pesar de la evidente filiación totalitaria de este lema y de su incompatibilidad con la economía de mercado, no se le llamó la atención al Presidente Chávez (salvo alguna escaramuza con el Presidente Toledo). Con ello quedó demostrada la disfuncionalidad del régimen que preside el Presidente Chávez con los principios que gobiernan las organizaciones regionales a las que su país pertenece. Por tanto entre los éxitos más notorios de la Cumbre de Mar del Plata se encuentran los que sientan las bases para el cuestionamiento del régimen venezolano que los socios de la CAN y del Mercosur deben plantear al Preseidente Chávez si es que aquéllos mantienen sus compromisos con esos principios. Este ejercicio no debiera seguir postergándose a pesar de la influencia creciente del presidente venezolano. Ello no es incompatible con los intentos bilaterales de moderar el régimen chavista como los que pueda realizar el Brasil, por ejemplo. Menos aún, cuando la actitud del Presidente polariza –como ocurrió en Mar del Plata- la posición de moderada disconfomidad con el ALCA de países como Brasil y Argentina. Y de paso antagoniza con aquellos que ya han culminado negociaciones con Estados Unidos (Canadá, México, Chile, los centroamericanos) o están en proceso de hacerlo (Perú, Colombia y Ecuador). Si estos países desean la integración regional, sencillamente no pueden permitir que el radicalismo del presidente Chávez establezca unas reglas del juego orientadas a extender hacia la región su alianza con Cuba. Salvo que estén dispuestos a permitir el desmontaje del proceso liberal que la región construye desde el fin de la Guerra Fría y atizar el conflicto (como el mexicano-argentino) donde hasta hoy existen intereses complementarios.

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