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  • Alejandro Deustua

La Doctora Rice y el General Powell

En términos absolutos –es decir, si no se considera a terceros-, el reciente cambio en la conducción de la política exterior norteamericana ciertamente favorece la gestión administrativa de la misma. Pero en términos relativos –es decir, tomando en cuenta los requerimientos de la mayoría de los interlocutores de los Estados Unidos y del 48% de los electores que votaron por el señor Kerry-, la cohesión política no ha sido favorecida por el cambio realizado en la jefatura del Departamento de Estado.


En efecto, la selección de la doctora Condoleezza Rice en reemplazo del General Colin Powell no es el cambio de un soldado que tiende con facilidad al uso de la fuerza por una académica que tiene una visión más cautelosa e intelectual del mundo. Se trata más bien del cambio de un comando de gran experiencia administrativa convencido de que el uso de la fuerza sólo debe realizarse en defensa de un interés vital y bajo condiciones de predominio y alianza, por una académica de militancia antisoviética que ayudó a convertir en doctrina irritante lo que era una práctica aceptada en Estados Unidos: el uso preventivo del poder militar. La cohesión ideológica de la segunda administración del presidente Bush derivada de la filiación de creencias entre la señora Rice y el señor Bush se realiza a costa de un mayor equilibrio político en la realización del interés nacional norteamericano.


Los beneficios de esta opción se traducirán, en principio, en la mayor convergencia no sólo entre el Departamento de Estado y la Casa Blanca, sino entre éste y el Departamento de Defensa y también con el Consejo Nacional de Seguridad (donde se está nombrando al segundo de la señora Rice, el señor Hardley). Si se tiene en cuenta que el Departamento de Defensa, fuertemente apoyado por el entorno del vice-presidente Cheney, tendió a congregar el liderazgo de política exterior durante el primer período del presidente Bush se concluirá que, en la medida en que el señor Rumsfeld y los “neoconservadores” que lo apoyan no sean cambiados, ese sector quedará intensamente fortalecido.


De ello se colige, en principio, que la proyección del poder norteamericano a través de la fuerza armada se habrá incrementado como consecuencia del cambio administrativo. En tiempos de guerra, ello sería considerado como un mérito en Estados con tradición centralista como Francia, por ejemplo. Pero no necesariamente en Estados donde el poder está más distribuido por la influencia federal y por una tradición sectorial más “independiente”. Con este cambio se pasa de un escenario de competencia interburocrática a uno de convergencia burocrática favorable a la concentración del poder del Estado. En la tradición norteamericana ello significa el sacrificio de la opinión crítica -o “disidente”- que sí tiene una tradición útil en los procesos de toma de decisión en ese país en tanto amplía su bagaje de opciones. Ésta ha tendido a funcionar bien en casos de crisis intensa como la de los misiles en octubre de 1962. Por ello, la conclusión de que el cambio administrativo habría resultado en mayor poder real y efectivo aún debe ser puesta a prueba.


Según los medios norteamericanos, lo cuestionable al respecto sería la opción por la “lealtad” (la doctora Rice) en lugar de la eficiencia (el señor Powell). Pero no es ésta una buena evaluación porque si algún defecto se le atribuye al General Powell es que fue precisamente su “exceso de lealtad” lo que agravó el pésimo planteamiento del casus belli contra Irak. Aún así este argumento es también dudoso porque se hace difícil creer que un funcionario de la experiencia y el prestigio de Powell se haya prestado a engañar burdamente a la comunidad internacional con pruebas falsas y que una vez producido el daño hubiera persistido en mantener su origen (las pruebas falsas). Desde nuestra particular perspectiva, ese General recibió pésima inteligencia de los organismos correspondientes producto de la erosión de esas instituciones. Cuando acudió a la ONU en febrero del 2003 estuvo convencido de lo que decía y nunca tuvo la oportunidad de rectificarse porque sencillamente su país ya estaba en guerra. Y de acuerdo a la ética militar, bajo esas circunstancias ningún soldado expone a su Presidente en un país de tradiciones fuertes.


En tanto la disposición inicial de esa inteligencia estuvo más cerca de la doctora Rice que del General Powell, el presidente Bush no se hace un gran favor optando por la ex-directora del Consejo Nacional de Seguridad cuando su intención es proyectar mayor poder. En efecto, si el Presidente requería reparar los graves daños a la credibilidad de las instituciones de seguridad norteamericanas, el nuevo nombramiento no lo ayuda. En lugar de fortalecer su liderazgo abre aún más un frente de vulnerabilidad que debió ser cerrado. Más aún cuando se requiere reparar relaciones con aliados tradicionales tomando en cuenta sus intereses y una no aligerada sensación de engaño. Si la doctora Rice no responde a esos requerimientos, el eficiente uso de la fuerza puede, en consecuencia, quedar mermado en lugar de maximizado.


El factor compensatorio de esta debilidad es la propia gravitación norteamericana que supera a la de sus líderes. Si por el bien de Occidente, Estados Unidos tiene que tener éxito en Afganistán, Irak, en el nuevo intento de solución del conflicto palestino-israelí y en la guerra contra el terrorismo, la cooperación occidental deberá incrementarse si no se desea ingresar en una etapa de graves desequilibrio sistémicos.


De allí que es necesario saber valorar las iniciativas de la nueva Administración por sus méritos específicos antes que por la ideología de sus gestores. En el ámbito hemisférico éste es el caso, por ejemplo, de las inminentes visitas del señor Bush a Canadá y Chile (por motivos políticos y económicos), y de las realizadas por del señor Powell a México (para tratar temas sociales) y por el señor Rumsfeld a El Salvador, Panamá y Quito (para tratar temas de seguridad). América Latina debe saber corresponder a esta apertura de un socio principal aun cuando a sus gobernantes les disguste el rumbo que está tomando el proceso interno norteamericano.

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