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  • Alejandro Deustua

La Fragentación del Sur

Ad portas de un aniversario más de la suscripción de la Carta de San Francisco, la UNCTAD, la institución de la ONU que procura articular el comercio y el desarrollo, está patrocinando el incremento de los intercambios entre los países del “sur” dentro del Sistema Global de Preferencias Comerciales (GSTP). El esfuerzo tiene sentido si se considera que el comercio entre países en desarrollo implica al 40% de los intercambios de estas economías cuando en los años 60 el nivel era de 24%.


Pero más allá de la ampliación de los beneficios de este sistema (que agrupa apenas a 43 miembros incluyendo a todos los suramericanos, salvo a Paraguay y Uruguay), el Consenso y el Espíritu de Sao Paulo con que ha culminado la UNCTAD XI, no ha propuesto nada más concreto que una infinita vocación normativa para la compleja problemática de los países en desarrollo.


El problema es más grave en el caso de la UNCTAD, no sólo porque el grupo de los 77 que la creó no representa ya al “Tercer Mundo” (éste ya no existe), sino porque los países en desarrollo están hoy fragmentados en una serie de categorías que tienden a concentrar la atención en los menos favorecidos. Así, los “países menos desarrollados” (alrededor de 50 que dependen de no más de tres commodities signadas por intensa y progresiva erosión de los términos del intercambio) forman un grupo de especial atención al que se suman los aún menos favorecidos, los altamente endeudados, los mediterráneos y regiones específicas como el África. Estos subgrupos disponen de programas especiales (como en el de reducción de deuda) con una concentración en los problemas de pobreza (su participación en el producto global es de 0.6%).


Los países medianos (entre los que se encuentra el Perú) y los de economías emergentes forman un grupo aparte en los que la capacidad del comercio como estimuladora del desarrollo es más factible (al tiempo que son menos proclives a recibir facilidades, por ejemplo, en el trato de la deuda o de la cooperación internacional, cuyas metas de 0.7% del PBI de los países desarrollados hoy difieren del compromiso real de 0.2%). A ellos parece destinada la nueva preocupación de la UNCTAD XI: la reactivación de la ronda Doha en la medida que ésta incorpora el tema del desarrollo por primera vez de manera preferente según dicho organismo. En un signo distintivo de los tiempos, al respecto la UNCTAD ya no defiende como en el pasado, mecanismos estabilizadores de precios, por ejemplo, sino libre comercio donde el trato diferencial parece más procesal (facilidades de adaptación) que cercano a los principios comprometidos en la Parte IV del GATT.


Si esto es así, se comprende que estas negociaciones comerciales multilaterales concentren en el sector agrícola el esfuerzo diplomático más visible. Pero sólo porque en los países desarrollados el tema es el de los multibillonarios subsidios, mientras en los países en desarrollo el tema es la cantidad de gente arraigada en el área (60.6% de la PEA de estos países vs. 16.1% en la industria y 23.3% en los servicios –UNCTAD: “2004: Desarrollo y Globalización”-). A pesar de esa alta proporción demográfica, el valor generado por el sector es fuertemente declinante (y, en América Latina, la población dedicada sólo alcanzaría el 25%). Esta diferencia sectorial con Africa y Asia no sólo debiera reclamar de la UNCTAD una atención diferenciada por regiones (otro contraste con los años 60) sino por sectores intensivos en capital y trabajo (como es el caso de las manufacturas que en América Latina creció al 58% de las exportaciones totales en el 2001).


Lo mismo ocurre con la inversión. Si del saldo de los flujos hacia los países desarrollados (29 %) América Latina sólo capta 8.6% mientras el Asia concentra 14.6%, la aproximación de la UNCTAD al área no puede ser indiferenciada. La brecha creciente que en esta materia se genera entre Asia y América Latina no corresponde al grado de apertura de nuestras economías que, a un alto costo social, es superior a la asiática. Éste es un problema quizás mayor al problema identificado por la UNCTAD: la volatilidad de los flujos y la correspondiente vulnerabilidad de la región.


De otro lado, si los países en desarrollo representan un tercio del valor total del comercio global (creciendo de 25% en los años 60), América Latina ha decrecido de 7.5% en los 60 (sin reformas) a 5.4% en el 2002 (con reformas). La UNCTAD no dice mucho al respecto y menos del contraste con el Asia cuyo peso comercial pasó de11.4% en los 60 a 24.3% hoy. En un sistema que estimula la competencia, he allí uno importante en el que la cooperación sólo a través del GSTP no ayudará a solventar.


Y mucho menos si mantenemos nuestros mínimos índice de interdependencia intraregional. Mientras la Unión Europea intercambia hacia adentro 61% de su comercio, el NAFTA 56%, la ASEAN 22.8%, el MERCOSUR apenas llega a 17.7% y la CAN a 10.5%. La UNCTAD hace bien en estimular la interdependencia del “sur” pero debe aproximarse a ella también a través de un enfoque diferencial que incorpore los problemas de la competencia interregional.

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