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  • Alejandro Deustua

La Gira Latinoamericana del Presidente Bush

La gira del presidente Bush por cinco países de la región ha resultado en la renovación del compromiso político y asistencial de Estados Unidos con América Latina antes que en la inauguración de una etapa de grandes diseños o una simple mejora de las relaciones públicas de la primera potencia con sus vecinos del sur.


Establecida en ese rango intermedio, la gira fue presentada oficialmente como un ejercicio de continuidad (la octava visita del presidente Bush a la región), de preocupación social por América Latina (el incremento de la cooperación a US$ 1600 millones en 6 años y la disposición de parte de los US$ 3 mil millones más de la Cuenta del Milenio) y de apoyo de seguridad regional en el combate de amenazas globales.


Así, la preocupación del Departamento de Estado por señalar la dimensión micropolítica de su relación con el área focalizada en el combate de la pobreza, la desigualdad y exclusión a través de programas específicos de salud, educación y vivienda disminuyó, desde el principio, cualquier expectativa de compromiso de "alta política" con Latinoamérica.


Pero si la perspectiva social fue el registro oficial que moduló la visita, ésta no pudo escapar a su contexto estratégico ni a sus intangibles resultados políticos.


Sobre lo primero debe recordarse que la gira del presidente Bush se realiza en el marco de una ofensiva diplomática norteamericana multiregional (especialmente en Asia y Medio Oriente) en un contexto inestable, del intento de recuperar la agenda latinoamericana interrumpida por los ataques terroristas del 2001, de erosión democrática y cuestionamiento del libre mercado en ciertos países y de creciente antinorteamericanismo en el mundo. De allí que el presidente Bush, antes de iniciar la gira, apelara al recuerdo de la Alianza para el Progreso de John F. Kennedy en lugar de la Iniciativa de las Américas que patrocinó George Bush Sr en 1991.


En cuanto a los resultados intangibles de "alta política" logrados en la gira, el redimensionamiento de la relación con Brasil a través de un planteamiento asociación de seguridad energética (los biocombustibles) teniendo como referencia de vulnerabilidad la dependencia del petróleo, marca un punto de inflexión en la relación con esa potencia regional.


Aunque de momento se esté aún en la fase de elaboración de esa asociación y no hayan acuerdos definitivos al respecto, la señalización de una relación estratégica entre Estados Unidos y Brasil resalta (no inaugura) un vínculo mayor de la primera potencia con Suramérica, actualiza en Brasil su antigua disposición panamericana, ayuda a restablecer su liderazgo regional y contribuye a marcar una distancia con el intento venezolano de configurar una relación especial y excluyente con esa potencia.


A ampliar ese ámbito de proyección norteamericana ayudó la disposición uruguaya (potenciada por un gobierno de izquierda) a profundizar la relación comercial y de inversiones con Estados Unidos a través de un acuerdo marco (el TIFA) y del SGP antes que de un TLC. Es más, el esfuerzo uruguayo de apertura del MERCOSUR a vinculaciones menos circunspectas fue reforzado al tiempo que esa agrupación se sacude del prejuicio endogámico que pretende ocultar la realidad de que el socio norteamericano es uno principalísimo. La parte de la política exterior argentina influenciada por Chávez que es distinta a la que recibió al Subsecretario de Estado Nicholas Burns habrá tomado nota.


Y si las escasas 7 horas dedicadas a Colombia junto con el anuncio de que ese país está ahora en capacidad de afrontar, solo, mayores responsabilidades fue percibida por algunos por un alejamiento norteamericano de la relación de seguridad que mantiene con ese Estado, la disposición a lograr la ampliación del Plan Colombia por más de US$ 3 mil millones y a promover con renovado esfuerzo la aprobación del TLC confirmó la calidad de aliado que Estados Unidos dispensa a nuestro vecino.


Ello fue quizás más importante que la visita a México considerando que ese país mantiene, ya inercialmente, una prioridad regional indisputable en la agenda norteamericana. Sin embargo, el restablecimiento de la disposición a tratar adecuadamente el problema migratorio y la mayor atención a los reclamos del presidente Calderón (mayor compromiso en la lucha contra el narcotráfico dentro de Estados Unidos, desarrollo financiero del Nafta en el ámbito agrícola, negativa a la privatización parcial de PEMEX, entre otros), indican que los dos días de permanencia en México ratificaron el compromiso de Estados Unidos con su socio latinoamericano más importante.


Lamentablemente si el gran obstáculo de la gira fue la indisposición de buena parte de la opinión pública latinoamericana con el presidente Bush (componente añadido del antinorteamericanismo contemporáneo emergente), la ausencia de resultados materiales y concretos reforzó el punto. El presidente de los Estados Unidos debió regresar de América Latina con el señalamiento de una agenda regional más evidente y con compromisos tangible tanto bilaterales como interamericanos y multilaterales. Especialmente cuando el sistema interamericano se muestra extraordinariamente frágil y la ronda Doha no tiene cuando volver a despegar o morir.


Ello no sólo no ocurrió sino que abrió espacio para que el presidente Chávez intentara sacar ventaja. Su extremismo lo llevó a plantear, en Buenos Aires, los términos de una guerra fría en el continente entre los que se alinean con Estados Unidos y los que sigue el "socialismo del siglo XXI" que él dice patrocinar. Sus palabras sí fueron seguidas de acuerdos concretos con Argentina y Bolivia.


esafortunadamente para él la gira de Bush indicó que los cinco países visitados, que cubren un rango representativo de grandes, medianas y pequeñas potencias regionales, no sólo desean la mejor relación bilateral con Estados Unidos sino que América Latina seguirá siendo panamericana.



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