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  • Alejandro Deustua

La Inversión es Indispensable para la Productividad ¿Pero el BID lo Duda?

El BID acaba de sugerir que las políticas económicas latinoamericanas se concentren en un nuevo foco de atención si éstas desean crecer sostenidamente y mejorar su status en relación a otras regiones. Esta vez es la productividad la que no anda bien en el área si se la compara con la de Estados Unidos. En consecuencia se requiere un mejor empleo del capital físico y humano antes que mayor inversión para incrementar la perfomance.


Que la productividad regional sea relativamente baja no es una novedad. Pero que se llame la atención al respecto teniendo como referencia no alguna potencia emergente (p.e. China o India) o región “exitosa” (Asia), sino a Estados Unidos ciertamente lo es. En efecto si el parámetro regional es el de la primera potencia económica global, la abundancia de ésta en capital, tecnología, mano obra calificada y otros recursos solo permite esperar que su productividad sea naturalmente mayor que la de las economías latinoamericanas. No podría ser de otra manera si estas economías poseen y emplean históricamente mayor cantidad de insumos de baja calidad para producir algún tipo de bien menor.

Sin embargo, el anunciado estudio del BID (que será publicado en abril) enfatiza algo distinto: el conjunto de las economías latinoamericanas registra menores índices de productividad que Estados Unidos desde 1960 (salvo Chile, cuya productividad creció 16% en relación a la primera potencia) por ineficiencia antes que por dotación.


Es más la información preliminar sobre el estudio destaca que 50% de las economías latinoamericanas están entre las 20 de peor desempeño en este rubro. Al respecto, debe decirse que, por lo menos en este punto, el estudio muestra un resultado más consistente en tanto la referencia son otras economías emergentes en relación a la primera potencia.


Pero aquí están las verdaderas sorpresas: en los últimos 50 años, las economías asiáticas han registrado un verdadero boom de productividad. China la aumentó 219%, Sri Lanka y Singapur 103%, Tailandia 80%, Japón 55%, Corea 40% e India 26%.


Aún más asombroso es que estos índices no sólo no sean absolutos (referidas a incrementos de productividad en relación al propio país) sino que tampoco están referidas a economías equivalentes o vecinas. La referencia es, reiteramos, Estados Unidos, país que ocupa el segundo lugar en competitividad mundial luego de Suiza según el World Economic Forum y a cuya gran productividad actual (para no hablar de la sistémica) se le imputa alta incidencia en la rápida recuperación de la crisis económica. Si ése el punto esperamos que el estudio que el BID explique qué factores asiáticos, que no sean la mano de obra barata pero eficiente, explican este extraordinario crecimiento relativo con una contribución tecnológica notablemente menor.


En esa explicación probablemente encontraremos precisamente el creciente rol de la inversión que, a su vez, es el resultado de una gran acumulación de capital. Y también hallaremos el rol de la inversión extranjera que ha concurrido a las economías asiáticas desde el final de la Segunda Guerra mundial transfiriendo gran cantidad y calidad de tecnología como no ha ocurrido en América Latina. Esos flujos superiores y más diversificados que los que se han dirigido a nuestra región, han sido atraídos al Asia al amparo de un ambiente favorable creado por los regímenes de seguridad provistos por Estados Unidos, por el tamaño del mercado (un factor fundamental si se considera los casos de China e India), por la original tolerancia externa al modelo de sustitución de importaciones y su vocación exportadora (especialmente en el sudeste asiático) en contraposición a lo ocurrido en América Latina.


Ciertamente durante la segunda mitad del siglo pasado la inversión, como el ahorro, ha formado parte de la cultura económica del Asia como no ha ocurrido en nuestra región. Y con la reciente reforma liberal, la inversión encontró un todavía mejor ambiente de negocios. Éste se logró mediante la activa participación del Estado en educación, inversión en investigación y desarrollo, creación de infraestructura en gran escala y, en algunos casos, una mejor regulación y mejor ordenamiento social (a pesar de las grandes desigualdades existentes). Pero los defectos de estos últimos factores (sea en materia laboral o de combate a la corrupción) no impidieron el concurso de la inversión, y mucho menos de la inversión extranjera, a esa región mejorando su productividad.


Ese flujo tampoco fue interrumpido por el hecho de que las reformas reclamadas por los organismos multilaterales (normatividad, competencia, recaudación, institucionalidad) fueran adoptadas con dispar eficiencia en el Asia.


Como, tampoco ocurrió en América Latina, salvando los sucesivos períodos de crisis. Ello permitió que, recientemente, las economías más eficientes de la región prefirieran fijar su disminuida atención postreformista en mejorar su competitividad (que implica no sólo un mejor empleo del capital fisico y humano existente, como requiere el BID, sino la generación multisectorial del mismo) como lo sugerían los organismos internacionales (desde el Banco Mundial hasta el World Economic Forum).


Es claro que América Latina ha perdido competitividad en relación al Asia (y no sólo frente a Estados Unidos) por no afrontar, como debe, los diversos escenarios de la competitividad de los que la productividad es un componente. Pero también es claro que la participación de la inversión para mejorar esa condición es fundamental para recuperarla.


Por ello esperamos que la nueva concentración del BID en la productividad reducida al mejor aprovechamiento de los recursos existentes y medida por referencia a la primera potencia económica, no se entienda como una explicación de la falta de inversión en la región ni mucho menos como un anuncio de su renuencia futura. Ni que se alegue al respecto falta de absorción en nuestros mercados cuando la demanda de capital sigue siendo alta. Ello sí conspiraría contra la mejora de la productividad regional. Y atentaría contra la consolidación del crecimiento regional, favorecería la ampliación de la brecha creciente entre la inversión extranjera directa y el capital que concurre al área para aprovechar, especulativamente, mejores condiciones financieras y provocaría aún mas atraso tecnológico. EL BID debe aclarar el punto.



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