A pesar de que las elecciones brasileñas del 2002 registraban como candidato del PT a Luis Inacio Lula da Silva por cuarta vez, su programa antiliberal, la confrontación con el partido que había brindado estabilidad política y económica a Brasil en un contexto de crisis, pero especialmente su ascenso en las encuestas desató sorpresa, incertidumbre y gran desconfianza económica en ese orden.
Aunque el candidato oficialista era esta vez José Serra, nadie olvidaba que fue Fernando Henrique Cardoso –el co-autor de la Teoría de la Dependencia de purgada filiación marxista- quien había combatido con éxito el embate inflacionario de 1994 con el Plan Real como ministro de Hacienda y, luego, sorteado la crisis brasileña de 1999 como Presidente. En ese proceso el sociólogo estructuralista había abierto y disciplinado la economía, promovido la inversión nacional y extranjera y repuesto el prestigio de Brasil como líder regional y actor global.
El hecho de que el nuevo status brasileño se consolidara en un escenario de crisis financieras sucesivas (la asiática de 1994, la rusa de 1998, y la cataclísmica crisis argentina de finales del 2001) y en el contexto de la “media década perdida” latinoamericana resaltaba el mérito de Cardoso.
A pesar de ello, los brasileños menos favorecidos por el gobierno de Fernando Enrique pretendían votar por uno de los opositores antiliberales más radicales. En el proceso el mercado bursátil perdió un tercio de su valor, el real se depreció en 50% y el riesgo país subió sobre los dos mil puntos retroalimentando la opinión de las calificadoras (luego corregida) sobre la eventual destrucción de la disciplina fiscal brasileña. Chile en lugar de Brasil debería ser el destino privilegiado de la inversión extranjera mientras se especulaba cuáles eran los ingredientes del peor escenario posible.
Las encuestas licuaron la confianza económica en Brasil y Lula, sin mayoría probable en el Congreso, debería iniciar el 2003 controlando el pánico antes que promoviendo la distribución con un respaldo popular saturado de ideología.
En lugar de ello, luego de ganar en segunda vuelta en octubre del 2002, Lula llamó a un pacto social, llamó al diálogo a gremios y sindicatos pidiendo concesiones a todos empezando por su programa económico pero sin sacrificar políticas sociales. El imperativo de restaurar la confianza sugería un gabinete amplio cuya disciplina económica y antinflacionaria debería quedar subrayada en el Banco Central: Henrique Meirelles, del “imperialista” BankBoston fue designado presidente de la institución.
En el 2002 Brasil apenas creció 1.4%, la inflación aumentó 12.5%, la inversión interna bruta descendió -4.1% y las importaciones cayeron -12.4% según la CEPAL. Ciertamente Lula pudo ahorrarle al país ese costo dialogando antes.
Pero el pueblo brasileño pudo por lo menos elegir entre él y el candidato del PSDB, el partido que inauguró la modernidad en el segundo ciclo democrático brasileño de la postguerra. Aunque éste no es el caso del Perú hoy, bien podrían los candidatos arribar a un acuerdo de gobernabilidad económica más temprano que tarde.
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