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  • Alejandro Deustua

La Visita del Señor Lamy

3 de febrero de 2006



La reciente gira del Director General de la OMC, Pascal Lamy, por Argentina, Chile y Perú no ha sido suficientemente resaltada en nuestro país.


El señor Lamy no sólo es el representante del más importante régimen global fundado en la post-Guerra Fría (aunque sus orígenes correspondan al inicio de la Ronda Uruguay a mediados de los 80) sino que la organización que dirige es, junto con el Banco Mundial y el FMI, parte del terceto institucional que sentó las bases institucionales del ordenamiento de la post-guerra (la OMC, sucedió al GATT y, por tanto, complementó a las instituciones de Breton Woods: el Banco Mundial y el FMI).


Si nuestros medios de comunicación no han dado cuenta de ello, mucho menos han destacado el hecho de que el señor Lamy realizaba en el Perú su primer viaje oficial posterior a la conferencia de Hong Kong en la que la ronda Doha, de modestos resultados, acordó los términos de una “hoja de ruta” para culminar esa negociación en el curso de este año.


El Director General de la OMC fundamentó el gesto de apariencia protocolar en el hecho político de que las economías de América Latina serán parte de las más beneficiadas de unas negociaciones comerciales que, por primera vez, colocan el tema del desarrollo como punto principal de la agenda (1).


Ello se fundamenta en una realidad política: los estados latinoamericanos son tradicionales y consistentes promotores del multilateralismo económico cuya dimensión ordenadora ha adquirido, en tiempos de creciente y globalizadora integración, importancia mayor.


De otro lado, si la membresía de los países en desarrollo corresponde el 75% de la OMC, también se fundamenta en el hecho de que su participación en el comercio mundial se ha incrementado al 31% de las exportaciones totales. A ello se añade una dinámica virtuosa: la tasa de crecimiento es al respecto un tercio superior a la de los países desarrollados.


Por lo demás, el señor Lamy otorga a esa vitalidad un rol todavía superior en la promoción del crecimiento y el desarrollo: aquélla se fundamenta en un aumento del 28% en las exportaciones de manufacturas generadoras de empleo y no sólo en el crecimiento de los precios de las materias primas. Lamentablemente para la OMC dice el señor Lamy, estos beneficios reales no siempre son evidentes para la opinión pública. Y si es verdad que esa dinámica viene no pocas veces acompañada de transitorio desplazamiento laboral, los beneficios se reportan en ganancias económicas nacionales, en mejor asignación de recursos y una más eficiente distribución del trabajo, de un lado, y del otro, en inclusión, transparencia, quiebra de prácticas monopólicas y solución efectiva (y pacífica) de controversias que inhiben el mercantilismo latente en el sistema internacional.


Por lo demás, los beneficios de un sistema comercial multilateral ordenado deben y pueden ser complementados por acuerdos de libre comercio bi o plurilaterales cuyos mercados, como el andino, deben ser mejor aprovechados. Éstos, sin embargo, no reemplazan al sistema multilateral ni en eficiencia ni en generación estable de reglas que contribuyen a la creación antes que al desvío de comercio. La prueba al respecto para los países en desarrollo es tan evidente como cuantitativa: si estos países representan 31% del comercio global, todavían pagan 40% por concepto de aranceles y otras barreras. Si éstas se reducen, las ganancias de mercado y de acceso serían mucho mayores y generales. Pero no todo es promisorio para estos países en la OMC. Además del desplazamiento laboral en ciertos intercambios, allí están para probarlo la escasa participación de los 50 países de menor desarrollo (apenas 1% del comercio global) y del África Subsahariana (2% del total).


A pesar de su espíritu crítico, el señor Lamy no se refirió, sin embargo, a otros temas fundamentales como son la inequidad en el trato (un escenario inflexiblemente igual para desiguales no es la mejor receta para la adecuada distribución de las ganancias comerciales), ni a la aplicación restringida del tratamiento diferencial (que es más formal –p.e. menores plazos de liberación- que sustantiva), ni a la desigualdad inherente en el control de los sectores vinculados al comercio (capital, servicios, propiedad intelectual) ni a la incapacidad de la OMC para corregir desequilibrios en las ganancias regionales (factor ligado al ejercicio económico del poder).


Aunque el comercio no es un juego de suma 0, ciertamente lo que ganan unos lo siguen perdiendo otros aunque con posibilidades de recuperación y compensación en otros sectores o productos. Este es el caso de Asia que sigue ganando participación en el mercado cuando sus economías no siempre practican las reglas del libre juego de la oferta y la demanda y cuando una de sus economías principales (China, que en el 2004 ya era la tercera beneficiaria del comercio mundial con una participación de 5.9%) es declarada como “economía de mercado” por razones políticas. Peor aún, ello ocurre a pesar de no haber realizado las reformas exigidas para el resto de las economías en transformación ni haber dejado de ejercer prácticas desleales. Ciertamente ello contribuye a explicar pero no a esclarecer por completo el peso decreciente de América Latina en el comercio mundial a partir de los años 50. Si éste hoy se ha dinamizado, está lejos de recuperarse. Así si en el 2004 las exportaciones mundiales alcanzaron US$ 9’153,000 millones (vs US$ 4’326,000 millones en 1994), Suramérica y Centroamérica sólo participaron con US$ 276,300 millones (vs US$ 126,500 millones en 1994) (2). Si bien en ambos casos el valor se ha duplicado, la brecha se ha ampliado y la participación apenas es cercana al 3.1% del total (ello supone casi la mitad que China si nos atenemos a las cifras de la OMC).


Si es claro que la región debe recuperar el terreno perdido en el marco del sistema multilateral de comercio la pregunta a hacer es evidente: ¿qué pueden hacer los países latinoamericanos para obtener provecho de su participación de la OMC en este campo? El señor Lamy sabe que el objetivo del desarrollo no es todo en el sistema multilateral de comercio.

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