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Alejandro Deustua

Maduro y la Cumbre

El Perú ha “reconsiderado” la invitación al dictador venezolano a la cumbre de las Américas de abril en defensa de intereses nacionales y hemisféricos. Éstos corresponden a la vigencia de la democracia representativa en la región y a la seguridad colectiva en el continente.


Probablemente debido al fracaso de instrumentos americanos más adecuados para ejercer esa cautela (la Carta Democrática, la cláusula democrática del UNASUR), a una sobrevaluación de la solidaridad del Grupo de Lima o a un error de apreciación del mismo, esa defensa parece haber devenido en singular cuando debió ser colectiva.


En efecto, los miembros de esa agrupación nacida para la defensa de la democracia en Venezuela sólo han “respetado” la decisión peruana de cancelar la invitación a Maduro. Y, en lugar de distribuir bien la responsabilidad entre sus 17 miembros y coordinar esa posición entre los 35 que toman parte en el proceso de cumbres americana para minimizar la previsible oposición de los miembros del ALBA y de otros Estados (como Uruguay), el Perú parece haber asumido solo, quizás sin percatarse, la carga grupal.


En el proceso el Perú y los demás integrantes del Grupo de Lima parecen haber confundido el ámbito de sus decisiones (restringido a sus 17 integrantes) con el del sistema interamericano (que comprende a los 35 miembros) en el que se ubica el proceso de cumbres americanas.


Este proceso de reuniones presidenciales, que se inicia en 1994, constituye un régimen bien institucionalizado cuya gestión administrativa corresponde a la Secretaría General de la OEA. En él participan además de los Estados americanos un amplio espectro de organismos internacionales (desde el Banco Mundial hasta la CAF) y mantiene continuidad a través de una serie de grupos de trabajo. Como foro interamericano la asistencia de Venezuela debió ser sometida a la consideración del conjunto del fuero hemisférico.


Si por los motivos que sean ello no ocurrió, esto no cancela la amenaza totalitaria del gobierno chavista que deshace su propio Estado, destroza a su población y a su economía, fragmenta y desestabiliza la región y, como su mentor cubano, busca riesgoso cobijo extrarregional. ¿Debe permitirse que el dictador aproveche del error diplomático y obtenga beneficios en la medida que el continente los pierde?.


Permitir ese resultado es tan insensato como imprudente ha sido la conducta peruana en la gestión de este asunto al pretender que las prerrogativas del anfitrión incluían las de contradecir su propia convocatoria.


Ahora es necesario que el Perú y el Grupo de Lima recurran menos a la denegación de invitaciones y más al ejercicio de su poder colectivo en tanto Maduro incrementa el desafío totalitario fraguando elecciones presidenciales y también legislativas. Lima debe ser el sitio para considerar colectivamente el status de la relación diplomática con Venezuela, la inclusión de la amenaza chavista en la agenda con Cuba, Rusia y China y la denuncia en el Consejo de Seguridad.


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