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  • Alejandro Deustua

OEA: Candidaturas Resbalosas

A fines del año pasado el Subsecretario Interino para Asuntos Hemisféricos del Departamento de Estado hizo público el entusiasta apoyo de Estados Unidos a la reelección del Luis Almagro como Secretario de la OEA. Pocas semanas antes la Cancillería designó al actual embajador en Washington DC. Hugo de Zela, como candidato a ese puesto (que también procura la ex Canciller del Ecuador María Fernanda Espinosa).


Este cruce de candidaturas no sería extraño si no fuera por las formas ofensivas en que un funcionario norteamericano reiteró su apoyo al Dr. Almagro. En efecto, el actual director para la región del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Mauricio Claver-Carone, acaba de calificar como “francamente divisoria” la candidatura del representante peruano (Gestión).


Las expresiones de ese funcionario son tan impertinentes como irracionales porque atentan contra las reglas del normal juego político en las elecciones que celebran todos los organismos internacionales. En ellas el respeto entre candidatos es un activo cuya pérdida implica generalmente el castigo de los miembros de la organización que busca nueva autoridad. Y también porque su intención revela la persistencia de la incultura estratégica en el área: la pretensión hegemónica norteamericana es disonante con la actual realidad en América Latina.


La pérdida de dominio en el área por la superpotencia no es una fantasía ideológica. Ella misma la ha patrocinado. Tanto que la principal preocupación de ese socio en América –Venezuela- sigue siendo objeto de ineficaces y tímidas aproximaciones por la superpotencia, en este caso, orientada por un halcón de la Guerra fría en Centroamérica: Elliot Abrams nada menos.


Más allá del antagonismo de baja intensidad, no se conoce otra política de los Estados Unidos orientada al derribo o a la “salida electoral” del dictador Maduro que unas sanciones económicas. Éstas, si bien, son dirigidas contra funcionarios del régimen, han contribuido, además de su falta de mordiente, a la pérdida de esperanza de la ciudadanía venezolana en un provenir democrático y al sostenimiento chavista del vínculo con otro apestado: el régimen cubano. Ese hecho se refleja en la intensísima pérdida de apoyo interno a Juan Guaidó, el líder que debería conducir a Venezuela a la transición democrática. La gran potencia no ha hecho mucho –o no ha podido hacerlo- por corregir la situación en el mediano plazo.


Paradójicamente, el candidato peruano no pareciera muy lejos de rendirse frente a la evidencia intolerable que implica la sobrevivencia del régimen dictatorial venezolano. Ésta es una forma de interpretar el fundamento de su campaña para ocupar el cargo de Secretario General de la OEA: la “desvenezualización” de las relaciones hemisférica en búsqueda de mayor atención a los problemas del desarrollo (Gestión).


Como Claver-Carone el candidato peruano no sólo muestra imprudencia sino que parece adelantar la redefinición (¿arbitraria?) de la posición peruana en torno a la dictadura de Maduro. En el intento de disolver la atención sobre la amenaza regional que proviene del norte suramericano, el candidato olvida que el Perú –y él mismo como alto funcionario diplomático- fue uno de los líderes en la formación del Grupo de Lima orientado a la redemocratización venezolana en cuyo proceso reconoció a Juan Guaidó como presidente interino de ese país.


El fracaso del Grupo de Lima y la infértil diplomacia declarativa que prefirió el empacho retórico antes que la creación de bases de poder para lograr el objetivo es una responsabilidad que lleva consigo el candidato peruano. Pretender ahora abrir la baraja a otros campos como contrapartida a la afirmación implícita de que el foco de desestabilización venezolano ha menguado o desparecido es tan contraproducente y falso como afirmar que el único punto de la agenda peruano-norteamericana fue siempre Venezuela. Que un candidato peruano a la Secretaría General de la OEA aligere la presión sobre la dictadura venezolana no se acerca a las responsabilidades que demanda esa función.


A este escenario de intereses desorientados ha contribuido adicionalmente el funcionario del Consejo de Seguridad Nacional norteamericano al afirmar que el gobierno del Sr. Trump ha planteado a la región el mejor programa de aproximación en las últimas décadas. No hay que ser un erudito para constatar que, salvo por Colombia (miles de millones de dólares en asistencia para la lucha contra el narcoterrorismo), la reciente simpatía por el presiente Bolsonaro, y el apoyo al gobierno del Sr. Macri (que no sirvió de mucho), Estados Unidos durante el gobierno del Sr. Trump no sólo ha carecido de una estrategia para el área en su conjunto (salvo por su marginalidad, nadie allá sabe qué rol ocupa América Latina en la dinámica mutación del sistema internacional) sino también de presencia significativa en la región.


Si la nueva posición del Sr. Claver- Marcone implica una política -o un ánimo- de sustitución eficaz de la creciente influencia china en el área, aquella no sólo sería bienvenida sino apoyada con decisión si las capacidades de poder norteamericanas necesarias para desempeñar esa función fueran realmente desplegadas.


Pero ese despliegue no es precisamente bien representado por el programa “América Crece” (Growth in the Americas”) que es un esquema de cooperación, de pocos años de antigüedad y menor difusión, orientado a la creación de un ambiente favorable para la inversión privada norteamericana en infraestructura. En realidad el último gran programa norteamericano para el Hemisferio Occidental fue la “Iniciativa de las Américas” (el ALCA) impulsado por George Bush Sr. y luego materializado en Miami en 1994 por el Bill Clinton. Este acuerdo suscrito por todos los presidentes hemisféricos en la 4ª Cumbre de las Américas no fue otra cosa que el intento de creación de una gran zona de libre comercio americana a través del engarce y mejor articulación de los esquema de integración subregionales ya existentes en el área.


Tan simple y gran idea fue, sin embargo, derribada por la oposición de los países del ALBA impulsados por el Brasil de Lula y la docilidad de los gobiernos suramericanos –entre ellos, el peruano- que no participaban de esa fracasada agrupación.


Que el Sr. Claver- Marcone no lo recuerde y que el candidato peruano no aclare ese punto ni el que refiere menor concentración en Venezuela, es un nuevo pasivo para el tan vapuleado sistema interamericano cuyo liderazgo hoy se disputan algunos candidatos despistados.


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