18 de julio de 2023
Entre mayo y agosto la actividad internacional de cerca de un centenar de estados se ha dinamizado (o lo hará) mediante reuniones “cumbre” estimuladas por el cambio del sistema internacional.
Este tipo de reuniones plurilaterales, que en tiempos normales quizás se habrían ocupado más de asuntos prácticos o procesales, se explican por la necesidad de forjar alineamientos o compromisos económicos y de seguridad y fortalecer órdenes subregionales indicativos de la evolución multipolar.
Entre esas reuniones destaca la reciente cumbre de la OTAN a propósito de la guerra en Ucrania, el fortalecimiento de la alianza (la incorporación de Suecia, la adopción de planes de defensa, compromisos de financiamiento), la relación de ésta con China (cuya propensión expansiva reitera su consideración como desafío sistémico) y la relación con Ucrania (que ha sido el centro de la reunión). Si bien la incorporación de este país fue postergada para cuando las circunstancias sean propicias (después de la guerra) y los miembros lo determinen (sin cronograma), los aliados han eliminado una etapa de su proceso de accesión sin marginar las reformas institucionales requeridas. A cambio Ucrania recibe ciertas garantías de seguridad, reiteración del apoyo necesario para su causa y mayor contribución militar comprometida por el G7.
A pesar de las divisiones sobre la urgencia con que debe admitirse a Ucrania o la intensidad de la resistencia a China, el núcleo militar de Occidente se ha fortalecido.
Como si una de las reacciones rusas al fortalecimiento aliado (la cancelación del acuerdo sobre exportación de granos ucranianos) no fuera suficiente evidencia de la dimensión global de la guerra, la proyección de la OTAN en el Indo-Pacífico ha sido ratificada con la participación de Australia, Nueva Zelanda Japón y Corea del Sur. Siendo éste un escenario que compromete a todos los países de la cuenca del Pacífico militarmente zonificada, es claro que la proyección extra-atlántica de la alianza incumbe al Perú (más aún cuando Colombia es parte de los “socios globales” de la OTAN con la que ésta desarrolla programas de cooperación). Adoptar una posición al respecto es, por ello, imprescindible.
Con similar dimensión estratégica se acaba de realizar en Bruselas, luego de ocho años, la 3ª reunión cumbre CELAC-Unión Europea (UE). Los representantes de la UE concurrieron teniendo en cuenta una preocupación central (China y Rusia) y no sólo la que corresponde al desarrollo de América Latina. La UE reconoció su distanciamiento de la región deseando repararlo con “un nuevo inicio” y como forma de atenuar el riesgo de su relación económica con China. En el marco de valores compartidos, un programa de inversiones, el incremento del comercio interregional y el interés en que la CELAC adoptase un posicionamiento condenatorio de la conducta rusa más allá de la original declaración en la ONU y del interés general latinoamericano de lograr una solución pacífica del conflicto, fue prueba de ello.
La oportunidad para señalizar una política singular sobre este último acápite no fue aprovechada por el Perú ni siquiera teniendo en cuenta que el consenso en la CELAC era imposible con países que ya fijaron posición pro-rusa (Cuba, Venezuela) o que protegen status y rol (Brasil que desea el reconocimiento de intermediario pacificador). Si la CELAC no funciona como articulador regional frente al conflicto que ejemplifica el cambio sistémico, países afines al Perú podrían haberse pronunciado en ese marco sin afectar esencialmente la relación con China y Rusia (y, en el caso peruano, sin arriesgar la participación de esas potencias en la cumbre APEC de la que será sede en 2024). La UE, en cambio, sí aprovechó esa oportunidad logrando acuerdos singulares con Argentina, Brasil y Chile a la espera de la conclusión de las negociaciones con MERCOSUR.
Como mecanismo aglutinador financiero la UE echó mano a su rol de principal inversionista extranjero en el área proponiendo una agenda de inversión adicional de US$ 55 mil millones (la Puerta Global) de muy amplia cobertura que desea competir con la Franja y la Ruta china. Sin embargo, la UE no agregó como estímulo una moderación sensible de sus requerimientos ambientales para el acceso de nuestras exportaciones agropecuarias como estímulo adicional.
En el proceso de nuevos alineamientos la ASEAN (la organización de integración de los países sudeste asiático), Rusia y China, de un lado, y China y los países del Asia Central, del otro se han aproximado con ganancias mutuas. En efecto, durante la cumbre de la ASEAN en mayo, el presidente del país sede (Indonesia) propuso que esa organización debería añadirse a aquellos que reclaman el término de la guerra en Ucrania mientras sugería al representante ruso presente que su país se adhiriera al tratado que establece que el sureste asiático es una zona libre de armas nucleares y al reconocimiento de la centralidad de la ASEAN en la “arquitectura” del Indo-Pacífico.
Paralelamente, China aceptaba apurar negociaciones con la ASEAN sobre un código de conducta en el conflictivo Mar del Sur de la China compartiendo con los miembros de esa entidad su interés de participar en lograr estabilidad en el Indo-Pacífico. Con ambas aproximaciones, la ASEAN está en proceso de asegurarse un rol estratégico en el nuevo orden y no sólo de integración en la cuenca del Pacífico.
Y en el escenario continental asiático, también en mayo, China organizó con los países que formaron parte de la Unión Soviética del Asia Central un foro de cooperación en materia de seguridad, infraestructura, comercio e industria bajo su liderazgo. Frente a la imposibilidad rusa de atender ese escenario bajo las actuales circunstancias, su socio principal consolidó presencia geopolítica ofreciendo protección y progreso a los países del área a cambio de ordenamiento hegemónico.
A este escenario de conformación progresiva de diversos alineamientos geopolíticos en el proceso de cambio sistémico, es necesario añadir los que se sumarán a los polos en formación que pretenden consolidar los BRICS. En efecto, los presidentes o jefes de gobierno de Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica se reunirán, en agosto en Johanesburgo. Aunque tratarán asuntos de desarrollo y multilateralismo, a nadie escapa que la temática de la confrontación en el este de Europa y cómo contrarrestarla estará presente.
Los países que pertenecen a áreas de influencia de grandes potencias pueden confirman o buscar alternativas en un sistema fragmentado que resultará en un nuevo orden internacional. La opción dependerá de la jerarquía del interés nacional involucrado y del poder disponible por cada uno. Tales alineamientos oscilan entre la alianza, la asociación y la (imposible) plena autonomía. América Latina, cuya dimensión económica es cada vez menor en el mundo, no puede afrontar el proceso de cambio sistémico optando por la última alternativa. Ahora que entre Europa y Asia se abre al país y a la región una nueva posibilidad de arraigo occidental, es necesario fortalecer esta opción no excluyente.
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